Cuando se intenta trazar la semblanza histórica de cada uno de los Apóstoles, uno se topa con que casi no sabemos nada de ellos, y es que ni el Evangelio ni los Hechos de los Apóstoles son libros biográficos de nadie. Hoy celebramos a un Apóstol muy peculiar, Matías, el que sustituyó a Judas Iscariote. Matías es un Apóstol muy singular, hay que limitarse a lo poco que de él nos dicen los Hechos de los Apóstoles. Y lo poco que nos dicen es contarnos su elección. Ni siquiera lo vuelven a nombrar más. Lo que de él nos dicen escritos posteriores, aunque sean de autores calificados, no ofrece garantías de historicidad. Y las biografías apócrifas se han encargado de rellenar con aventuras de viajes y de milagros ese silencio de los Hechos de los Apóstoles. Matías fue elegido «Apóstol» por los otros 11, después de la muerte y Ascensión de Jesús, para reemplazar a Judas Iscariote que se ahorcó. La Biblia narra el detalle de su elección (Hch 1,15-17.20-26). En la Iglesia de Jerusalén se presentaron dos a la comunidad, y después sus hombres fueron echados a suerte: «José, llamado Barsabás, por sobrenombre Justo, y Matías» (Hch l,23). De este modo «fue agregado al número de los doce apóstoles» (Hech 1,26).
En uno de sus discursos, el ahora Papa emérito Benedicto XVI afirmó: «Si bien en la Iglesia no faltan cristianos indignos y traidores, a cada uno de nosotros nos corresponde contrabalancear el mal que ellos realizan con nuestro testimonio limpio de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador» (18 de octubre de 2006). Y eso, eso es lo que hace Matías, balancear con su «sí» lo que Judas había hecho. Así como Matías es un don del Espíritu a la Iglesia de Jesús para llenar el puesto que había sido dejado vacío por Judas, cada uno de nosotros somos también un don que va completando el grupo de los que quieren ser fieles al Señor. Cada uno de nosotros, como él, somos acogidos en la Iglesia por la oración de la comunidad y estamos destinados a integrarla de forma viva y activa con nuestra tarea de discípulos–misioneros, porque en la Iglesia nadie está de más. Cada uno de nosotros hemos de vivir la dinámica del seguimiento de Jesús y ser testigo de su resurrección en el mundo, aunque, como Matías, casi no se hable de nosotros. Matías se convierte en el paradigma de todo apóstol de Jesucristo. El seguimiento del Maestro y el testimonio de su vida resucitada han de ser las claves para el discernimiento de todo discípulo–misionero de Cristo, a través de los siglos.
Por eso la liturgia de hoy nos invita a orar con el salmo 112 [113], un salmo que nos recuerda que quien quiere ser un fiel seguidor de Dios, tiene una razón especial para alabarlo: Hemos sido elegidos por él para bendecirlo con nuestra vida, que ha sido sacada «del estiércol», como dice el salmista para referirse a nuestra miseria humana, para ocupar un lugar entre los suyos y dar testimonio de lo que él, nuestro Dios, ha hecho en nosotros y en todos los suyos. Como Matías, todos tenemos una razón para seguir y alabar al Señor. Matías fue elegido cuando ya el Señor Jesús había ascendido a los cielos, ya no estaba físicamente pero su Espíritu sí. Es así como cada uno de nosotros somos elegidos, en la fe de la Iglesia, por eso se bautiza a los niños desde pequeñitos sin esperar que ellos crezcan y “elijan por si solos». El bautismo de los niños está puesto en la Iglesia en base a esa elección que por la fe de la comunidad se hace. El Evangelio de hoy nos lo recuerda: «No son ustedes los que me han elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca...» (cf. Jn 15,9-17). Que hoy la Madre de Dios, la Reina de los Apóstoles nos ayude a corresponder a la gracia que Dios nos ha concedido al haber sido elegidos para ser sus discípulos–misioneros como Matías y tantos más. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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