La fe en nuestro Señor Jesucristo no puede ser solo una cuestión racional; la fe —lo sabemos de sobra por nuestra experiencia— es también una cuestión del corazón, de un corazón que se adhiere a Cristo. Así lo fueron aprendiendo los Apóstoles (Mt 14,22ss). El que se arriesga a creer y confiar en Cristo con la razón y con el corazón, es sostenido por ese su Sagrado Corazón. Es por eso que decimos: «Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío». Pedro, cuando con el viento en contra, es invitado por Jesús a caminar con Él sobre las aguas, ve que se hunde y le grita: «!Señor, sálvame!» (Mt 14,30). El que cree en Jesucristo debe confiar en Él aún en medio de los problemas y dificultades de cada día y decirle: «Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío».
La Beata María Inés Teresa Arias, en una de sus meditaciones en torno a esto, escribe: «Aunque el alma esté agitada por todos los vientos; aunque la tempestad parezca inundar la débil barquita; aunque el cielo esté encapotado; aunque la furia de la tempestad haga de la pobre barca un juguete, no puede temer, si la fe sigue iluminando su sendero; si la fe es el faro luminoso que la llevará al puerto; si María, la dulce estrella de los mares, la conduce. Entonces, que no tema nada: Dios es débil, ante el poder de una oración confiada». (Estudios y meditaciones). Jesús —dice el Evangelio— extendió la mano, agarró a Pedro que parecía hundirse al no poder caminar sobre las aguas, y le dijo: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» (Mt 14, 31).
Muchas veces nuestra vida se parece a esa barca zarandeada por las olas a causa del viento contrario. La «débil barquita» puede ser la vocación, el propio matrimonio, la salud, los negocios… El viento contrario puede ser la incomprensión, la hostilidad, la dificultad para encontrar casa o trabajo, etc. Ante situaciones angustiosas, parece que el corazón«se apachurra». ¡Hay que tener fe y gritar: «Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío», porque nos falta fe, no tenemos la suficiente fe para confiarnos al corazón misericordioso del Señor que no nos dejará hundirnos. En cada tormenta que puede surgir en el agitado mar de nuestro corazón, Dios siempre viene a nosotros y nos rescata. El puede devolvernos la serenidad, la calma. El es capaz de tranquilizar el viento y las olas de nuestra vida, sin olvidar nosotros que, allí a nuestro lado, aunque no veamos, está siempre María su Madre. ¡Feliz y bendecido martes!
Padre Alfredo.
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