¡Feliz lunes! Una semana más que se llega, un día en que muchos de nuestros jovencitos inician sus estudios en preparatorias y bachilleres o regresan a las aulas en diversas universidades con el anhelo de prepararse más y mejor para seguir construyendo nuestro mundo y nuestra sociedad. Hoy, la Iglesia celebra la memoria de San Maximiliano Kolbe, un hombre que amó el estudio y la preparación intelectual, un hombre que termina su recorrido en este mundo con un sacrificio impresionante y nos recuerda que, como a Cristo, al final la vivencia coherente de nuestra fe, nos llevará irremediablemente a la entrega de la vida. Ojalá de entre nuestros jóvenes estudiantes salgan muchos Maximilianos Kolbes amantes de María como él, estudiosos y generosos con lo que el Señor pide al corazón.
Maximiliano Kolbe entregó su vida en un impresionante acto de generosidad. Es uno de los mártires modernos que murió en la Segunda Guerra Mundial en el campo de concentración de Auschwitz. En las nefastas rifas que hacían para dar muerte a los presos, a quien le correspondió ese día dio un grito y exclamó: «Dios mío, yo tengo esposa e hijos. ¿Quién los va a cuidar?». En ese momento el padre Kolbe dijo al oficial: «Yo me ofrezco para reemplazar a quien ha sido señalado para morir de hambre, él tiene esposa e hijos que lo necesitan. En cambio yo soy soltero y solo, y nadie me necesita». Y el prisionero Kolbe, un santo sacerdote, fue llevado a morirse de hambre en un subterráneo. Aquellos tenebrosos días son de angustia y agonía continua. Como los guardias necesitan ese local para otros presos que están llegando, le pusieron una inyección de cianuro y lo mataron. Era el 14 de agosto de 1941. Su vida estaba ya comprometida radicalmente con el Crucificado en el día a día.
La libertad no se puede vender. Pero podemos moderarla buscando el mayor bien de los demás. ¡Qué difícil es en la práctica este discernimiento! El padre Maximiliano nos enseña que puede ser posible porque él vivió plenamente el Evangelio que a veces puede parecer chocante (Mt 17,22-27). Esta parte del Evangelio parece como una lección de «diplomacia cristiana». Pagar impuestos a una potencia dominante es propio de esclavos. Jesús no quiere un pueblo de esclavos sino de hijos libres. Y, sin embargo, accede a pagar para no darles motivo de escándalo. Se adivina detrás de este relato la situación de la iglesia primitiva y sus relaciones con los poderes públicos: tirantes en ocasiones (como se comprueba, por ejemplo, en el libro del Apocalipsis); corteses en otras (como aparece en la carta a los romanos y en otros escritos del Nuevo Testamento). Así es nuestra relación con el mundo y «diplomáticamente» como san Maximiliano, hay que dar la vida día a día a cambio de ganar el reino para los demás. Día a día hemos de buscar dar lo mejor para los que tenemos a nuestro lado. María, a quien san Maximilano amó entrañablemente como «Inmaculada» nos ayudará. ¡Que tengan una semana llena de bendiciones!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario