Nos hacemos conscientes, Señor, de que estamos en tu presencia.
Creemos firmemente que nos amas, nos miras y escuchas nuestra oración.
Venimos ante ti con sed de vivir más plenamente el camino que nos convierte en tus discípulos y misioneros. Venimos a ti con sed de despertar a la vida que sólo Tú puedes dar. Venimos con el ardiente deseo de dar un nuevo paso en nuestras vidas, en nuestra familia, en nuestra comunidad, hacia Ti, y de que tu amor nos alcance y nos transforme redescubriendo
la gracia de nuestro bautismo.
Derrama sobre cada uno de nosotros tu Espíritu Santo, torrente inagotable, manantial de aguas vivas,
lluvia que empapa mi tierra, rocío de la mañana, mar inmenso en el que nacemos a la vida en el bautismo, río que fecunda nuestros campos desiertos. Derrama sobre nosotros la luz de tu Espíritu en estos momentos de reflexión: que Él guíe nuestros pasos a la fuente de tu Palabra viva para meditarla e interiorizarla.
Que nuestra fe de católicos bautizados se sacie en ella. Que nuestras fuerzas se renueven en el encuentro con el Agua Viva. Que nuestro amor se encienda en ella. Que nuestra esperanza se apoye y se sostenga en ella. Amén.
2. Leemos el Texto Evangélico:
(Juan 4,5-42)
5En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de SamarIa llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: 6allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor de la hora sexta.
7Llega una mujer de SamarIa a sacar agua, y Jesús le dice: - Dame de beber. (8 Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida).
La samaritana le dice: - 9 ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos).
10Jesús le contestó : - Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.
11La mujer le dice: - Señor, si no tienes cubo y le pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; 12¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?
13Jesús le contesta: - El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; 14pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
15La mujer le dice: - Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.
16Él le dice: -Anda, llama a tu marido y vuelve.
17La mujer le contesta: - No tengo marido.
Jesús le dice: - Tienes razón, que no tienes marido: 18has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho verdad.
19La mujer le dice: -Señor, veo que tú eres un profeta. 20Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.
21Jesús le dice: - Créeme mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. 22Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. 23Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. 24Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.
25La mujer le dice: - Sé que va a venir el Mesías, el Cristo, cuando venga él nos lo dirá todo.
26Jesús le dice: - Soy yo: el que habla contigo.
27En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: “¿qué le preguntas o de qué le hablas?”.
28La mujer, entonces, dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:
- 29Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será éste el Mesías? 30Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él.
31Mientras tanto sus discípulos le insistían: - Maestro, come.
32Él les dijo: - Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.
33Los discípulos comentaban entre ellos: - ¿Le habrá traído alguien de comer?
34Jesús les dijo: Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. 35¿No decís vosotros: Cuatro meses más y llega la siega? Pues bien, yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega. Ya 36el segador recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador. 37Porque en esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y otro el segador: 38yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga.
39En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: “Me ha dicho todo lo que he hecho”. 40Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó dos días. 41Todavía creyeron muchos más por su predicación, 42y decían a la mujer: - Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo. Palabra del Señor.
3. Hacemos un momento de silencio orante para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra reflexión.
4. Nos dejamos cuestionar ahora con algunas preguntas para ayudarnos en la meditación y en la oración.
a) ¿Qué nos ha llamado más la atención en la conducta tenida por Jesús durante el diálogo con la Samaritana? ¿Qué pedagogía ha usado para ayudar a la Samaritana a percibir una dimensión más profunda de la vida?
b) ¿Qué nos llama más la atención en la conducta de la Samaritana durante el diálogo con Jesús? ¿Qué influencia ha tenido ella en Jesús?
c) En el Antiguo Testamento ¿dónde está asociada el agua al don de la vida y al don del Espíritu Santo?
d) ¿En qué puntos la conducta de Jesús, me interroga, interpela, provoca o critica?
e) La Samaritana ha llevado el tema de la conversación hacia la religión. Si tú pudieras hablar con Jesús y hablar con Él, ¿qué temas quisieras tratar con Él? ¿Por qué?
f) ¿Será verdad que adoro a Dios en espíritu y verdad o me apoyo y oriento más sobre ritos y prescripciones?
DESARROLLO DEL TEMA:
Entramos ahora en la escena del evangelio que acabamos de escuchar. Imaginamos el lugar y los personajes. Hay que sentir como si estuviéramos dentro de la escena. Juan Evangelista sabe dar a sus relatos un ritmo cinematográfico. Construye muy bien los diálogos y, desde luego, como obra literaria, su Evangelio es formidable. Pero, claro, no es el fin de Juan hacer preciosismos estilísticos. Interesa pues la historia como tal.
