Cada dos de agosto, Costa Rica amanece de fiesta, porque celebra a Nuestra Señora de los Ángeles, una advocación mariana originaria de España que fue declarada Patrona de Costa Rica por el Congreso de la República en 1824 y cuya imagen se conserva «como un tesoro» en la Basílica de Cartago. Por otra parte, y en este mismo día, en el año 1216, en una visión, San Francisco le pidió al Señor, que se encontraba junto a la Virgen y sus ángeles, que le concediese una indulgencia a cuantos visitasen la Iglesia dedicada a la Virgen bajo la advocación de Santa María de los Ángeles. El Señor le ordenó que se dirigiese al Pap Honorio III el favor deseado. Esta indulgencia se conoce como «la indulgencia de la Porciúncula» o «el Perdón de Asís».
El Evangelio de este martes nos habla, en un breve fragmento, de «un tesoro» (Mt 13,44-46), es el tesoro del Reino de los Cielos, y que mejor ejemplo de lo que es este Reino que la vida de la Santísima Virgen María, mujer sencilla, alegre, justa, servicial, amorosa... ¿qué no son estos los valores del Reino? Ella encontró el tesoro de la vida, el tesoro de la felicidad en la aceptación gozosa de la voluntad de Dios y en la vivencia de los detalles pequeños de cada día en Nazareth. Su corazón se ensancha para albergar la Palabra, meditarla, hacerla vida; sus manos se abren para darnos a Cristo.
El también breve texto de la Primera Lectura de hoy (Ex 34,29-35), nos indica hasta tres veces que el semblante de Moisés era radiante. El gozo de ver a Dios ha quedado grabado en su rostro, un rostro radiante como el de María, poseedora del Reino. ¿Cómo es mi rostro? ¿Refleja mi faz la alegría de poseer el tesoro del Reino como María? ¿Comparto este gozo del encuentro con Dios como Moisés? ¡Feliz, bendecido y mariano martes 2 de agosto!
Padre Alfredo.
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