sábado, 12 de agosto de 2017

El cuidado de un enfermo terminal...


A lo largo de 28 años de vida sacerdotal, me ha tocado, muchas veces y entre otras cosas por el ministerio, asistir y acompañar a enfermos que están ya en etapa terminal o que han sido desahuciados. Creo que no debemos engañar a un hermano enfermo si está cerca de la muerte, porque no estaría bien decirle que todo marcha bien y que no hay por que preocuparse. La beata María Inés Teresa era muy consciente de esto y de hecho pidió que a ella misma no le ocultaran nada con respecto a su salud. Pero, en este tema, no debemos olvidar que es de vital importancia el que seamos misericordiosos con el enfermo, ya que se trata de un tiempo en que él mismo debe aprovechar para prepararse al encuentro con el Señor que ha tenido la delicadeza —como decía san Alberto Hurtado— de darle esa oportunidad. Los últimos días de vida del enfermo terminal, cuando está consciente, pueden ser decisivos para la vida eterna, ya que es un tiempo muy favorable para recibir los Sacramentos de la Reconciliación, la Unción de los enfermos y el viático (la Comunión ante la muerte inminente).

Me ha tocado conocer algunos casos en que la gente realmente prepara las maletas para su viaje a la vida eterna, y se alistan para el momento que Dios lo disponga,.Algunos casos han quedado grabados en mi corazón dejándome una gran enseñanza sobre el viaje final hacia la eternidad en la que no habrá llano ni dolor (Ap 21,4).

Para los hombres y mujeres de fe, parte de esta preparación la constituye el sacramento de la Unción de los Enfermos. No podemos dejar de lado este sacramento que se debe recibir tan pronto se sepa que llega la visita inesperada de Dios en la enfermedad, especialmente si lo diagnosticado es grave, recordando que este Sacramento no es para dejarse hasta que el paciente esté en coma, sino para ponerse en las manos de Dios y expresar la apertura a su voluntad, incluida por supuesto, la esperanza de la curación y fortalecerse para llevar la cruz de la enfermedad con fe y generosidad.

Es necesario, cuando se tiene un enfermo terminal en casa o se le acompaña en alguna institución especial para el caso, sensibilizarse y, por consiguiente, asegurar la mejor asistencia posible al enfermo sin hacer de su cuidado una rutina que se quede solamente en el plano humano, sin sobrenaturalizarlo. Hay que ayudar al enfermo a valorar, en el plano humano y sobre todo en el espiritual, el sufrimiento que le asemeja a Cristo crucificado por la salvación del mundo. Mantener al párroco o a un sacerdote cercano a la familia, al tanto de la situación del enfermo para que constantemente esté pidiendo por él y pedir a religiosas sus oraciones. Buscar que un Ministro Extraordinario de la Comunión le lleve la Eucaristía. De manera especial rezar con el enfermo —si su condición lo permite— el Santo Rosario y otras devociones.

El Papa Francisco, dice que: «Como santa Bernadette —a quien se le apareció la Virgen en Lourdes— estamos bajo la mirada de María». El Papa cuenta que «la humilde muchacha de Lourdes cuenta que la Virgen, a la que llamaba "la hermosa Señora", la miraba como se mira a una persona. Estas sencillas palabras describen la plenitud de una relación. Bernadette, pobre, analfabeta y enferma, se siente mirada por María como persona. La hermosa Señora le habla con gran respeto, sin lástima. Esto nos recuerda que cada paciente es y será siempre un ser humano, y debe ser tratado en consecuencia. Los enfermos, como las personas que tienen una discapacidad incluso muy grave, tienen una dignidad inalienable y una misión en la vida y nunca se convierten en simples objetos, aunque a veces puedan parecer meramente pasivos, pero en realidad nunca es así».

San Pablo dice: «Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse» (Rm 8,18), y unos versículos después: «Porque en la esperanza fuimos salvados» (Rm 8,24). Cuando tenemos un enfermo terminal a nuestro lado, comprendemos con más claridad que las circunstancias dolorosas del tiempo en que vivimos nos van acercando vertiginosamente a su final; son advertencias apremiantes del cielo, para que fortalezcamos y reavivemos nuestra esperanza. El tiempo es corto y, muy pronto, llegará el fin de todos los llantos, clamores y dolores del presente, vivamos esta magnífica esperanza que es prenda de la salvación y acompañemos a nuestros hermanos enfermos que viven su etapa terminal en este mundo mientras se llega el día en que «ya no habrá muerte, ni llanto ni dolor... porque el mundo viejo ha pasado» (Ap 21,4).

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

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