lunes, 28 de agosto de 2017

«28 DE AGOSTO, EL DÍA DEL ADULTO MAYOR EN MÉXICO»... Una breve reflexión sobre el tema


Cuando yo era niño, era común escuchar en el lenguaje la palabra «anciano» o «viejo». De hecho, nadie se molestaba si se le reconocía haber llegado a la llamada «tercera edad». Hace algunos años, la mayoría de los países miembros de la ONU, adoptaron el término «adulto mayor» a partir de los 60 años de edad. Gracias a una encuesta realizada por la periodista Inna Jaffe, entre 2,700 oyentes de la estación de radio NPR, con sede en Culver City, California, «adulto mayor» (según el 43% de los encuestados) es el término que más les gusta escuchar. Yo utilizo cualquiera de estos términos, por en los cuales encuentro el cúmulo de experiencia y el tesoro de la riqueza de todas estos hermanos y amigos que van gastando y desgastando su vida cooperando con lo que les toca para contruir, en nuestro mundo, la civilización del amor.

Bíblicamente, la edad del adulto mayor se designa para exaltar la experiencia y sabiduría, como una bendición de Dios. En el Nuevo Testamento adquiere importancia cuando representa la acogida al misterio salvador de Cristo. Entonces, en él aparece la culminación de la vida. En el término «anciano» la Biblia ve más que nada un símbolo, antes que una realidad personal. El anciano es el hombre venerable, reflejo del anticipo de la vida eterna y conquista de la juventud que, como afirma la beata María Inés Teresa, solo se va acumulando. 

Los avances de la ciencia, y los progresos de la medicina, han contribuido notablemente a prolongar en los últimos años la duración media de la vida humana. La «tercera edad» abarca una parte considerable de la población mundial y, en muchas de nuestras comunidades parroquiales, abraca la inmensa mayoría de los miembros. Esta edad del «adulto mayor», es contemplada en aquellas personas que con un límite determinado de edad salen de los circuitos productivos, aún disponiendo muchas veces de muchos recursos y sobre todo de la capacidad de participar en el bien común. A este grupo abundante de ancianos jóvenes, como definen los demógrafos, según la nuevas categorías de la vejez, a las personas de los 65 a los 75 años de edad; se agrega el de los los ancianos más ancianos, que superan los 75 años, la ahora denominada «cuarta edad», cuyas filas están destinadas a aumentar más y más. Es importante que todos los adultos mayores que militan en la Iglesia lean el documento llamado «La dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el mundo», del Pontificio Consejo para los laicos (8.VII.2006), en el cual se ahonda en el tema de una manera clara y profunda.

La Iglesia, a pesar de denominarse «siempre joven», ha tenido, a lo largo de su historia, un cuidado especial para los ancianos. El Adulto Mayor tiene rostro de bautizado y es un miembro muy importante del pueblo de Dios. Muchos adultos mayores participan activamente en los diversos ministerios laicales  en la Asamblea Eucarística.

La edad del «adulto mayor» en la Iglesia, según el Catecismo de la Iglesia Católica y el Derecho Canónico, está marcada a partir de los 59 años. Los adultos mayores representan la «memoria histórica» de las generaciones más jóvenes y son portadores de valores fundamentales. Dondequiera que falta la memoria faltan las raíces y, con ellas la capacidad de proyectarse con la esperanza en un futuro que vaya más allá de los límites del tiempo presente. 

San Juan Pablo II, cuando todavía era relativamente joven, decía a los ancianos: «No se dejen sorprender por la tentación de la soledad interior. No obstante la complejidad de sus problemas [...], las fuerzas que progresivamente se debilitan, las deficiencias de las organizaciones sociales, los retrasos de la legislación oficial y las incomprensiones de una sociedad egoísta, (los ancianos) no están ni deben sentirse al margen de la vida de la Iglesia, o como elementos pasivos en un mundo en excesivo movimiento, sino sujetos activos de un período humanamente y espiritualmente fecundo de la existencia humana. Tienen todavía una misión por cumplir, una contribución para dar» (Juan Pablo II, Insegnamenti... VII, 1 en 1984, p. 744). Hablando a los adultos mayores, el 1 de octubre de 1999, el santo Papa terminó su discurso con una oración que merece la pena hacer en este día:

«Concédenos, Señor de la vida, la gracia de tomar conciencia lúcida de ello y de saborear como un don, rico en ulteriores promesas, todas las etapas de nuestra vida. Haz que acojamos con amor tu voluntad, poniéndonos cada día en tus manos misericordiosas. Cuando venga el momento del "paso" definitivo, concédenos afrontarlo con ánimo sereno, sin pesadumbre por lo que dejemos. Porque, al encontrarte a ti, después de haberte buscado tanto, nos encontraremos con todo valor auténtico experimentado aquí en la tierra, junto a quienes nos han precedido en el signo de la fe y de la esperanza. Y tú, María, Madre de la humanidad peregrina, ruega por nosotros «ahora y en la hora de nuestra muerte». Mantennos siempre muy unidos a Jesús, tu Hijo amado y hermano nuestro, Señor de la vida y de la gloria. Amén.

Creo que todos debemos aprender a envejecer, y no es que lo diga yo, que hoy cumplo 56 años de vida y me voy acercando a la «tercera edad». Y creo también que todos debemos ayudar a envejecer a los demás, porque hoy parece que muchos, aunque sea por fuera, quieren seguirse viendo de 15 años y tal vez por eso, en lugar de entender y amar más esta etapa dorada de la vida, se le quiera hacer a un lado o encerrar en cuatro paredes. Ojalá todos seamos concientes de la riqueza y dignidad de la tercera y cuarta edad, de la amistad, de la solidaridad, y de la belleza del mundo que nos habla de la belleza infinitamente más grande del Creador (cf. Juan Pablo II, 30.XI.86). Confiemos al cuidado de la Santísima Virgen a todos los adultos mayores y confiémonos también a ella los que vamos en proceso.

¡Felicidades a todos los adultos mayores en su día!

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

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