El «Jueves» siempre ha sido, en la Iglesia, un día «Eucarístico», pero hoy, al celebrar a san Lorenzo mártir, lo es de una manera muy especial. En el tiempo de la Roma imperial, Lorenzo era uno de los diáconos que asistían al Papa Sixto II, el Papa que fue asesinado mientras celebraba la Eucaristía. Lorenzo era el encargado de la economía de la Iglesia de aquel tiempo . El alcalde de Roma quiso confiscar todos los bienes de la comunidad cristiana y Lorenzo se dedicó durante tres días a repartir todos los bienes eclesiásticos entre los más pobres, vendiendo cálices, copones, candeleros y demás. Cuando el alcalde fue a recoger los bienes, se encontró con un gran grupo de pobres, que Lorenzo había reunido. Y Lorenzo le dijo: «¡Este es el tesoro de la Iglesia!». El alcalde despechado, decidió darle muerte lenta, quemándolo vivo en una parrilla un día como hoy del año 258. Esta historia ha llegado hasta nuestros días a través de los escritos de san Ambrosio, san Agustín, el poeta Prudencio y una inscripción del Papa Dámaso.
El afán del «poder» y del «dinero» siempre ha estado presente en el mundo. Es fruto del egoísmo económico que lleva al corazón a la esterilidad, como lo vemos en el mundo de hoy. Jesús nos dijo en su Evangelio, que si el grano de trigo no cae y muere, no produce fruto (Jn 12,24-26). La generosidad es la fuente de la multiplicación y la puerta al cielo, pero la generosidad implica morir para dar vida. La generosidad de Jesús fue palmaria: siendo rico, por nosotros se hizo pobre. En sus manos todo, todo, se multiplicaba: el vino, el pan, sus milagros, su amor por los niños y por los pobres. Él mismo, en la Eucaristía, es un «Pan» que se parte y se reparte.
Jesús Eucaristía viene también a nuestro encuentro en el que necesita. Hay que morir al «yo» para que el otro —el que está cerca y el que está lejos— tenga vida. Morir a mis quereres, a mis anhelos, a mi tiempo, a mis disposiciones, a mis necesidades y hasta a mis necedades. Morir como Lorenzo, dándolo todo. Morir como María, que con su «sí», renunció a su «yo» y nos dio a Jesús. ¡Contemplémoslo hoy Jueves en la Eucaristía y pidamos el valor de seguir muriendo para dar vida!
Padre Alfredo.
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