¡Que palabras tan duras dice algunas veces Jesús a los escribas y fariseos! Y es lo que hoy meditamos en una parte del capítulo 23 de san Mateo. Se trata de los llamados «Ayes», la denuncia más terrible y explícita en el Nuevo Testamento. Como alguien decía por ahí: «estos ayes son como un trueno por su incontestable severidad, y como un relámpago por su exposición indiscriminada... Iluminan al mismo tiempo que hieren». Al meditarlos, pienso cómo se quedarían los doctores y en los fariseos del tiempo de Jesús escuchando esto, pero, sinceramente, también y sobre todo los aplico a mi vida, a nuestra vida, a nuestra Iglesia, a nuestra sociedad y a nuestro mundo de hoy. La palabra griega para «ay» es «uai», que es difícil de traducir, porque incluye no solo ira sino también lástima. Hay aquí justa indignación; pero es la indignación del corazón de amor, quebrantado por la ceguera testaruda de las personas.
Está el «ay» (Mt 23,13) contra los que cierran la puerta del Reino. «Que cierran a los hombres el Reino de los Cielos! Ustedes ciertamente no entran; y a los que están entrando no les dejan entrar». ¿Cómo cierran el Reino aquellos hombres letrados? Presentando a Dios como un juez severo, dejando poco espacio a la misericordia. Imponiendo en nombre de Dios leyes y normas que no tienen nada que ver con los mandamientos de Dios, falsificando la imagen del Reino y matando en los otros el deseo de servir a Dios y el Reino. Una comunidad que se organiza alrededor de este falso dios no puede entrar en la dinámica del Reino, ni puede ser expresión del Reino, además, impide que sus miembros entren en el Reino. Cristo denuncia, con otro «ay» a los que usan la religión para enriquecerse (Mt 23,14-15). Jesús permite que los discípulos vivan del evangelio, pues dice que el obrero merece su salario (Lc 10,7; cf. 1Cor 9,13-14), pero usar la oración y la religión como medio para enriquecerse, esto es hipocresía y no revela la Buena Nueva de Dios. Transforma la religión en un mercado. Jesús expulsa a los comerciantes del Templo (Mc 11,15-19) citando a los profetas Isaías y Jeremías: «Mi casa es casa de oración para todos los pueblos y ustedes la han transformado en una cueva de ladrones» (Mc 11,17; cf. Is 56,7; Jr 7,11)). Cuando el mago Simeón quiso comprar el don del Espíritu Santo, Pedro lo maldijo (Hech 8,18-24). Simón recibió la «condena más severa» de la que Jesús habla en el evangelio de hoy.
Qué tremendo es también leer y meditar el «ay» contra los que hacen proselitismo. «¡Ustedes recorren mar y tierra para ganar un adepto y, cuando lo consiguen, lo hacen todavía más digno de condenación que ustedes mismos! (Mt 23,15). Hay personas que se hacen misioneros y misioneras y anuncian el evangelio no para irradiar la Buena Nueva del amor de Dios, sino para atraer a otros a su grupo o a su iglesia nada más. Una vez, Juan prohibió a una persona el que usara el nombre de Jesús porque no formaba parte de su grupo. Jesús le respondió: «No se lo impidas. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros” (Mc 9,39). El documento de Aparecida, bajo el título: «¡Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que en él nuestros pueblos tengan vida!» nos dice que el objetivo de la misión no es para hacer proselitismo, sino para que los pueblos tengan vida, y vida en abundancia. En otro «ay» Jesús habla contra los que viven haciendo juramentos. «Ustedes dicen: “Si uno jura por el Santuario, eso no es nada; mas si jura por el oro del Santuario, queda obligado!”». Cuánta incoherencia de tantos juramentos que la gente hacía o que la religión oficial mandaba hacer: juramento por el oro del templo o por la ofrenda que está sobre el altar (Mateo 23,16-22). Yo creo que la enseñanza del Señor, en el Sermón de la Montaña, es el mejor comentario del mensaje del evangelio de hoy: «Pues yo les digo que no juren en modo alguno: ni por el Cielo, porque es el trono de Dios, ni por la Tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey. Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro. Sea tu lenguaje: “Sí, sí” y “no, no”: que lo que va más allá viene del Maligno» (Mt 5,34-37). Estos «ayes» están en vigencia, sobre todo cada vez que nos adentramos tanto en querer perfeccionar la práctica de las cosas externas de nuestra religión, que olvidamos que a Dios le interesa sobre todo la misericordia, el amor verdadero y el perdón. ¡Feliz lunes, celebrando a san Agustín, a los adultos mayores y yo dando gracias por un año más de vida!
Padre Alfredo.
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