lunes, 2 de marzo de 2015

«PORTADORES DE LA MISERICORDIA COMO MARÍA»... Tema para un retiro

Estaba leyendo unos apuntes de años atrás como material de apoyo para un retiro con el tema de la «Misericordia Divina», luego de haber escuchado a Madre Inés en un cassett, María Santísima se hizo presente en mi corazón en un librito y volvió a decir aquellas mismas palabras que dijo a los servidores de las bodas de Caná de Galilea: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5). A primera vista, parecía que nada tenía esto que ver con la misericordia de Dios, pero la frase evangélica me animó a adentrarme en el pasaje completo de las bodas de Caná para saborear el «vino» desde la misericordia divina y así titulé este tema: “Portadores de la misericordia como María”.

¿Por qué siempre que hablamos de misericordia vamos corriendo únicamente al pasaje del hijo pródigo cuando todo el Evangelio es expresión de la misericordia?, ¿podremos meditar en la misericordia de Dios en este pasaje de las bodas de Caná? Yo creo que sí. Sabemos que Jesús encarna y personifica la misericordia del Padre; lleno del Espíritu Santo, es en cierto sentido la misericordia misma. Quiero invitarte a ver cómo este texto tan ilustrativo de san Juan, nos arrastra a gustar de la misericordia del Señor desde una perspectiva que seguramente a Madre Inés le gustaría. Nos acercaremos a la misericordia de Dios desde el corazón de María como portadora de la misma, y al mismo tiempo, nos sentiremos invitados a ser también portadores de misericordia.

Quisiera en primer lugar invitarte a leer el texto para después retomarlo, deteniéndome en algunos aspectos del mismo. Luego, te invitaría a unos momentos de silencio profundo y de reflexión personal para vivirlos como el momento más precioso de un día de retiro, momentos que nos encaminen a la vivencia profunda de nuestra fe. La misericordia de Dios quiere invadir nuestro corazón, como invadió el corazón de María y el corazón de Madre María Inés.

San Juan tiene una grandísima habilidad para entremezclar personajes, signos y símbolos en sus textos. En cierto sentido, podemos afirmar que si aprendemos a penetrar en un solo episodio de sus relatos, podremos penetrar en todo el resto del cuarto evangelio y llegar hasta el corazón misericordioso del Padre que nos ama.

Empecemos por leer, de corrido, el texto que muchas veces hemos ya leído y escuchado. Léelo como queriendo contemplarlo todo. Te invito a saborear el estilo amplio de san Juan, que se detiene en unos cuantos detalles para decirnos muchas cosas. El texto está en el capítulo 2, versículos del 1 al 12 y dice:

«Al tercer día hubo una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también Jesús con sus discípulos a la boda. No tenían vino, porque el vino de la boda se había acabado. En esto dijo la madre de Jesús a éste: No tienen vino. Díjole Jesús: Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? No es aún llegada mi hora. Dijo la madre a los servidores: Haced lo que Él os diga. Había allí seis tinajas de piedra para las purificaciones de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres metretas. Díjoles Jesús: Llenad las tinajas de agua. Las llenaron hasta el borde. Y Él les dijo: Sacad ahora y llevadlo al maestresala. Se lo llevaron, y luego que el maestresala probó el agua convertida en vino -él no sabía de dónde venía, pero lo sabían los servidores, que habían sacado el agua-, llamó al novio y le dijo: Todos sirven primero el vino bueno, y cuando están ya bebidos, el peor; pero tú has guardado hasta ahora el vino mejor. Este fue el primer milagro que hizo Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria y creyeron en Él sus discípulos. Después de esto bajó a Cafarnaúm Él con su madre, sus hermanos y sus discípulos, y permanecieron allí algunos días» (Jn 2,1-12).

Ahora hagamos un análisis del mismo haciendo de cuenta que estamos allí palpando en vivo y a todo color la escena y adentrémonos en ella.

LOS PERSONAJES

Como decía, en los relatos de san Juan, una serie de personajes aparecen entremezclados con signos y símbolos llenos de significado. Veamos en primer lugar los personajes.

La Madre de Jesús, es la primera que se menciona. Nunca en el Evangelio de san Juan se menciona su nombre —no se si por respeto, o por qué— pero lo cierto es que en el relato ella aparece varias veces: Estaba allí la Madre de Jesús; al faltar el vino, la Madre lo hace ver al Hijo; luego Jesús interpela a su Madre llamándola «mujer» y, luego la Madre dice a los servidores que hagan lo que Él, su Hijo, les diga. Al final del relato, se menciona de nuevo a la Madre, indicándonos que bajó con Jesús y los suyos a Cafarnaúm.

