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La Sagrada Escritura nos puede dar algunas pistas. En primer lugar hay que ir al libro del Génesis, que en el capítulo 2, versículo 7 dice: «El Señor Dios plasmó al hombre con la arcilla del suelo, insufló en sus narices un aliento de vida y el hombre se volvió un ser viviente». Por lo tanto, hemos de ver que el hombre en su totalidad es querido por Dios. Génesis 39,1-21 y Daniel 1,3-21 hablan acerca del cuidado y respeto que dos grandes personajes, como son José y Daniel, manifestaron por su cuerpo. San Pablo, en 1 Corintios 6,19-20 nos recordará que somos el templo de Dios y esto merece una atención especial.
Alguien pudiera objetar que el mismo san Pablo, en 1 Timoteo 4,8 nos dice: «Pues aunque el ejercicio físico trae algún provecho, la piedad es útil para todo, ya que incluye una promesa no sólo para la vida presente sino también para la venidera» Pero nótese que el versículo no dice que el ejercicio no tenga validez. Dice que hay que establecer bien las prioridades al decir que la piedad es de mucho más valor. La primera parte del versículo dice: «trae algún provecho.» pero a veces como creyentes nos saltamos la primera mitad del verso y nos centramos únicamente en la segunda mitad, cuando habla de la piedad. El famoso escritor CS Lewis dijo: «uno no tiene un alma, somos el alma y tenemos un cuerpo». El Concilio Vaticano II explica que «la unidad de cuerpo y alma, el hombre, por su propia condición corporal, sintetiza en sí los elementos del mundo material, que en él alcanza su plenitud y presenta libremente al Creador una voz de alabanza» (GS 14,1).
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Aunque el entrenamiento en la piedad sólida es lo más importante que debemos hacer como católicos, eso no quiere decir que los miembros de la Iglesia tengamos que devaluar el cuerpo que Dios nos ha dado. Es muy importante y del todo necesario, cuidar el cuerpo que lleva el alma, porque es tan delicado y resistente a la vez, dice 2 Cor 4,7, como una «vasija de barro» que, si no se cuida, no podrá albergar el alma.
No hay nada de malo en que el cristiano se ejercite. De hecho, la Sagrada Escritura, en 2 Cor 6,19.20 es clara en que debemos cuidar de nuestros cuerpos. Efesios 5,29 nos dice esto que hay que tomar en consideración: «Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida…» Y la Biblia también nos advierte contra la glotonería en Dt 21,20; Prov 23,2; 2 Pe 1,5-7; 2 Tim 3,1-9 y 2 Cor 10,5.
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En este mundo globalizado en donde la imagen parece ser lo más importante para muchos, el cuerpo es uno de los énfasis centrales de la moda que hoy dirige y comanda a la humanidad para cambiar lo que Dios nos ha regalado, que es nuestro cuerpo. Hay una epidemia de inconformidad con el cuerpo que va haciendo a muchos ir de cirugía en cirugía y hasta cambiar de sexo con la confusión que ha creado la llamada «identidad de género». Muchas personas gorditas quieren ser tan delgadas que las intensas dietas las llegan a enfermar; otros, en el extremo, se dejan engordar hasta llegar a tener graves problemas de salud. Si alguien tiene una nariz chata la quiere larga y respingada, si la tiene grande la quiere recortar. El de pelo chino lo quiere lacio y el greñudo quiere estar rapado mientras el pelón se realiza implantes de cabello. ¿Por qué no estar conforme con lo que Dios nos dio?
No somos dueños de nuestros cuerpos, sino administradores de nuestro cuerpo y por lo tanto no debemos profanarlo sino cuidarlo como algo ajeno, decía la beata María Inés Teresa afirmando: «Debo ser consciente de que no me pertenezco» (Ejercicios Espirituales 1941). Por consiguiente, si nuestro espíritu habita y se moviliza en el cuerpo para darle gloria a Dios y para edificación de la iglesia, hay que cuidarlo. Desafortunadamente nuestra sociedad concede al cuerpo un cuidado exagerado en el sentido de dar culto a la belleza a toda costa. Existe hoy una verdadera “dictadura de la belleza” que esclaviza especialmente a las mujeres. Los medios de comunicación muchas veces les impone un patrón de belleza; y hace sufrir a aquellas que no alcanzan este patrón.
