Ciertamente que seguimos viviendo en medio de una sociedad que en mucho se parece a esa generación «incrédula y perversa» de la que habla Jesús en el Evangelio (Mt 17, 14-20), una generación que no cree en los milagros. Yo sí creo y claro que creo. Ayer me tocó revisión medica de mi problema en la fosa nasal derecha y cuál va siendo mi sorpresa que el especialista, el Dr. Guevara, me dice que está maravillado de cómo ha ido evolucionando lo que se esperaba que no resultara... ¡Él mismo dice: «no podemos descartar un milagro, esperaremos cuatro semanas más para hacer la tomografía y ver si no será necesario volver a operar»! Cierto que el resultado final no lo puedo predecir pero... ¿por qué no esperar un milagro?
Si el libro del Deuteronomio nos dice que el Señor es nuestro Dios, que hay que amarlo con todo tu corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas y que eso hay que llevarlo en el corazón y repetirlo por doquier estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado (Dt 6, 4-13) por qué no creer y esperar en los milagros? ¡Cuántos milagros suceden en nuestras vidas cada día y pasan desapercibidos! Cuando veo de cerca la incredulidad, incluso entre los que estamos «cercanos» a Dios, siento como si Cristo preguntara a los que formamos la Iglesia: ¿Qué gente tengo a mi lado?, ¿en manos de estos puedo dejar la construcción del Reino?, ¿Iglesia: crees tú en mí?
Los discípulos no entendían en qué habían fallado (Mt 17,19). Jesús, en pocas palabras les da la respuesta y les dice: «por su poca fe». No les dice que no la tengan, sino que aún es muy pequeña. Es sábado, un día dedicado a María siempre. Ella es la mujer de fe por excelencia que nos sostiene y acompaña en los momentos de duda y de incredulidad para que contemplando su «sí» incondicional, reformulemos nuestra fe y la hagamos crecer aunque sea al tamaño de un granito de mostaza (Mt 17,20). ¿Cómo es mi fe? Todo es posible para el que cree. ¡Bendecido sábado y mil y mil gracias por el testimonio de su fe y por rezar por mi!
Padre Alfredo.
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