Este episodio —nos lo dice el evangelista— constituirá el primer milagro de Jesús, y se da, como vemos con claridad, bajo el signo de la Madre de Jesús. Este milagro sobresale de entre todos los milagros obrados por Jesús, porque allí empezó a mostrarse como el Hijo de Dios, es un texto que nos revela su identidad y en medio de este gran acontecimiento la presencia de la Virgen María es signo de compañía para aquel que sin dejar de ser profeta se manifestó ante los convidados como el Hijo de Dios. El comienzo de la glorificación de Jesús como lo hemos hecho notar en el milagro de las bodas de Caná se dio a los pies de la Virgen María y a la hora de glorificar el nombre de Dios en el árbol de la cruz la presencia de nuestra Madre del cielo fue una realidad.

El beato Juan Pablo II lo comentó ampliamente en la encíclica “Redemptoris Mater”[1], y en “Ecclesia in América”[2] lo retomó. En ésta exhortación apostólica postsinodal dice: “Al inicio de la vida pública, en las bodas de Caná, cuando el Hijo de Dios realizó el primero de sus signos, suscitando la fe de los discípulos (Jn 2,11), es María la que interviene y orienta a los servidores hacia su Hijo con estas palabras: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). A este respecto, —decía el Papa— he escrito en otra ocasión: «La Madre de Cristo se presenta ante los hombres como portavoz de la voluntad del Hijo, indicadora de aquellas exigencias que deben cumplirse para que pueda manifestarse el poder salvífico del Mesías».[3] Por eso, María es un camino seguro para encontrarse con la misericordia de Cristo, con la misericordia de Dios.[4] María, entiendo entonces, es la portadora de la misericordia divina. El Papa Benedito XVI, comentando este pasaje (Luanda, Angola, 23 de marzo de 2009) dice: "«No les queda vino», dijo María a Jesús, suplicando para que la boda pudiera continuar en fiesta, como siempre debe ser: «Los invitados a la boda no pueden ayunar mientras tienen al novio con ellos» (cf. Mc 2,19). La Madre de Jesús fue después a los sirvientes recomendándoles: «Haced lo que él os diga» (cf. Jn 2,1-5). Y aquella mediación materna hizo posible el «vino bueno», premonitor de una nueva alianza entre la omnipotencia divina y el corazón humano pobre pero bien dispuesto. Por lo demás, esto es lo que ya había sucedido en el pasado cuando - como hemos oído en la primera lectura - «todo el pueblo, a una, respondió: "haremos todo cuanto ha dicho el Señor"» (Ex 19,8)". Estas cuantas palabras de «Haced lo que Él os diga» nos dicen que en la misericordia de Dios hay siempre una solución para todas y cada una de nuestras situaciones, Madre Inés, viviendo siempre llena de confianza en la misericordia de Dios y al amparo de su reinecita del cielo —como llamaba a veces a María— dirá: "¡Pobres de los qué no creen en Dios! ¿Cómo podrán vivir en esta tierra? Es algo que yo no me explico, como puedan vivir los que no aman a Dios."

Llama la atención que en el relato María es llamada por Jesús «Mujer» y ese mismo título aparecerá en el mismo evangelio de Juan solamente en el momento de la cruz, es decir, cuando Jesús le presenta al evangelista diciéndole: «Mujer, he ahí a tu hijo» (Jn 19,26). Esto nos hace ver el relato de Caná en esta clave de misericordia de Jesús, que clavado en la Cruz salva a la humanidad. "Me parece a mí, —dice Madre Inés— como si la justicia se hubiese dejado crucificar con Jesús, para no dejar lugar, sino a su misericordia".[5]María, la Mujer fuerte, inspira también entonces a otra María, María Inés Teresa, a ser fuerte como ella, lanzada, confiada y misericordiosa como Jesús.

Volviendo al relato que ocupa nuestro rato de meditación, veamos ahora la presencia de Jesús: Él es invitado a la boda, llega con sus discípulos, escucha a su Madre que le invita a poner remedio al problema que se presenta y éste le responde con unas ásperas palabras que suenan a primera vista como un rechazo; luego da órdenes por dos veces a los servidores. Esta respuesta escueta refleja una sola cosa: entre Jesús y María existe un pleno conocimiento del gran poder del primero y de su capacidad para obrar milagros en beneficio de la humanidad. Sin embargo, Jesús argumenta que la hora de este gran poder aún no ha llegado.

