Una frase del salmo de hoy (65 [66]), me remonta a este sábado pasado, a dos acontecimientos que viví. El salmista canta: «Cuantos temen a Dios, vengan y escuchen, y les diré lo que hecho por mí». Y eso me hace ir al corazón de Juanito y María, de cuyo matrimonio fui testigo al mediodía del 4 de mayo pasado. Desde la puerta de entrada, antes de la procesión solemne con el cortejo que les acompañaba, Juanito me reveló su edad: ¡92 años!... María, como es de suponerse en toda mujer, no me dijo cuántos años tenía pero ciertamente, al igual que el novio, era ya de «juventud acumulada» como diría Madre Inés. Por diversas circunstancias, durante años, buscaron casarse por la Iglesia, pero, por una cosa o por otra, esa gracia no llegaba, dice Juanito que recorrieron varias parroquias buscando les ayudaran a la búsqueda de documentos para realizar los trámites necesarios, pero, por una cosa o por otra, las cosas no se daban hasta que se llegó el día. El salmista invita a que escuchen lo que Dios ha hecho por él. Igual Juanito y María el sábado, con unos rostros radiantes que manifestaban a primera vista el gozo por lo que el Señor estaba haciendo por ellos.
Juanito, antes de iniciar la Misa, cuando me compartió cuántos años tenía, me explicó rápidamente que mucha gente, incluidos algunos sacerdotes les decían: «ya para qué»... pero ellos querían una boda con Misa y todo porque cada domingo van a Misa y ya eran ansias las que tenían por comulgar. ¡Cuántas cosas hace Dios por nosotros y cuántas no agradecemos porque las vemos tan ordinarias, tan sencillas, tan poca cosa!... «ya para qué» les decían, y resulta que tuvimos una Misa hermosa, con los novios llenos de fervor acompañados de sus hijas y de muchos familiares y amigos ante los que con una voz fuerte y decidida dieron su «sí» en el momento del consentimiento matrimonial. Quien ha recibido los beneficios de Dios; quien ha sido hecho hijo de Dios participando de su misma Vida y de su mismo Espíritu, no puede quedarse como inerte ante la bondad y misericordia de Dios y esta pareja, después de andar peregrinando por diversos templos, encontró en la parroquia, un espacio en donde Monseñor Pedro los escuchó, el padre Abundio los confesó y yo fui testigo de su matrimonio. Aquel mandato de Cristo que dijo una vez en el Evangelio: «Ve a los tuyos, a los de tu casa, y cuéntales lo misericordioso que ha sido Dios para contigo» (Mc 5,19) se cumplió en esta pareja que imagino aún estarán de fiesta, porque fueron objeto del amor divino y de su misericordia. Juanito y María me recordaron que hay que alabar al Señor agradecidos por todo lo que de Él hemos recibido; y hay que proclamar ante el mundo entero lo que Él hizo por nosotros, pues nos envió a su propio Hijo, el cual entregó su vida para que fuésemos hechos hijos de Dios. ¡Si vieran cuántas fotos querían al final con familiares, amigos y con un servidor! Aquello era un verdadero jolgorio donde la gracia de Dios y su misericordia se desbordaban.
Así, cuando yo pensaba el sábado estar en la beatificación de Conchita Cabrera de Armida, que era a esa misma hora, Dios, que cumplido sus promesas de salvación para con cada uno de nosotros me tenía reservada esta sorpresa. ¡Qué maravillosa invitación de una pareja de ancianos para acudir al Señor y dejar que su salvación se haga realidad en nosotros, pues Él nos ama sin medida y sin distinción de personas y edades! Fue una boda que se convirtió para este padrecito y para todos los participantes, en un anuncio eficaz de la Buena Nueva de salvación que Dios quiere que llegue a todos y hasta el último rincón de la tierra. Y viendo también el Evangelio de hoy (Jn 6,44-51) pienso que la Iglesia de Cristo camina en la fe en su Señor dejándose no sólo instruir por Él, sino alimentándose de Él para que Él continúe asegurando su presencia salvadora en el mundo por medio de la comunidad de creyentes que vive los sacramentos. Con situaciones como ésta, la Iglesia, no sólo proclama el nombre del Señor con las palabras, sino que se hace «Pan de Vida eterna» para el mundo, haciéndole cercano a Dios, a ese Dios que continuamente experimentamos en nuestra vida y con quien entramos en una verdadera comunión de Vida en la participación Eucarística. Al final de la Misa consagramos su matrimonio a María Santísima y María le ofreció su ramo. El sábado felicité enormemente a Juanito y a María a quienes no les estorbó el «ya para qué» y cierro mi reflexión con otras palabras del salmo de hoy pensando en ellos: «Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica, ni me retiró su gracia». ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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