A Jesucristo no le gusta la incoherencia y la falta de sinceridad en la relación con su Padre y con el prójimo. Esto es algo que Él condena. Habla del tema de la hipocresía varias veces, especialmente de los escribas y fariseos, que se supone eran los conocedores de las Escrituras y de la Ley. El Papa Francisco, en una homilía, hablando de este tema, nos recuerda un hecho de la vida de san Francisco de Asís, el gran imitador de Cristo, en quien desde su conversión se dejó sentir esa coherencia de vida que muchos hoy debemos recobrar: «Decía san Francisco a sus hermanos: Prediquen siempre el Evangelio y, si fuera necesario, también con las palabras. No hay testimonio sin una vida coherente. Hoy no se necesita tanto maestros, sino testigos valientes, convencidos y convincentes, testigos que no se avergüencen del Nombre de Cristo y de su Cruz ni ante leones rugientes ni ante las potencias de este mundo» (Homilía del 29 de junio de 2015).
En Mateo 23,1-12, Jesús deja ver en claro el error básico de esa incoherencia de vida: «dicen y no hacen» (Mt 23,3). Jesús se dirige a la multitud y hace ver la incoherencia entre palabra y práctica, «entre fe y vida». El Señor denuncia a los que hablan y no practican, es decir, no hacen vida lo que dicen profesar. A pesar de todo, Jesús reconoce la autoridad y el conocimiento de los escribas y fariseos: «Están sentados en la cátedra de Moisés» (cf Mt 23,2). Por esto, dice en seguida: «Hacgan y observen todo lo que les digan. Pero no imiten su conducta, porque dicen y no hacen» (cf. Mt 23,3). Jesús enumera varios puntos que revelan esta incoherencia que no es ajena a nadie y en la que es fácil instalarse, aunque se conozca mucho e incluso se enseñe acerca de la fe: Cristo saca los trapitos al sol de aquellos que imponen leyes pesadas a la gente (Mt 23,4), de los que supuestamente conocen bien las leyes, pero no las practican, ni usan su conocimiento para aliviar la carga de la gente. Jesús denuncia el exhibicionismo de los que buscan ser vistos y elogiados y de los que gustan de ocupar sitios de honor y ser saludados en las plazas con el título de «maestros» (Mt 23,6-7). Cuando en realidad, esa gente que decía saber la ley, conocer la Escritura y vivirla, lo que hacía era, legitimar y alimentar las diferencias de clase y de posición social; además de privilegiar, con una serie interminable de preceptos a los ricos y poderosos de la sociedad y mantener en la posición inferior a los pobres, los enfermos, los niños... los pequeños. Jesús habla claro, porque si hay una cosa que no le gusta, es la incoherencia y las apariencias que engañan.
Pero ¿Cómo combatir esta incoherencia que a todos nos persigue? ¿Cómo debe ser una persona que busca vivir al estilo de Cristo? ¿Cuáles son las motivaciones que tengo para vivir y trabajar en la Iglesia, en la comunidad, en mi trabajo? ¿Cómo tiene que funcionar una comunidad cristiana? Todos los trabajos y responsabilidades de la vida del hombre y de la mujer de fe, deben ser asumidos como un servicio: «El mayor entre ustedes será su servidor» (Mt 23,11). Eso es lo que quiere decir Jesús cuando expresa que a nadie hay que llamar maestro (rabino), ni padre, ni guía (cf. Mt 23,9), pues la comunidad de los que siguen a Jesús debe mantener, legitimar, alimentar no las diferencias, sino la fraternidad. Ésta es la ley primordial: Todos somos hermanos y hermanas, todos somos padre y madre, por eso el mismo Cristo dice que «todo aquel que escucha su Palabra y la pone en práctica ese es su madre, su hermano, su hermana» (cf. Lc 8,21). La fraternidad nace de la experiencia de que Dios es Padre, y que hace de todos nosotros una familia en la fe en donde la primera que escucha la Palabra y la hace vida es María. Ella, que, desde jovencita, comprendió que quien se ensalce será humillado, y quien se humille será ensalzado (cf Mt 23,12).
Padre Alfredo.
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