Ayer, mientras los Tigres y el León disputaban la final del campeonato de futbol, yo celebraba las Misas de 8 y 9 de la noche en San José Obrero, esperando, por supuesto, encontrarme con que mis Tigres resultaran campeones y así fue. De esta manera, me cae como anillo al dedo amanecer con el salmo 149 que en el último de los párrafos que toma la liturgia de la Palabra del día de hoy dice: «Que se alegren los fieles en el triunfo, que inunde el regocijo sus hogares...» Indiscutiblemente la cancha de fútbol es un aspecto importantísimo de la cultura de este país y en especial de esta ciudad de Monterrey —también una selva de cemento como CDMX— que ahora es mi nuevo hogar. Yo creo que no existe otro deporte sobre la faz de la tierra que genere tanta atención. Padres, hijos, abuelos, tíos, amigos y hasta extraños, se juntan para ver los partidos y se codean en los estadios sin conocerse para celebrar. Hay muchas palabras que podría usar para describir lo que me encontré en la televisión al llegar anoche a la casa de mis papás: euforia, gozo, alegría, algarabía, lágrimas de triunfo en la macroplaza... Pero quizá ninguna palabra se ubica tan bien a este deporte como la palabra «pasión». Y como lo vi siempre en el «Tigre más Tigre», mi querido Osvaldo Batocletti: un buen cristiano puede tener pasión por el fútbol y a la vez ser un discípulo–misionero apasionado por Dios y comprometido con Él.
Soy consciente de que el futbol y el regodeo de un campeonato es una alegría pasajera que no se puede comparar con el gozo que encontramos en el Señor, pero a mí —y creo que a muchos más— nos hace ver la importancia de vivir con «pasión». El tiempo que Dios nos presta es precioso y hay que vivirlo así como se vive un partido de futbol... «con pasión». La Biblia no es que hable mucho acerca del tema del deporte, pero san Pablo alude, en varios escritos suyos, a los juegos y deportes de su época, haciendo aplicaciones espirituales para ayudarnos a entender lo que es vivir con pasión: «¿No saben ustedes que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corran de tal manera que lo obtengan. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado» (1 Cor 9,24-27). «Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente» (2 Tim 2,5).
Sé también que trofeos o coronas materiales no tienen un valor permanente. Al rato llega otro torneo y, ¿qué valor permanente tienen estos artilugios, uno tras otro? Los torneos y los mismos trofeos son corruptibles, lo verdaderamente importante es vivir la vida en Cristo con pasión, de tal manera que podamos decir juntamente con san Pablo: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida» (2 Tim 4,7-8). Decía la otra vez el Tuca (Ricardo Ferretti): «Preferimos estar con los pies bien puestos sobre la tierra y hacer bien nuestro trabajo», o sea, jugar con pasión. Yo creo que este lunes, luego del partido final del campeonato de ayer y contento porque acabo de celebrar la Santa Misa con mis hermanas Misioneras Clarisas, puedo aprovechar este tema del futbol como una herramienta para que muchos puedan conocer a nuestro Dios viendo el testimonio de algunos jugadores que se persignan o se santiguan antes de entrar al campo, al meter un gol o terminar el partido; o el de estos y otros jugadores, técnicos y directivos que no fallan a su misa dominical; como sucedía con «el Bato» (Osvaldo Batocletti). Que el Señor se glorifique en nuestras vidas de creyentes en cada partido y que esta otra estrella que gana Tigres no se nos suba a la cabeza para ser afrentosos y presumidos, sino para captar bien lo que es la pasión, levantando no solo en alto un trofeo más, sino también, y con la misma pasión, la bandera de Jesús, para mostrar en la cancha y fuera de ella, sus enseñanzas y la manera en que Él nos va moldeando y haciendo más parecidos a Él día a día. No se si a la Virgen María le gustara el deporte, pero creo escucharla diciéndonos que si los seguidores de su Hijo como discípulos–misioneros vivimos con pasión, nuestra relación con Dios se hace aún más cercana y que hay que ser tan valientes no solo como los jugadores de futbol profesional, que se enfrentan también a veces al fracaso, sino como los Apóstoles, que con una auténtica pasión, entregaron lo mejor de su vida para ganar no un partido, sino la carrera de la fe. ¡Bendecido lunes y muchas felicidades a mis Tigres!
Padre Alfredo.
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