El estilo de vida que yo llevo, como célibe, viviendo en castidad consagrada, no equivale a arrojar una sombra sobre el estado matrimonial. Por el contrario, conviene tener presente siempre lo que afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «Estas dos realidades, el sacramento del matrimonio y la virginidad por el reino de Dios, vienen del Señor mismo, Es él quien les da sentido y les concede la gracia indispensable para vivirlos conforme a su voluntad. La estima de la virginidad por el reino y el sentido cristiano del matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente» (n.1.620; cf. Redemptionis donum, 11). Yo creo que cada una de estas dos vocaciones, con sus dones y exigencias, exige «la debida madurez psicológica y afectiva» (Perfectae caritatis, 12). Esta madurez es indispensable para perseverar. ¡Cómo me duele que hoy sea tan fácil dejar una y otra vocación sin luchar! ¡No entiendo a mucha gente joven que, a la primera de cambio se divorcia o deja el convento o el ministerio sacerdotal! ¡Me cuestiona mucho ver vidas consagradas y matrimoniales vividas a medias entregando muy poco! ¡Tenemos que ser más fuertes, más valientes, más audaces como tantos santos casados y consagrados que lo dieron todo y vivieron alegres por seguir a Jesús! ¡Veamos juntos a María que vivió estas dos realidades con tanta felicidad!
El Evangelio nos da las condiciones para seguir con fidelidad a Cristo en este aspecto: la confianza en el amor divino y su invocación, estimulada por la conciencia de la debilidad humana, una conducta prudente y humilde; y, sobre todo, una vida de intensa de unión con Cristo en la oración. Unos y otros, casados y consagrados, hemos de rezar pidiendo al Señor la perseverancia y la fidelidad. Aquí estriba, bien lo sabemos, el secreto de la fidelidad a Cristo como esposo único del alma en estas dos vocaciones, única razón de nuestro existir. Bien decía la beata María Inés Teresa: «La única realidad, eres Tú, Jesús». Unos versículos del Evangelio de san Mateo (19,3-12), hablan de estas dos vocaciones. Jesús, en este trocito del Evangelio, lanza una llamada a favor de la indisolubilidad del matrimonio. El texto afirma que «solo pueden entender esta palabra los que han recibido el don», ya que para Jesús la concepción humana del amor conyugal es «un don de Dios» y su doctrina no es entendida por todos. Respecto al celibato, invita a la continencia perpetua a los que quieran consagrarse exclusivamente al Reino de los Cielos.
Cabe destacar la insistencia de Jesús en dos puntos: primero, la libertad que requiere la decisión del celibato «por razón del reino de Dios», cuestión que no es impuesta ni por la naturaleza ni por la fuerza; y segundo, que el Reino de Dios es la motivación profunda de esta decisión voluntaria. El Papa Francisco dice a los matrimonios: «el matrimonio no es "una ficción" sino que pertenece a la "vida real" por lo que tendrán que afrontar "con reciprocidad" las diversas circunstancias con las que se topen en su camino. Y un consejo “Para un buen matrimonio hay que enamorarse muchas veces, siempre de la misma persona”» (14 sep. 2014). A los consagrados, el Papa nos recuerda: «Cuanto más enraizados estemos en Cristo, más vivos y fecundos seremos. Así el consagrado conservará la maravilla, la pasión del primer encuentro, la atracción y la gratitud en su vida con Dios y en su misión”. En este sentido, la calidad de nuestra consagración depende de cómo sea nuestra vida espiritual» (29 abr. 2017). Vivamos felices nuestra vocación y hoy, que es viernes, y recordamos la entrega de Cristo por nuestra salvación, démoslo todo también nosotros, para seguir construyendo una nueva civilización en el amor. ¡Feliz y bendecido día!
Padre Alfredo.
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