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Jesús es nuestro Pastor y los creyentes somos su pueblo y ovejas de su prado. No puede haber auténtica vida cristiana si no hay un seguimiento del Buen Pastor, no hay pertenencia a la Iglesia sin saberse miembros de un pueblo, ovejas de un rebaño. No se puede decir que se es católico si alguien vive a sus aires, desentendiéndose de los demás —y mucho menos menospreciando a los demás, sean quienes sean estos «demás», amigo o no tanto— no se puede decir que se es católico sin aceptar que formamos parte de una Iglesia, aunque haya en nuestra Iglesia cosas que nos molestan o nos duelen. Este tiempo de Pascua que estamos celebrando no es sólo celebración alegre de la Resurrección de Cristo, anuncio de Vida nueva y eterna para todos. Es también celebración de formar parte del rebaño del Buen Pastor. En la Eucaristía celebramos que somos la comunidad de los seguidores de nuestro Señor. El mensaje de este domingo tanto en el salmo como en el Evangelio (Jn 10,27-30) tiene un gran sentido en el contexto pascual, cuando celebramos la resurrección de Jesús. Porque si Jesús no hubiera resucitado, a lo más sería para nosotros una doctrina o un ejemplo a imitar, pero no el Buen Pastor que nos llama y nos conoce y al que nosotros seguimos. No habría entre él y nosotros una comunión de vida.
En el Señor resucitado, el Buen Pastor, se nos revela un amor más fuerte que la muerte. Los que reciben ese amor, los que se dejan abrazar por ese amor, superan con Jesús todas las dificultades de la vida y resucitan con él. Participan de su resurrección y la muerte no es para ellos, como discípulos–misioneros del Buen Pastor ya otra cosa que el paso a la verdadera vida. Somos víctimas de una lluvia tan abrumadora de palabras, voces y ruidos que la liturgia de este domingo nos invita a estar atentos, porque inmersos en el ruido del mundo, corremos el riesgo de perder nuestra capacidad para escuchar la voz que necesitamos oír para tener vida, la voz del Buen Pastor. Nadie como María Santísima ha estado atenta respondido a la llamada del Buen Pastor en cada instante. Su deseo: «Hágase en mí según tu palabra», manifiesta un querer, siempre eficaz, de escuchar y responder con santidad a su vocación. Hagamos nuestras sus palabras de modo que lleguen a ser como una canción de fondo en nuestra vida, en cada jornada; especialmente en este día tan vocacional del Buen Pastor. Pidámosle que abra nuestra mente, nuestros oídos y nuestro corazón para escuchar al Buen Pastor, que él, él bien que nos conoce. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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