El episodio sucede en una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a un pozo. Samaria sugiere, en tiempos de Jesús, un lugar hostil. Los judíos y los samaritanos no se trataban, como pone en evidencia la samaritana cuando se sorprende de que Jesús le dirija la Palabra. Tenemos un ejemplo de esa hostilidad entre judíos y samaritanos en el evangelio de san Lucas. Allí se cuenta que cuando Jesús pasó por Samaria camino de Jerusalén, los samaritanos no quisieron recibirle, por lo que Santiago y Juan tuvieron la «genial» idea de hacer bajar fuego del cielo para abrasarlos a todos, lo cual les valió la regañada del Señor... (cf. Lc 9,51-56).
El caso es que ahí, en un lugar de lo menos indicado, Jesús se va a sentar junto a un pozo, obligado por el cansancio y por la sed.
¿Qué nos sugiere la imagen de un hombre junto al pozo de Jacob? Si fuéramos judíos seguramente nos llamaría la atención una cosa que hay en común en algunos relatos del Antiguo Testamento: Eliezer, siervo de Abrahán, encuentra a Rebeca, futura esposa de Isaac, junto a un pozo (Gn 24,11ss); Jacob se enamora de Raquel junto a un pozo (Gn 29), y Moisés conoce a Séfora junto a un pozo (Éx 2,15).
Jesús está sentado junto a un pozo y se va a encontrar con una mujer sin nombre, un personaje que el escritor sagrado coloca como digna representante de un pueblo de Dios idólatra y alguien que, además, representa a cada uno de los discípulos y discípulas con los que Jesús se hace el encontradizo aprovechando nuestra situación de carencia y necesidad.
Hay que fijarnos ahora en los personajes principales y secundarios de la escena: Primero veamos al Señor Jesús: Aparentemente es un hombre normal, un hombre común y corriente que experimenta cansancio y sed tras largas horas de caminata al estilo de aquellos años. Es judío, pero se trata de un judío un poco “extraño”, pues le dirige la palabra a una mujer y, para colmo, samaritana. Fijémonos nada más en lo que dice un tratado rabínico sobre el trato con las mujeres para entender un poco mejor este asunto en aquel tiempo: “Un hombre se procura tanto mal cuanto más tiempo pasa hablando con la mujer, se aleja de la palabra de la ley y su destino es la gehenna” (Abot 15). Pero Jesús no hace ningún caso de principios y normas que marginen y excluyan a los débiles. Mujeres, extranjeros, pobres y enfermos eran poco menos que “gentuza” de la que un buen israelita debía procurar apartarse para mantener intacta su “pureza”. Jesús hace de esos “lugares de abajo” un lugar privilegiado para manifestar su salvación.
Ahora veamos un poco más de cerca a la mujer samaritana: La vida de esta mujer está marcada por la carencia y la rutina infecunda. Diariamente debía ir a buscar el agua, pues carecía de ella. Tampoco tenía marido. Había tenido cinco, y su compañero actual no era su marido. Esta mujer, dijimos, representa el pueblo idólatra, el pueblo incapaz de saciar su sed de vida con los numerosos dioses paganos a los que se había ido aferrando sin encontrar lo que pedía su corazón. Recordemos que muchos profetas utilizan la imagen de una esposa que se prostituye para representar al pueblo infiel a Dios (cf. Oseas 1-2; Ez 16,15ss; Jr 3...). La referencia a los cinco maridos es una clara alusión a las cinco ermitas de los dioses paganos que se mencionan en 2 Re 17,24-41. El sexto marido se refiere a Yahvé.
Vienen luego los samaritanos de Sicar: Creen en Jesús por el anuncio de una mujer. Pero no se conforman con una fe “recibida”, “heredada”, “externa”. La hacen suya cuando ellos mismos conocen a Jesús y le oyen (vv. 39-41). Ellos nos muestran el proceso que sigue su fe: el testimonio de alguien a la fe desde lo escuchado, luego a la personalización de la fe y después a la confesión de esa fe. Es un itinerario catecumenal.
Los discípulos entran en escena en los vv. 27-38. Tienen en común con la samaritana que no entienden el lenguaje de Jesús ni entran en su modo de pensar. Ellos están empeñados en que coma y Jesús les está hablando de «otro alimento». Es más o menos lo mismo que pasó con la mujer samaritana, ella estaba obstinada en hablar del agua “H2O”, del cántaro y de cómo se las arreglaría Jesús para sacarla del pozo... mientras que Jesús estaba hablando del agua viva del Espíritu.
