jueves, 24 de agosto de 2017

«¡SÍGUEME»... UN pequeño pensamiento para hoy

El objetivo del llamado que Dios nos hace, es siempre el mismo: «¡Sígueme!» (Mateo 8,22; 9,9; 19,21; Mc 2,14; 10,21; Lc 5,27; 9,59; 18,22; Jn 1,43; 21,19; 21,22; Hch 12,8). En el Evangelio, hay un pasaje en el que Felipe, que ha sido llamado (Jn 1,43) encuentra más adelante a Bartolomé (Llamado en el Evangelio Natanael) y habla con él sobre Jesús: «Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley y también los profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret» (Jn 1,45-51). De alguna manera podemos decir que lo invita a seguirle. Jesús es aquel hacia quien apuntaba toda la historia del Antiguo Testamento. Natanael preguntó con sencillez: «Es que, ¿puede salir algo bueno de Nazaret?» (Jn 1,46) y Felipe le dice: «¡Ven y verás!» (Jn 1,46). Cada uno de nosotros ha llegado a conocer a Cristo gracias a otra persona. Un sacerdote nos bautizó y nos da los demás sacramentos; en casa o en la parroquia nos enseñaron el catecismo; seguramente algún amigo o amiga en concreto nos ha atraído más hacia la fe... En cada cristiano, a lo largo de los siglos, se repite el evento de Felipe, Natanael y Jesús.

Cuando Jesús ve a Natanael dice: «¡Ahí tienes un verdadero israelita, sin falsedad!» (Jn 1,47) Israelita auténtico era aquel que sabe deshacerse de sus propias ideas cuando percibe que no concuerdan con el proyecto de Dios. El israelita que no está dispuesto a esta conversión no es ni auténtico, ni honesto. El esperaba al Mesías según la enseñanza oficial de la época (Jn 7,41-42.52). Por esto, inicialmente, no aceptaba a un mesías venido de Nazaret. Pero el encuentro con Jesús le ayudó a percibir que el proyecto de Dios no siempre es como la gente se lo imagina o desea que sea. Aquel hombre permaneció vacilante hasta que escuchó las palabras de Jesús, alabándole. Cristo demuestra que conoce perfectamente el interior del hombre, y por eso se permite elogiarle en público. ¿Y qué diría Jesús de nosotros? ¿Podría repetir las palabras que dirigió al santo que hoy contemplamos? Y tú, ¿qué opinión tienes de ti mismo? Natanael reconoce su engaño, cambia idea, acepta a Jesús como mesías y confiesa: «¡Maestro, tu eres el hijo de Dios, tú eres el rey de Israel!» (Jn 1,49). La confesión que hace este Apóstol no es más que el comienzo. Quien sea fiel, verá el cielo abierto y los ángeles que suben y bajan sobre el Hijo del Hombre (Jn 1,51) y experimentará que Jesús es la nueva alianza entre Dios y nosotros, los seres humanos. 

Quien ha conocido a Cristo, ha recibido el mayor don de esta vida. Pero con el don viene una responsabilidad. ¡Cuánta gente no ha escuchado hablar de Cristo! ¡Cuántos saben de Él, pero no lo conocen en realidad, y por eso no lo aman! ¡Cuántos saben que está vivo y presente en la Eucaristía y no le visitan! Y cuántos de ellos viven a nuestro lado, trabajan junto a nosotros, pasan por nuestras mismas calles. No podemos guardarnos el mayor tesoro de la humanidad para nosotros mismos. Tenemos que compartirlo, transmitir la gran noticia: ¡hemos encontrado a Aquél que tanto anhela el corazón humano! Al igual que estos dos discípulos, nosotros hemos sido invitados a ir en busca de ese Mesías que viene como Salvador, nos ama y nos llama. Ahora jueves es un hermoso día para hacer una visita al Santísimo Sacramento y con María y los Apóstoles, meditar esta palabra de Jesús que ha cambiado la vida de tantas personas: «Sígueme»

Padre Alfredo.

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