miércoles, 23 de agosto de 2017

«MONEDAS POR LAS ALMAS»... Un pequeño pensamiento para hoy

La beata Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, hablaba constantemente de «monedas» por la salvación de las almas. Jesucristo, en una parábola que está en el Evangelio de San Mateo (Mt 20,1-16) y en otras más, habla de «monedas», monedas que recompensan el trabajo que se ha hecho en su viña, su Iglesia. ¿Con qué moneda nos pagará el Señor el trabajo que realizamos? La mejor paga que nos dará será la vida eterna, y esa paga será igual para todo aquel que haya querido trabajar en la viña, haya llegado muy temprano, a medio día o por la tarde a dar su tiempo y su esfuerzo por la viña buscando ganar «monedas para la salvación de las almas». Esta parábola de los trabajadores de la viña, es similar a la que tanto conocemos del hijo pródigo y su hermano mayor (Lucas 15,11-32). En ambas parábolas, se muestra la gracia que se le da a la persona que menos la merece y ofende a quienes piensan que ellos sí la merecen. La parábola del hijo pródigo es tan atrayente que nos roba el corazón. Pero también cuando veamos esta otra parábola de Mateo debemos alegramos de la misericordia que se le mostró a los que llegaron al último a dar el poco tiempo del día que les quedaba.

¡Cuánta necesidad hay en la viña de nuestro trabajo! Esa viña, que es la Iglesia, necesita de nosotros en las misiones, en nuestra ciudad, en nuestra parroquia, en nuestro grupo, quizás también en nuestra propia familia. Porque a unos les falta el pan material y a otros el alimento espiritual, que es la palabra de Dios. ¡Qué importa la edad o los medios que tengamos! ¡Qué importa la hora en que lleguemos! Cada uno tenemos una vocación muy concreta que Dios nos ha regalado, una misión insustituible. ¿Te has puesto a pensar cuál es tu misión? ¿Te has cuestionado por qué el Señor te llamó a esa determinada hora a trabajar en su viña? ¿Cuál es la paga que esperas? De entrada, como trabajadores en la viña, todos tenemos la misión de ser cristianos, por algo fuimos bautizados. Y un cristiano lo es en la medida que da testimonio con su vida en el lugar en donde se encuentra. Pienso en la paga hermosa que puede dar el Señor cuando leo el salmo 23: «Bondad y amor me acompañarán todos los días de mi vida, y habitaré en la casa de Yahvé por años sin término» (Sal 23,6).

Hay diversas maneras de trabajar en la viña del Señor: la oración, el consejo acertado, la ayuda económica, la coordinación de algún grupo, el colaborar en la enseñanza, la donación de tiempo en la misión, etc. Hay que echarle ganas en ese compromiso apostólico, y seguro que encontraremos realización en la entrega. Y si no, pregúntenle a Roberto González cuando decía: «¡Ahí viene el padre Alfredo… y cómo le dices que no!»… Cuando vivimos nuestro compromiso con Dios como Roberto, que sigue perseverando en el servicio del Señor con tanta entrega y generosidad, como muchos otros que conocí desde jovencitos, se capta con alegría que para Dios no hay «contratos» ni «intercambios mercantiles» como en el mundo consumista en el que vivimos. Para Dios hay cariño, entrega, servicio y gratitud. Y Él siempre quiere totalmente, infinitamente, a todos, independientemente de las «horas» y de la clase de tarea que se haya realizado en la viña. Cristo te necesita. Necesita tus manos, tu inteligencia, tu servicio para hacer algo por los demás en su viña. Es cuestión de decidirse a ser un apóstol imitando el «sí» de María y prepararse para el premio de la vida eterna que es la mejor paga. ¡Feliz y bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

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