Vamos a ver ahora el proceso que sigue la mujer en aquella conversación que transforma su vida: ella pasa de sus búsquedas más superficiales a las más profundas; del agua material al agua viva; de la percepción de Jesús como un «judío», un simple «hombre», al reconocimiento de Jesús Profeta y Mesías-Cristo.
Su fe sorprendida la arrastra a dejar el cántaro y a ir corriendo a anunciar lo que ha visto y oído. Su fe contagia de fe a sus paisanos, quienes terminan confesando: “Éste es verdaderamente el Salvador del mundo”. La samaritana va pasando de menos a más en el conocimiento y confesión acerca de Jesús, y termina convirtiéndose en testigo-apóstol ante sus conciudadanos.
Los cuarenta días, que conocemos con el nombre de Cuaresma, eran la última preparación que se daba a quienes iban a ser bautizados en la Vigilia Pascual, único día al año en que, en la Iglesia primitiva, se bautizaba a candidatos a formar parte de la comunidad cristiana.
En el mensaje para la Cuaresma para 2011, el Papa Benedicto XVI afirmó que la petición que Jesús hace a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para la vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). El Papa, en aquel mensaje recordaba al mundo que “¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín”.
El relato tiene un claro sentido bautismal, Jesús se presenta ante la samaritana no sólo como fuente de agua viva, sino como quien nos hace ser “un manantial capaz de dar la vida eterna”. Si me acerco a Él, se remedia mi sed, y puedo dar a los demás agua viva; puedo ayudarles a salir de su desierto, de su soledad, de su amargura y desolación, y que lleguen a la tierra prometida. Jesús hizo ver a la mujer samaritana que llevaba ya cinco maridos, y que con quien en ese momento convivía, no era su legítimo esposo. Esto es lo que hace el agua del bautismo: nos lava de nuestros pecados. Por ello la Cuaresma, que es tiempo de renovar el bautismo, nos exige lavarnos de tantas manchas que se nos pegan por el camino. Pero no solamente ese tiempo privilegiado de la Iglesia, sino cada día, en todo tiempo y en todo lugar somos invitados a lavar las manchas del pecado y a iniciar una nueva vida.
Por una parte, podemos ver que nosotros también, como la Samaritana, nos encontramos a Jesús en el pozo, pero ahora el pozo es nuevo, porque ese pozo es el Sagrario, y sólo acudiendo a su presencia, en ese pozo profundo del Sagrario, beberemos paz, perdón, serenidad y fortaleza, para continuar luchando en este desierto de la vida. De manera que a la luz de este relato encontramos que la Cuaresma es un tiempo especial para acercarnos a ese pozo y orar.
Sólo bebiendo de esta agua, los esposos pueden permanecer fieles, sobrellevarse y amarse. Sólo escuchando su palabra y conversando con El en la oración, los hermanos podrán estar en paz interiormente y convivir en paz en familia. Sólo estando a solas con Cristo, los que quieran vivir la Cuaresma encontrarán sabiduría, prudencia y fortaleza para vivir este tiempo de oración, ayuno y limosna.
Por otra parte podemos contemplar a Cristo que está sediento y en esta cuaresma se acerca al pozo de nuestra vida para que le “demos de beber”. O, mejor dicho, para caer en la cuenta de que los sedientos somos nosotros. “Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber...” Somos nosotros los que tenemos necesidad de beber su agua sólo nos hace falta conocer quién posee esta agua. (Catecismo de la Iglesia Católica No. 2560)
Podemos preguntarnos ¿por qué no conocemos ese don de Dios? ¿Qué es lo que ata nuestro conocimiento para conocerlo? El mensaje de esta Cuaresma se nos presenta claro, como una luz alejada de toda sombra u oscuridad. Sin embargo, nos encontramos ante sombras de nuestra vida diaria que esconden el “don de Dios”. Ese don no es otro que el del amor, de la conversión, de la paciencia, respeto a la vida etc. Por eso la Cuaresma es un tiempo privilegiado para que como la samaritana conozcamos el don de Dios y así nuestra vida sacie la sed de conocer a Dios. Pudiéramos hacer nuestras unas palabras de Santa Teresita del Niño Jesús, la patrona de las misiones que pone en boca de Jesús estas palabras: "Venid a mí vosotras, pobres almas cargadas, vuestras pesadas cargas pronto se harán ligeras, y, saciada la sed ya para siempre, de vuestro seno fuentes manarán. Yo tengo sed, Jesús, esa agua pido, que me inunden el alma sus divinos torrentes. Por fijar mi morada en el mar del amor ¡yo vengo a ti!"
