¡Feliz miércoles! Mitad de semana y para mí, el día de cada semana para hacer un alto, planear y arrancar hacia el fin de semana. Ayer que compartía con ustedes mi reflexión, hablaba de la fe en el Corazón de Jesús que viene a salvarnos de cualquier atolladero. Hoy dirijo mi mirada hacia ese mismo y hacia otro corazón, el corazón de la mujer cananea que, en el Evangelio (Mt 15,21-28) también grita como Pedro: «¡Señor, hijo de David, ten compasión de mí!». Y pienso que todos, de alguna manera, necesitamos un poco del corazón de esa mujer. Un corazón que sea capaz de contemplar la presencia de Jesús aunque de momento no hable. De intuir que, en la Palabra que se escucha y en el pan que se come, podemos alcanzar la salud espiritual y material para nuestro existir porque detrás de todo está el Señor.
La cananea se reconoce al lado de Jesús como uno de esos perritos pedigüeños que hay en tantas casas de hoy —como Olaf y Mali que conozco— y se gana, como Pedro, el «Sagrado Corazón de Jesús». Buscaba con ansia la curación de su hija y recibe mucho más: Salud para la pequeña enferma y elogio de la Fe que tiene la madre intercesora: «Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío». A mitad de semana, se me viene el invitar a cada uno de mis queridos amigos y seguidores a que, como yo, se examine y se pregunte: ¿Me siento próximo o lejano a la mentalidad de esta mujer? ¿Eres consciente de tu pobreza para ser capaz, como la cananea, de confiarte a la palabra salvífica de Jesús? La mujer grita, confía y espera... Jesús exclama: «qué grande es tu fe... que te suceda como deseas» (Mt 15,28).
Si analizamos nuestra vida, encontraremos que este pasaje del Evangelio se ha repetido y se continúa repitiendo muchas veces en nosotros . ¿Cuántas veces, cuando nos acercamos a Dios con humildad y sencillez, a pesar de nuestra pequeñez, él nos ha mostrado su amor y misericordia? Tengamos confianza en el Señor como esta mujer. Él, aunque parezca que calla y no atiende a la súplica, tiene siempre una explicación de lo que hace y por qué lo hace así. Él no nos deja, y a su debido tiempo y muy a su estilo, nos resuelve la vida. Tengamos fe, Dios no nos va a dejar sin las «migajitas» de su amor que, para un hambriento del amor de Dios, serán como aquel lugar prometido al pueblo del Antiguo testamento en el que mana «leche y miel» (Ex 3,17). Sólo hay que gritar, confiar y esperar en Dios con fe. Así lo hizo María, así lo hizo santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) a quien hoy celebra la Iglesia... así lo puedes hacer tú también.
Padre Alfredo.
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