
¡Cómo nos llama la atención lo espectacular, lo que se salga de lo ordinario, lo que sea llamativo! Pobre Pedro, emocionado pensando solamente en él, deja a los otros en la barca, se olvida de su comunidad, de sus amigos, y se lanza a algo muy atrevido. No nos conocemos suficientemente, nos emocionamos por lo espectacular y nos olvidamos de bajar a lo profundo de nosotros mismos. Pedro era un hombre generoso, pero también impulsivo, terco y primario, por eso se lanza fácilmente a realizar algo que no es ordinario, creyendo que así será más fácil ir con Jesús sin tener en cuenta a los demás. De alguna forma Jesús le desafió a que confiara en él y no en sí mismo. ¿Por qué no le invitó a subir a la barca con todos? ¿Por qué si Jesús le dijo «¡Ven!» él no les dijo a los demás «¡Vamos!»
Pedro es uno de los que con todos gritan por el fantasma, pero después, envalentonado, pasa a una actitud petulante y atrevida, como para presumir a los demás, y al final, se angustia al ver su propia realidad. Ha sido egoísta y presuntuoso, se da cuenta de que sólo la fe en Jesús sostiene nuestras vidas, por eso grita: «¡Señor, sálvame!» (Mt 14,30). ¡Qué poca fe! Como tú y yo tantas veces. Pero, no importa, acudamos como Pedro al Señor. También a nosotros nos tomará de la mano cuando por nuestro egoísmo y vanidad todo parezca perdido y nos salvará. Jesús pasó la vida haciendo el bien (Hch 10,38), curando a los enfermos y amando a todos los que se encontró por el camino precisamente en nombre de Dios, no solamente haciendo cosas espectaculares. Y a nosotros se nos olvida que es así como podemos imitarlo. Somos hombres y mujeres de poca fe, olvidando que en la vida ordinaria de cada día es donde podemos imitarle y seguirle, como María, que en su sencillez de Nazareth no hizo otra cosa que vivir para Él guardando sus enseñanzas en el corazón (Lc 2,19) y luego las ponía en práctica (Mt 12,50). ¡Feliz domingo, sin tantas cosas espectaculares y con el gozo de asistir a Misa!
Padre Alfredo.
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