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Hay muchas cosas que se pudieran decir en este día, sobre todo ahora que necesitamos recuperar el valor de la Cruz en la vida y no solamente pensar en los albañiles que en las construcciones ponen una cruz adornada con flores. Hoy vivimos muchos contrastes, por un lado hay muchas personas que tienden a ver a Jesús sencillamente como un maestro excepcional que enseñó verdades eternas — como Buda y otros—. Otros quieren que él sea un director espiritual que les dicte todo lo que van a hacer. Algunos, lo ven como un rebelde irreductible que algo hizo por cambiar el mundo. Otros más, quieren de él un profeta singular. Pero, la verdad de él —así lo dicen los evangelios, no solo el de hoy— nos la dice «la Cruz». Es una verdad que las primeras comunidades descubrieron después de la experiencia de la resurrección. Una verdad que los apóstoles, discípulos, discípulas y muchos cristianos descubrieron a través del martirio. Hoy, necesitamos recuperar el valor de la cruz para todo el pueblo cristiano. Mucha gente hoy padece innumerables cruces que les agobian y les ponen en el límite su fe y esperanza. Sin embargo, es necesario un proceso que haga comprensible esa cruz. Un proceso que no eluda la abominación pero que sepa ver algo más que el sufrimiento. La cruz de Jesús que hoy cargan los pobres, los descartados, muchos ancianos y enfermos tiene que tener algún valor redentor.
Precisamente, el evangelio de san Juan (Jn 3,13-17) y la carta a los Filipenses (Flp 2,6-11), nos dan pistas de la senda que siguieron los primeros cristianos para comprender el misterio de Dios. El evangelio nos dice que esa cruz da el sentido de la vida eterna. Pues, el proyecto de Jesús, el Reino, iluminan la existencia de la humanidad y muestran el camino por el cual se accede a una vida auténtica. Del mismo modo, el salmista (Sal 77 [78]) entona un himno que nos dice que no olvidemos las hazañas del Señor. Yo hoy pienso en una mujer maravillosa a quien recuerdo con mucho cariño, una mujer que, con cariño y responsabilidad «lució» su nombre en la vida, m refiero a la señora Cruz Vite, a quien llamamos, los que la conocimos, cariñosamente «Crucita». Hace poco más de un año que dejó este mundo esta maravillosa mujer que supo llevar, de manera impresionante y siempre llena de alegría, la Cruz que el Señor le compartió de diversas maneras y que le hacía exclamar: «es que así me llamo y amo a Dios sobre todas las cosas». Recuerdo que cada vez que Crucita (madre de tres hijas, una de las cuales es misionera consagrada: la doctora Tere y de un hijo sacerdote: el padre Carlos —que son gemelos—) pasaba frente a la casa de mis papás, hacía la señal de la cruz bendiciendo a mi familia, recuerdo su sonrisa, su paz interior, su gran fervor... en fin, muchos signos en esa vida sencilla que me recuerda, finalmente, que la exaltación de la fidelidad de Jesús a nuestras vidas es el verdadero contenido de esta fiesta. María estuvo al pie de la Cruz, que ella interceda para que nosotros también abracemos la Cruz, al estilo que el Señor nos la quiera compartir, porque nuestras penas y dolores, unidos a la Cruz de Cristo, pueden y deben ser, ocasión de alegría eterna, por voluntad de Dios que así lo dispone. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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