El evangelista san Marcos, nos narra con detalle el martirio de Juan el Bautista, el precursor de Jesús y esto ocupa la reflexión que este martes comparto. Juan precedió a Cristo, según el relato, no solamente en el nacimiento a la vida terrenal, sino a la vida eterna y en una muerte injusta, como la del Maestro. Todo este episodio (Mc 6,17-29), está marcado por la injusticia. El texto nos dice que Herodes estaba convencido de que Juan «era un hombre honrado y santo y lo defendía». Pero, por instigación de Herodías, su mujer, y porque Juan, anteponiendo, como todo verdadero profeta, la verdad a su vida, no aprobaba esa unión de Herodes con esta mujer «lo había metido en la cárcel encadenado». Un acto de injusticia y abuso de poder como los que desgraciadamente muchas veces se siguen viendo hoy. A este acto se sigue otro acto de injusticia, como haciendo una cadena, un acto de injusticia y de claro abuso de poder con la decisión que toma Hedores de matar a Juan después del baile de la hija de Herodías y su petición de entregarle, como premio por el buen espectáculo, la cabeza de Juan.
Herodes manda decapitar a Juan; pero lo hace cometiendo una grave injusticia y solo para quedar bien con sus invitados, que han quedado fascinados por la perfecta ejecución de la danza de la muchacha, que, además de bailar bien, parece no tener cabeza para aspirar a algo en esta vida, pues renuncia a la posesión de la mitad del reino que le promete Herodes solamente por dejarse influenciar por su «dolida» madre. El deseo de una pérfida mujer, ha sido orden para un hombre que está aún bajo su embrujo y que no se siente con ánimo para volverse atrás de su juramento debido al qué dirán, si no cumple... Puedo imaginar las caras de algunos de los convidados al ver aquel espectáculo de la cabeza de Juan sobre la charola y a la muchacha compungida y lamentándose de su tonta e injusta determinación. ¡Así se teje la red de complicidades humanas cuando reina la injusticia!
Creo que no nos interesa saber si las cosas sucedieron exactamente como se narran en el evangelio; pero ciertamente el relato refleja algo muy real. Por suerte, no solo en torno a la injusticia se tejen redes o se hacen eslabones; también pueden juntarse el poder y la influencia en orden a lo bueno, a la conquista de formas de vida mejores, de comportamientos ejemplares y envidiables, recordemos, entre otros a Nelson Mandela o a Gandhi. Incluso podemos pensar en un ejemplo evangélico: las bodas de Caná (Jn 2,1-11). La situación resulta bochornosa para quienes celebran la boda. María, la madre de Jesús ha sido «invitada» (Jn 2,1) y se percata de lo que está aconteciendo e interviene de inmediato ante Jesús, que al final, secunda el buen deseo de «la mujer». Incluso se entiende la función de María como la gran intercesora que obtiene del Señor, en favor nuestro, los dones de salvación. En el día del martirio de Juan Bautista, hay que tener presentes a tantas personas que a lo largo de la historia han muerto y siguen muriendo de manera injusta, por el abuso del poder del más fuerte, del que se aprovecha de su estatus, de que cree ser dueño de la situación. A los cristianos nos consuela profundamente saber que la última palabra no la tienen los más fuertes, sino nuestro Dios. Esa es la esperanza que nos debe hacer caminar en la verdad, como Juan el Bautista.
Padre Alfredo.
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