El día de nuestro bautismo recibimos el Agua Nueva de Jesús. A través del “agua y del Espíritu Santo” comenzamos a formar parte del pueblo de Dios, renunciando al pecado para vivir en la libertad de los hijos y de las hijas de un único Padre Podemos recordarlo esta Cuaresma quizá volviendo a ver las estampas, fotos, videos. Visitando o llamando a nuestros padrinos si viven u orando por su eterno descanso si ya se nos han adelantado en el camino hacia la vida eterna. Sería muy bueno hacerlo en familia. Que todo esto nos ayude a renovar nuestra fe y vivencia cristiana.
Por último quisiera detenerme ahora en algo que nunca lo había hecho al meditar o al comentar este pasaje, me refiero a ese interlocutor mudo entre Dios y el la samaritana pero que a nosotros, en esta Cuaresma, tiene mucho que decirnos: «El cántaro».
Me parece que se trata de un cántaro vulgar, porque es un día más en la vida de la samaritana y porque Dios se hace el encontradizo junto al brocal de un pozo, o de un despacho, o en la clase, o en la barra de la cocina porque “también entre los pucheros anda el Señor...”
Me lo imagino como un cántaro rojizo, así como avergonzado de las verdades que las vecinas dicen chismorreando de la samaritana, que huye de esas verdades yendo al pozo cuando no hay gente ni comentarios.
Es, ciertamente un cántaro vacío, objeto tal vez de las iras de su ama cuando lo encuentra sin agua, porque es pequeño y hay que llenarlo constantemente, porque escurre demasiado como llorando de continuo, porque a pesar de tener agua no quita la sed, porque parece más bien un secante, y que no hay nada que satisfaga, ni cinco maridos, ni un amante… que nos recuerda que es más bien de la otra agua que necesitamos, agua viva que se hace fuente en el corazón, agua que solo da Dios.
Un cántaro traído y llevado con viveza por esta mujer que se ríe del judío que le ofrece agua sin tener tina ni cuerda, para no tener que venir a buscarla, que cuando se ve acorralada saca viejos problemas teológicos del culto a Dios, como último escape antes de abrir los ojos con sinceridad. Parece sencillo apelar al Mesías que va a venir a aclararlo todo, como si dijera “esperemos que el Mesías lo aclare todo, ¿me entiendes?”
El cántaro me lleva a pensar en que con mucha facilidad uno puede escaparse del Señor cuando nos busca para hacernos sinceros, porque Jesús no catequizó a la samaritana para convertirla al judaísmo, la quiso samaritana y sincera consigo misma. Porque el único culto que quiere Dios es en verdad y en espíritu, no de cumplido, no de resabios teológicos, no de críticas a como dan el culto los demás, culto sincero de corazón, anhelando escuchar a Dios, así no habría misa aburrida.
En fin, un cántaro olvidado junto al pozo, porque algo ha roto la monotonía de aquel vulgar día de la samaritana. Dios se ha derramado en su corazón como el agua en la esponja. Y ha sentido que pesar de todo, Dios si está con ella y ya no le importa andar en boca de las vecinas y corre a su encuentro y al de todo el pueblo a comunicarles su alegría.
¿No será que en esta Cuaresma nos podemos encontrar con Jesús en el pozo y sentiremos también nosotros que es verdad que a pesar de todo Dios está conmigo? El célebre filósofo Ortega y Gasset llegó a decir: "Una buena parte de los hombres no tienen más vida interior que la de sus palabras, y sus sentimientos se reducen a una expresión oral". Cuaresma es tiempo para no quedarse en lo superficial. La Cuaresma y la Pascua ponen ante nuestros ojos el amor desbordante de Dios, que está creando un mundo nuevo. Si supiésemos abrirnos al Don, y percibir su fuerza salvadora... Dice Madre Inés: “Tratemos de vivir el espíritu de la Iglesia en esta cuaresma para que los frutos de la resurrección desciendan con abundancia a nuestras almas”.
Finalmente aquí quedan Jesús y el cántaro junto al pozo. Cansados de tanto ir y venir. El cántaro sin ganas de que lo llenen de nuevo de agua que no quita la sed. Jesús sin apetito ninguno, ni sed, ni cansancio por la alegría de ver a aquella samaritana al fin sincera consigo misma y con Dios.
Aquí está el cántaro, y adentro de él hay Agua Viva. A ver quien se anima a acercarse a tomar de esta Agua y a irse a meditar un rato por allí.
Alfredo Delgado Rangel.
Gracias Padre Alfredo por tan profunda meditación!!!!!! Y quién pintó la escena? Gracias
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