Todos sabemos que ante la petición de una madre, un hijo jamás puede ser rígido. La petición de una madre hacia su vástago siembre viene acompañada con un enorme saldo a favor de ella. ¿Cómo negarse ante la súplica de una madre que se ha abandonado por sus hijos? ¿Cómo decirle “no” a una madre que ha dicho millones de veces “sí” para el beneficio de los suyos? Es imposible y Jesús cede entonces ante la petición de su madre. Y tras un pequeño y sencillo diálogo entre Jesús y María se presenta el primer gran milagro del hijo de Dios en el mundo… ¡Jesus convierte el agua que se encontraba en unas tinajas en vino! Su presencia vuelve a recordarse al final del episodio en un pasaje cristológico que pone en evidencia la misericordia del Mesías: «Este fue el primer milagro que hizo Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria».[6]Tocante a la misericordia de Jesús, dice Madre Inés entre otras cosas: "Señor, muchas veces se derrite mi alma en esta comprensión de tu misericordia, porque la siento, la veo, la palpo ¡tan grande, tan inmensa! que mi alma casi no puede resistir. Y tampoco explicar. Estas cosas no se pueden decir, solo se pueden experimentar".[7]

Están también otros personajes, los discípulos que «creyeron» en Jesús. Ellos son los amigos que le acompañan como los primeros llamados y que no se dan mucha cuenta de lo que acontece, hasta que a sus ojos se revela la misericordia de Cristo que hace aquel primer milagro. Es el caso nuestro, que queremos seguir acompañando a Jesús a las bodas, con María. Nosotros, seguidores de Cristo, caminamos con Él y con su Madre.

Habría que mencionar luego a los sirvientes, que creeyeron en las palabras de María. La re-lectura y meditación de este trozo del pasaje me lleva a meditar lo siguiente: ¡…fue María la que le arrebató el primer milagro para el benéfico de la humanidad al hijo del Creador del universo! ¡Fue ella la que alcanzó que el Señor tuviera misericordia de aquellos novios que, en plena fiesta de bodas, no podían ni debían ayunar! Ella nos enseña que el que se confía a la misericordia de Dios logra que el agua de la vida cotidiana se transforme en el vino de un amor que hace buena, bella y fecunda la vida. Fue una madre la que recurriendo a la Misericordia Divina nos presentó “al amor hecho hombre” en el mundo. Y este evento se dio de cara a un matrimonio.

Pienso en el maestresala, ese personaje como despistado que ni siquiera se había dado cuenta de que faltaba el vino y, por último, te invito a detenernos un poco en los esposos. El novio aparece como una figura apenas esbozada, que permanece en el fondo de la escena, pero, que, junto con su amada, es el beneficiario de la gran misericordia de Jesús. En ellos dos vemos las almas, esas almas que esperan saborear el vino de la misericordia de Dios y que son el centro de los desvelos y de la entrega de almas generosas como Madre Inés, que no tuvieron tiempo qué perder. Las almas, como los esposos, serán beneficiadas por el “sí” de Ella.

Resumiendo, podemos decir que en el relato está María, Jesús, los discípulos, los servidores, el maestresala, los esposos y, evidentemente, la gente, los invitados y los que fueron quizá sin ser invitados y contribuyeron a que el vino fuera insuficiente... Podemos hablar de una pequeña multitud sorprendida en un momento de la vida ordinaria que Jesús aprovecha para su intervención misericordiosa.

LOS SÍMBOLOS Y NUESTRA REFLEXIÓN

El relato nos presenta una serie de símbolos interesantes: indicaciones de tiempo y de situaciones que, a la luz de toda la Sagrada Escritura, asumen un significado de realidades más altas.

Empecemos viendo que el milagro se da en una boda, símbolo de la alianza, del amor misericordioso de Dios por el hombre. La alianza, como esa alianza que hace Madre Inés al decirle a Dios que pone su miseria al servicio de la Misericordia: "Si Tú quieres valerte de este deforme instrumento..."

El episodio comienza diciendo: «Tres días después», como adelantándonos algo del poder del resucitado. Los milagros de Jesús serán un adelanto del poder del amor misericordioso que resucitado se quedará siempre en la boda, en la alianza de un corazón que se sabe amar y que solo puede corresponder amando.

