El Evangelio siempre acontece, es siempre actual, se cumple en toda época y lugar, aún y por supuesto en una época como la nuestra, en donde tantos católicos abandonaban la tradición de la Iglesia, dejándose atraer por el budismo, el hinduismo y una sarta de cultos sincretistas, navegando de religión en religión y de secta en secta y de creencia en creencia, sin comprometerse de lleno con ninguna. Seguir el Evangelio y hacerlo vida exige algo que es importantísimo: «fidelidad», y ciertamente esta es una palabra que no está muy de moda. El evangelista san Mateo, recoge unas palabras de Cristo en las que nos llama a la fidelidad al Señor (Mt 24,42-51). La expresión: «Velen y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor» (Mt 24,42) quiere decir: «¡manténgase fieles!». Es preciso tenerlo todo en orden para acertar en el destino definitivo de la vida. En este sentido es como se nos avisa que seamos fieles. Estemos alerta para que la muerte nos sorprenda preparados. Estemos alerta para acumular méritos para entrar en el Reino de la vida. Estemos alerta y bien despiertos para recibir la llamada definitiva. Estemos alerta y procuremos tener las cuentas claras de nuestra vida interior y presentarnos con la conciencia limpia ante nuestro Dios. Estemos alerta recordando que estamos a tiempo de cambiar. Estemos alerta a la llamada de Dios para seguirla sin condiciones estando bien atentos para responder: «¡Estoy listo!»
Jesús deja bien claro Jesús que nadie sabe nada respecto de la hora de su segunda venida y el fin del mundo: «De aquel día y hora nadie sabe, ni siquiera los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre« (Mt 24,36).Lo que importa entonces no es saber la hora del fin de este mundo, sino tener una mirada capaz de percibir la venida de Jesús ya presente en medio de nosotros en la persona del pobre que nos pide ayuda (cf Mt 25,40) y en tantos otros modos y acontecimientos de la vida de cada día que exigen fidelidad al Señor. Lo que importa es abrir los ojos, permanecer firmes y tener presente el ejemplo del buen empleado del que habla Jesús en la parábola del servidor fiel y prudente (Mt 24,45-51). Siempre he dicho que «perseverancia» y «fidelidad», son dos palabras que no se pueden separar. ¿Qué nos pide Jesús al llamarnos a ser fieles? Perseverar, que sigamos adelante, estemos siempre preparados, que no nos confiemos en que cumplimos a medias o a regañadientes con lo que Él nos pide, sino con la fidelidad, la ilusión y el ánimo del primer día, para que el paso del tiempo no nos haga decaer en nuestro entusiasmo y en la fidelidad.
Los católicos no podemos ser seguidores de Jesús a tiempo parcial, gente que únicamente se acuerde de Él los fines de semana para ir a Misa, y entre semana pique aquí y allá coqueteando con cosas venidas de otras religiones, cautivados por la «ensalada» que propone la New Age y buscando prosperidades pasajeras. No, esto no lo pude hacer un católico, porque la Iglesia es nuestra casa, es nuestra familia, es nuestro espacio de perseverancia y fidelidad en donde vivimos un compromiso de tiempo completo, entregándonos con alma y cuerpo a ser testigos de Jesús en medio del mundo como discípulos-misioneros. Si actuamos así, ya pueden venir vicisitudes y dificultades, guerras, terrorismo, el azote de la inseguridad ciudadana, el peligro de la delincuencia, el desbordamiento de los fenómenos naturales como las inundaciones de estos días en Texas y aquí en Ciudad de México, la amenaza de la enfermedad, la crisis económica, entre muchas otras... que todo lo superaremos como María, la sierva del Señor, con la práctica constante de la oración y con el examen de conciencia guardando y meditando las cosas en el corazón (cf. Lc 2,19.52). La fuerza nos la dan el Espíritu Santo, la Eucaristía, la lectura y meditación de la Biblia. El premio a esta perseverancia y fidelidad es la paz en el alma, la serenidad en nuestra mente y la felicidad en el corazón. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal! Y se acabó agosto.
Padre Alfredo.
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