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El afán del «poder» y del «dinero» siempre ha estado presente en el mundo. Es fruto del egoísmo económico que lleva al corazón a la esterilidad, como lo vemos en el mundo de hoy. Jesús nos dijo en su Evangelio, que si el grano de trigo no cae y muere, no produce fruto (Jn 12,24-26). La generosidad es la fuente de la multiplicación y la puerta al cielo, pero la generosidad implica morir para dar vida. La generosidad de Jesús fue palmaria: siendo rico, por nosotros se hizo pobre. En sus manos todo, todo, se multiplicaba: el vino, el pan, sus milagros, su amor por los niños y por los pobres. Él mismo, en la Eucaristía, es un «Pan» que se parte y se reparte.
Jesús Eucaristía viene también a nuestro encuentro en el que necesita. Hay que morir al «yo» para que el otro —el que está cerca y el que está lejos— tenga vida. Morir a mis quereres, a mis anhelos, a mi tiempo, a mis disposiciones, a mis necesidades y hasta a mis necedades. Morir como Lorenzo, dándolo todo. Morir como María, que con su «sí», renunció a su «yo» y nos dio a Jesús. ¡Contemplémoslo hoy Jueves en la Eucaristía y pidamos el valor de seguir muriendo para dar vida!
Padre Alfredo.
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