Luego, la situación es que falta el vino, que es un elemento simbólico muy importante para la Escritura. Está en el centro del episodio: primero, porque falta; luego, porque se constata su falta; más tarde, porque se intenta remediar dicha falta, y finalmente, porque la falta es suplida por la abundancia. La mesa estaría seguramente repleta de muchas cosas deliciosas, pero, faltaba el vino de la fiesta. Sobre todo, hoy podemos pensar en tantas carencias que para muchos extienden un velo de incertidumbre sobre el futuro. Hoy falta el vino de la fiesta también para nuestra cultura, que tiende a prescindir de claros criterios morales: en la desorientación, cada uno se ve empujado a moverse de forma individual y autónoma, a menudo solo en el perímetro del presente. ¿De qué sirven las expo "Tu boda", "Tu bautizo", "Tu Primera Comunión"... si falta el vino de la solidaridad con el más necesitado?

El vino —en donde me detendré un poco— es una imagen bíblica fundamental: «Tú has dado a mi corazón más alegría que si abundara el trigo y el vino» (Sal 4,8). El vino, en la Sagrada Escritura, es el símbolo del gozo, de la alegría del amor de Dios, del compartir, de la misericordia de Dios que hace al pueblo feliz. ¿Qué puede pasar en una boda si falta el vino?... sospechas, tristeza, irritabilidad, malhumor, pesimismo, crítica corrosiva, envidia... Me hace pensar en la falta de la presencia de la misericordia de Dios. Que para el caso, no es una falta de misericordia, sino un rechazo de esa misericordia que siempre está. No hay vino, el maestresala ni siquiera se ha dado cuenta. ¿Por qué? La Virgen Madre —siempre atenta— es la que se da cuenta y exclama: «¡No tienen vino!». Pienso ahora nuevamente en las palabras que Madre Inés dice en el cassett que acabo de escuchar y que ahora transcribo: “... pobrecitos, cómo es que no aman a Dios, cómo pueden vivir, hay qué terrible será esa vida sin amor a Dios, que terrible..." Es aquello mismo de la Virgen: «¡No tienen vino!». Es la Virgen quien hace que Jesús use de misericordia, de esa misericordia que le ha infundido el Padre. Ella, portadora de esa misericordia, invade nuestro corazón con su ternura, con su bondad, con su compasión, con su misericordia.

«¡No tienen vino!»... Cuando nos falta agilidad, cuando estamos asustados, cuando somos flojos o recelosos, cuando estamos agobiados por el trabajo y angustiados por el futuro, se escucha la voz de María que dice: «¡No tienen vino!». Ella lanza este grito de alarma implorando la misericordia del Hijo, porque la conoce, sabe que es la misma misericordia del Padre Dios que ella ya ha experimentado. «¡No tienen vino!»... es el grito de Madre Inés que le dice a Jesús: "Qué esperas para que todos se conviertan, mi corazón no puede resistir más..."

Están también las tinajas vacías, que representan ese vacío que Jesús viene a llenar con su misericordia. Me hacen pensar mucho en aquello que ya mencionaba: La miseria al servicio de la misericordia. No podemos vivir nuestra vida de seguidores de Cristo arrastrándonos pesadamente como tinajas vacías, renqueando bajo el peso de la vida, con más amarguras que satisfacciones. Nos dice Madre Inés: "Yo no comprendo como puede haber almas que no valoren este todo lo que es el dolor soportado con amor, todo lo que se logra con eso, con Cristo nuestro Señor en la cruz, uniendo nuestros pobres sufrimientos a los suyos de valor infinito". Las tinajas están vacías, pero la misericordia de Jesús las llenará de agua que se convertirá en el vino de la alegría, esa misma alegría que se vive aún en el sufrimiento de la Cruz, al saber que se cumple la voluntad del Padre. Las tinajas vacías de nuestras vidas, solo se llenan por el agua que derrama en nosotros el Crucificado, que nos amó hasta el fin, hasta el extremo y que se ha quedado en su Cuerpo y su Sangre para remediar, como en aquella ocasión del vino nuestras penas, y para alegrar nuestro corazón. No es Jesús el que llena directamente las tinajas, son los servidores, las mediaciones humanas. A través de todos ellos, el agua, que es la gloria de la Cruz, entra en nosotros y transforma el agua en vino, nos vivifica, vivifica nuestras familias, nuestras comunidades, la Iglesia, la humanidad.

Por otra parte, podemos hablar aquí también de un signo misionero; esas tinajas vacías, serán portadoras del agua que se convertirá en vino para alegrar el corazón de los otros; como nosotros, portadores de la misericordia de Dios para alegrar el corazón de nuestros prójimos. Es interesante ver que la Virgen, desde que se da cuenta que no hay vino, actúa como misionera. No se pone ella en el centro, sino que hace intervenir a Jesús con su misericordia. Por eso encontramos gente de fe como Madre Inés que no se cansará nunca de repetir: ¡Sagrado Corazón de Jesús en Ti confío!

