jueves, 10 de agosto de 2017

Conocer y enseñar la Palabra de Dios... Una necesidad del discípulo-misionero


La beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, en una carta colectiva de 1974, escribía que el estudio principal para todo bautizado es la Sagrada Escritura. «Allí —decía la beata— se han forjado los santos; de allí han sacado toda su ciencia, como un santo Tomás y un san Buenaventura».

En otra parte la beata apunta: «Hemos estudiado la Sagrada Escritura, la hemos meditado, hemos amado lo que Dios allí nos enseña, de manera especial su vida, escrita sucintamente por los evangelistas, y nos hemos enamorado de él, como Esposo de nuestras almas; por esto tratamos de evangelizar siempre, y nuestra misión como evangelizadores no consiste en enseñar una sabiduría propia, sino en enseñar la Palabra de Dios».

Parece —a primera vista— algo complicado realizar un estudio continuado del Libro Sagrado que marca nuestras pautas de vida como creyentes, como cristianos y como bautizados. Pero, para alguien que se ha encontrado con Cristo, que se ha dejado alcanzar por él, no bastaría la sola lectura de la Biblia con fe y devoción. Hay que reunir la fe, la oración y la devoción con el estudio, como dice Madre Inés, porque leer la Biblia sin una adecuada preparación, sería tentar a Dios. El discípulo-misionero debe prepararse para leerla y estudiarla. Si no, puede suceder cualquier cosa. La historia de nuestra fe es así. 

Por lo tanto, es necesario introducirse en el estudio de la Sagrada Escritura sea cual sea nuestra edad y condición. Hoy, más que nunca, debemos tener una cierta preparación para iniciar una lectura seria de la Biblia y en muchas parroquias e instituciones se nos brinda esta ayuda a todos los niveles. Para muchos de nuestros católicos, la Biblia sigue siendo un hermoso libro cerrado que adorna la sala o la biblioteca. El problema es: ¿cómo leer, cómo comenzar con este libro? Siempre ha sido difícil la iniciación a la lectura de la Biblia. Exige del neófito paciencia, humildad, serenidad y una cierta disciplina intelectual.

¿Qué pasaría si tratamos la Biblia como tratamos a nuestro teléfono móvil?, se pregunta el Papa Francisco? «Si la lleváramos siempre con nosotros, o al menos el pequeño Evangelio de bolsillo, ¿qué sucedería?» —nos cuestiona el Santo Padre y puntualiza: «Si tuviéramos la Palabra de Dios siempre en el corazón, ninguna tentación podría alejarnos de Dios y ningún obstáculo podría desviarnos del camino del bien; sabríamos vencer las sugerencias cotidianas del mal que está en nosotros y fuera de nosotros; seríamos capaces de vivir una vida resucitada según el Espíritu, acogiendo y amando a nuestros hermanos, especialmente a los más vulnerables y necesitados, e incluso a nuestros enemigos».

La Biblia fue escrita en el seno del pueblo y para el Pueblo de Dios por escritores inspirados. Es la Palabra de Dios que animó y llenó de esperanza tanto al pueblo de Israel como a las primeras comunidades cristianas, impulsando una profunda fe y, a su vez, llamando a un auténtico testimonio cristiano que, en nuestros días, sigue acompañando el caminar de la humanidad. Desafortunadamente, en la Iglesia Católica de hoy, la Biblia no ocupa todavía el lugar que debería ocupar.

El espacio que se le concede a la Biblia en la Iglesia Católica, casi se sigue limitando para muchos a la liturgia de la Palabra en la Misa y sólo para unos cuantos, al estudio académico. En la liturgia, con frecuencia, se desaprovecha la oportunidad de profundizar en el mensaje de la Escritura y, por otra parte, los estudios académicos no están al alcance de la mayoría de los cristianos. Pero, existen otros espacios y tiempos creados por el Pueblo de Dios para la reflexión y vivencia de la Palabra de Dios.

Hay que empezar por un paso muy sencillo, dar un primer paso en la comprensión de la Biblia para profundizar luego, en el conocimiento de la misma. Lo que interesa es tener por lo menos un conocimiento básico y una comprensión general sobre la Sagrada Escritura para luego, como María, después de escucharla, guardarla en el corazón y ponerla en práctica (cf. Lc 2,19; 8,21).

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

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