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Debemos tener mucho cuidado y ejercitarnos física y espiritualmente, de manera que en todo sentido cuidemos nuestros cuerpos como templos del Espíritu Santo, pues con este mismo templo, podemos decir palabras deshonestas, calumniar a otra personas, chismear, criticar, etc. Es por eso que debemos de estar en constante oración para que Dios nos libre de usar nuestro templo para hacer cosas pecaminosas como dice Gál 5,19-21 el cual pide hacer a un lado el adulterio, la fornicación, la inmundicia, la lascivia, la idolatría, la hechicería, la enemistad, los pleitos, los celos, la ira, las contiendas, las disensiones, las herejías, las envidias, el homicidio, las borracheras, las orgías y cosas semejantes a estas que van matando el cuerpo y dejan sin la herencia del reino de los cielos. Todas las formas de vicios acaban afectando la salud. La vigorexia, ese trastorno del comportamiento que se caracteriza por la obsesión de conseguir un cuerpo musculoso, puede causar estragos porque es también un vicio, que incluso lleva a algunos a inyectarse sustancias tóxicas con las que lentamente van matando su organismo. Es necesario cultivar la virtud de la templanza pues nos ayuda a evitar toda especie de exceso, el abuso de la comida, del alcohol, del humo, de las medicinas usadas de manera equivocada.
Hay por ahí una frase que dice: «Todo con medida». Sí, debemos cuidar el cuerpo con una nutrición balanceada, con el ejercicio físico necesario, ir al médico periódicamente para el chequeo general y cuando se necesita. Debemos practicar deporte para mantenernos bien de salud, pero que no se convierta todo esto en una carga o un vicio que nos aleje de Dios. A la par de todo esto también hay que «ejercitar las rodillas» para orar al Señor y caminar en obediencia en su presencia, recordando que el cuerpo es clave para alabar a Dios y servirle al prójimo, pues incluso la llegada de la enfermedad, cuando cuidamos nuestro cuerpo y ponemos todo lo que está de nuestra parte, será vista como la llegada de «un tesoro» para colaborar a la salvación de las almas. No se puede despreciar la vida corporal; al contrario, debemos estimar y honrar el cuerpo, porque fue creado por Dios y destinado a la resurrección en el último día.
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En resumen, nuestro ser se compone de dos partes: el cuerpo mortal y el espíritu inmortal. El Señor llama a nuestro cuerpo «templo», ya que se trata de la residencia temporal de nuestro espíritu eterno (1 Cor 3,16). Puesto que el espíritu y el cuerpo unidos conforman una unidad, lo que afecta a uno, afecta al otro. Al cuidar de nuestros cuerpos, logramos que nuestro «templo vivo» sea una aceptable morada para nuestro espíritu. No pensemos que cuidar nuestra salud sea algo malo. El Señor nos ha dado un cuerpo para que lo cuidemos lo mejor posible. La falta de una buena dieta, ejercicio físico y sanos hábitos, nos hacen vivir por debajo de lo que Dios ha diseñado para nuestras vidas. Un buen ejemplo de lo bien que hace el ejercicio es el gimnasio «Divine Mercy Crossfit» en Denver, Colorado, en donde un buen número de sacerdotes, consagrados y fieles laicos acuden a diario. Y, como este, seguro habrá otros centros en los que como dice el padre Brian Larkin miembro de este gym: «Tú puedes ofrecer tus sufrimientos durante el tiempo de ejercicio por la salvación de las almas».
Termino recordando un hecho de la Santísima Virgen María que me hace pensar en la necesidad del ejercicio físico. ¿La Virgen María en este tema? Sí, claro. La Sagrada Escritura en Lc 1,39, nos dice que «María se encaminó "presurosa" a visitar a su pariente Isabel». Si no hubiera estado en buena forma... ¡no hubiera podido encaminarse "presurosa"!
Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.
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