El agua, símbolo de la pureza, de la riqueza y de la abundancia de la vida del Espíritu, también, como dijimos, está presente. La misericordia divina hará que ese agua se transforme en el vino que dará alegría a la boda. Esa alegría de saber que el Señor nos ama. Jesús no pide a aquellos servidores que le expliquen quién tiene la culpa de que no haya vino, o que traten de averiguar el por qué de aquella carencia. O que vean si la causa es que hay “muchos colados”. Hay agua y eso basta; hará el milagro.

María, portadora de misericordia, contagia a quien se quiera dejar sorprender por la Misericordia Divina y cada uno de nosotros, hemos de ser también portadores de esa misericordia, amor de Dios para la salvación del mundo. María nos invita a ser misericordiosos, a ver que «No tienen vino». Ella nos invita a confiar en Cristo que quiere llenarnos de su misericordia. Madre Inés nos invita a vivir en el amor habitual de Dios. Ella incluso habla de voto de amor habitual: "Invade mi alma una alegría divina, porque cantaré eternamente las misericordias de Dios: sí Señor, tus misericordias llenan mi vida entera: tus misericordias llenan mi alma de gratitud, tus misericordias hacen que estalle en un himno de amor y agradecimiento, a quien siendo infinito en todas sus perfecciones, no se desdeña de abajarse a la más miserable de las criaturas".[8]

Por ese «No tienen vino» expresado por su Madre, Jesús multiplica el vino: Y poco después cura al paralítico, multiplica los panes, cura a un enfermo, devuelve la vista al ciego de nacimiento, resucita a Lázaro.... solo se necesita amar, dice Madre Inés. Eso, diría yo, es misericordia como nos la enseña María, como la ejerce Jesús en las bodas de Caná.

La misericordia de Dios consiste en que él nos ama y se compromete hasta el fondo por nuestro amor. María de Nazareth lo entiende y vive así, inundada en esa misericordia que luego transmite a muchas almas generosas que son portadores de esa misericordia. Fuera del amor no hay nada que valga la pena dice Madre Inés. Ella, hablando de Dios Padre dice: Es tan misericordioso, es Padre amoroso...

Cuántos personajes y símbolos en un relato tan pequeño. Como ves, cada pasaje del evangelio es una mina de enseñanzas para quien medita con amor pensando en la misericordia de Dios. Caná es el primer anuncio, allí se percibe la misericordia de Dios por el hombre, su ternura, su acogida benigna de la invitación de María. Caná es manifestación de amor de Dios al hombre. La misericordia de Dios se manifiesta así, en los hechos cotidianos de Caná, en los hechos cotidianos de nuestras vidas que recorren el tiempo y el espacio del mundo buscando crear espacios de santificación, espacios de encuentro con la misericordia de Dios.

Estoy seguro de que esta reflexión sobre el misterio de Caná, nos hará pensar en esa misericordia de Dios que bajo la protección de María, vela por nosotros. Ella, si advirtió la falta de vino en Caná, advertirá todo lo que nos falta y podrá intervenir si la dejamos actuar como hasta ahora.

Hay mucho más que decir de la misericordia, eso le tocará a cada quien descubrirlo en los momentos de oración y de silencio, repasando su propia historia. La misericordia de Dios nos invade, llena nuestros corazones hoy y siempre. Escuchemos también nosotros aquellas palabras de María: «No tienen vino», «Haced lo que Él os diga», y seamos portadores de la misericordia de Dios.

Dejo ahora unas citas bíblicas que hablan de la misericordia de Dios para que sirvan a la meditación personal:

Dt 32, 10-11.
Lc 12,30.
Mt 5,45.
Sal 33,5.
Lc 6,36.
Ef 2,4-7.
2 Co 1,3-4.
1 Pe 1,3-4.
Del libro de pensamientos de Madre Inés, los números 305 al 319.

Alfredo L. Delgado R.,
M.C.I.U.

[1]25 de marzo de 1987.
[2]22 de enero de 1999.
[3]Esto el beato Juan Pablo II lo dijo en Redemptoris Mater # 21.
[4]Cf. Ecclesia in América # 11.
[5]Pensamientos, # 311.
[6]Cf. Jn 1,14: «Hemos visto su gloria»
[7]Pensamientos, # 315.
[8]Pensamientos, # 319.

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