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Si el libro del Deuteronomio nos dice que el Señor es nuestro Dios, que hay que amarlo con todo tu corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas y que eso hay que llevarlo en el corazón y repetirlo por doquier estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado (Dt 6, 4-13) por qué no creer y esperar en los milagros? ¡Cuántos milagros suceden en nuestras vidas cada día y pasan desapercibidos! Cuando veo de cerca la incredulidad, incluso entre los que estamos «cercanos» a Dios, siento como si Cristo preguntara a los que formamos la Iglesia: ¿Qué gente tengo a mi lado?, ¿en manos de estos puedo dejar la construcción del Reino?, ¿Iglesia: crees tú en mí?
Los discípulos no entendían en qué habían fallado (Mt 17,19). Jesús, en pocas palabras les da la respuesta y les dice: «por su poca fe». No les dice que no la tengan, sino que aún es muy pequeña. Es sábado, un día dedicado a María siempre. Ella es la mujer de fe por excelencia que nos sostiene y acompaña en los momentos de duda y de incredulidad para que contemplando su «sí» incondicional, reformulemos nuestra fe y la hagamos crecer aunque sea al tamaño de un granito de mostaza (Mt 17,20). ¿Cómo es mi fe? Todo es posible para el que cree. ¡Bendecido sábado y mil y mil gracias por el testimonio de su fe y por rezar por mi!
Padre Alfredo.
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