
Las parábolas del tesoro escondido en el campo y de la perla preciosa expresan muy bien el valor de la elección que Rosa de Lima hizo en su vida. El tesoro, el Reino, ya está en el campo, ya está en la vida. Está escondido. Pasamos y pisamos por encima sin darnos cuenta. Rosa encontró el tesoro y al descubrir que se trataba de un tesoro muy importante vendió todo, hasta su propia idea de irse a un convento para adquirir el tesoro, el Reino. La condición para tener el Reino es esa: ¡venderlo todo! El comerciante en perlas finas es un «buscador incansable» Es lo único que hace en la vida: buscar y encontrar perlas. Buscando, encuentra una de gran valor. El descubrimiento del Reino no es pura casualidad, sino fruto de una larga búsqueda, como la que Rosa hizo para encontrar la voluntad de Dios en todo momento. A menos de 50 años después de su muerte, esta maravillosa mujer fue declarada santa para la Iglesia. Falleció el 24 de agosto de 1617, a los 31 años de edad. El capítulo, el senado y otros dignatarios de la ciudad se turnaron para transportar su cuerpo al sepulcro. Durante la ceremonia organizada en su honor tras su fallecimiento, fue aclamada por el pueblo entero e hicieron que a los ocho días se abriera el proceso de canonización. El Cabildo envió una carta al Papa Urbano VIII y el virrey hizo lo propio a la Corona de España. Antes de ser canonizada (1671) fue proclamada Patrona del Perú (1669), del Nuevo Mundo y de Filipinas (1670). Solo en Perú hay más de 72 pueblos con su nombre.
Ambas parábolas y la vida de santa Rosa de Lima, nos muestran que vale la pena hacer un gran esfuerzo por conseguir algo muy valioso, como el Evangelio, como el amor de Cristo, como el Reino de Dios, como el camino vocacional que Dios quiere que sigamos: con fe, como esta santa mujer, podemos descubrir que la valoración de la posesión de Dios, que es el tesoro y la perla de los que nos habla Jesús, no puede tener ninguna comparación. Pero para poseer a Dios, debemos despojarnos de todo lo que aprisiona nuestro corazón. Es decir, de nuestros afectos desordenados, o inclinaciones malas, pasiones desordenadas e instintos sin controlar, de todo cuanto nos impida la posesión de Dios. Si vaciamos el corazón de nosotros mismos, éste podrá ser ocupado por Dios. ¡Que tengan un bendecido miércoles, mitad de semana!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario