El escritor británico George Bernard Shaw le envió a Winston Churchill dos entra-das para su nueva obra: La nota que acompañaba los boletos decía: –Venga a mi comedia y tráigase un amigo, si es que tiene un amigo. Churchill le respondió: –Tengo un compromiso para el día del estreno, pero iré a la segunda representación, si es que la hay.
A la luz de estas cuantas palabras que se intercambian estos dos personajes famosos, podemos darnos cuenta de que «el ser negativos» y «la venganza sutil» son aspectos compatibles y comunes en muchos de los diálogos de la gente de hoy y de siempre. Ignoro por qué suele ilustrarse siempre más el pesimismo y se hace a un lado el optimismo.
Recuerdo aquel día en que el Papa Benedicto XVI entregó al mundo su primera y tan esperada encíclica. Muchos esperaban un documento en el que denunciara los graves males que aquejan a nuestra sociedad, o alguna novedad teológica del Papa estudioso y nada, el mundo quedó sumamente sorprendido cuando el Papa presentó un texto muy sugestivo y extraordinariamente cálido: "El amor es una luz —en el fondo la única— que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar. El amor es posible, y nosotros podremos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios. Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo: a esto quisiera invitar con esta encíclica", escribía el Papa en uno de los últimos párrafos. Y poco antes explicaba que "el amor no se reduce a una actitud genérica y abstracta, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora". Una de las maneras de ponerlo en práctica es tomarse el trabajo de ser optimistas, positivos. ¡Gracias a Dios tenemos un Papa sumamente optimista!
¡Cuánto apreciamos todos el optimismo, y cuántas veces nos resistimos a serlo! Resulta un tanto enigmático que gustándonos tanto a todos el hecho de que las cosas marchen positivamente, seamos tan mezquinos a veces para colaborar en la construcción de un mundo optimista en el que reine el amor.
En la Universidad de Kansas, se han hecho recientemente algunos estudios clínicos que revelan que las personas con un alto nivel de expectativas destacan por la capacidad de motivarse a sí mismos, de sentirse diestras para encontrar la manera de alcanzar sus objetivos, de asegurarse de que las cosas irán mejor cuando atraviesan una situación difícil, de ser flexibles para hallar formas alternativas que los lleven a conseguir sus metas o de cambiarlas si constatan la realidad de que es imposible alcanzarlas. Asimismo, el resultado del estudio apunta un consejo práctico: descomponer una tarea compleja en otras más sencillas y manejables.
Sin duda, el optimismo es un gran motivador, comparable con la esperanza, por eso la segunda encíclica del Papa Benedicto fue: “La esperanza que salva”. Daniel Goleman (Inteligencia emocional) señala que "los optimistas consideran que los fracasos se deben a algo que puede cambiarse y, así, en la siguiente ocasión en la que afronten una situación parecida pueden llegar a triunfar. Los pesimistas, por el contrario, se echan las culpas de sus fracasos, atribuyéndolos a alguna característica estable que se ven incapaces de modificar". Hablar de optimismo es hablar de una alegre entrega a un objetivo concreto con la esperanza de que aquello perdure en el amor. El optimismo es uno de los valores que mayor interés ha despertado entre los investigadores de la psicología y sociología actual.
El optimismo puede definirse como una característica disposicional de personali-dad, que media entre los acontecimientos externos y la interpretación personal de los mismos. El optimismo es el valor que nos ayuda a enfrentar las dificultades con buen ánimo y perseverancia, descubriendo lo positivo que tienen las personas y las circunstancias, confiando en nuestras capacidades y posibilidades junto con la ayuda que podemos recibir.
¿Por qué hablar de esto en un retiro? ¿Por qué dedicar tiempo de reflexión ora-ción y meditación al optimismo? He aquí la pieza clave del rompecabezas mental y anímico de gran parte de nuestra vida espiritual: sólo conociendo la verdad disponemos de la libertad que nos facilita actuar atinadamente en el seguimiento de Cristo y sólo siendo optimistas, como Él, lograremos dar el paso de «la cruz de la pasión y muerte» a «la luz de la resurrección».
Algunos problemas de nuestra vida de fe, de oración y de compromiso cristiano, incluida por supuesto nuestra propia vocación específica (sacerdocio, vida consagrada, soltería o matrimonio), no se resuelven porque se ignoran; otros, porque se plantean mal o no se enfrentan. Esto explica que errores de ideas, de decisiones, de gestión, sean la consecuencia lógica de partir de hechos ignorados o mal percibidos que terminan llevando al creyente a la depresión o al abandono de la vocación específica antes elegida; basta ver el número de divorcios y separaciones matrimoniales tan elevado o los casos de deserciones en la vida sacerdotal y religiosa. Cuando estas equivocaciones se gestan y van creciendo en el negativismo, las repercusiones se multiplican en la misma persona y en quienes le rodean, afectando todo el entorno con un aire de negatividad característico de muchos ambientes de nuestra época.
En un mundo en el que impera el negativismo, los creyentes y en especial los consagrados, siempre podemos empezar por lo enteramente a nuestro alcance: comenzar por la primera persona del singular, seguir con la segunda... Como ilustra esa canción que canta Bacilos y se llama «Siempre Así»: "Si los hombres han llegado hasta la luna, si desde Sevilla puedo hablar con alguien que esté en Nueva York, si la medicina cura lo que antes era una muerte segura, dime por qué no es posible nuestro amor".
Los medios de comunicación presentan de ordinario en las noticias, en los programas, en las novelas y hasta en las caricaturas, rostros violentos, airados o adoloridos que nos conmueven o que nos contagian tristeza, pena, dolor, y cuando los comunicadores ponen ante nuestros ojos caras sonrientes, tendemos a menudo a considerarlas falsas y forzadas —«ponen cara de circunstancia, decimos»— porque pensamos que con su talante amable buscan el propio interés o simplemente la eficacia. De modo semejante, nos parece increíble que alguien pueda acogernos con una sonrisa afectuosa aun sin conocernos y, sin embargo, todos tenemos la maravillosa experiencia de aquella sonrisa a primera hora de la mañana que logró cambiar nuestro día.
El término “optimista” surge del latín “optimum”: “lo mejor”. Fue usado por primera vez para referirse a la doctrina sostenida por el filósofo Leibniz en su obra “Ensayos de Teodicea sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal”, según la cual el mundo en el que vivimos es el mejor de los mundos posibles.
Muchos grandes pensadores se han interesado por el término y lo han definido de forma certera, como el escritor británico Chesterton quien decía que “el optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad” y el político Winston Churchill, de quien hablábamos al inicio con un hecho negativo en su vida, tiene algo muy positivo donde afirma que “el optimista tiene siempre un proyecto y el pesimista siempre una excusa”.
Ludwig Wittgenstein (Viena, Austria, 26 de abril de 1889 - Cambridge, Reino Uni-do, 29 de abril de 1951) –para muchos el filósofo más profundo del siglo XX – anotaba incidentalmente en un oscuro pasaje de las Philosophical Investiga-tions, que "una boca sonriente sonríe sólo en un rostro humano", porque ciertamente nunca podemos hablar de la sonrisa de un perro o un gato. Con estas palabras Wittgenstein afirma que para sonreír hace falta un rostro humano porque el ser humano otorga significado a la sonrisa, pero quizá sugiere también que un rostro es plenamente humano cuando sonríe y es optimista. Ya los escolásticos medievales advirtieron que la capacidad de sonreír era un accidente propio de los seres humanos, era una propiedad derivada necesariamente de su esencia. Omnis homo risibilis est, decían; todo hombre es capaz de reír.
Tomarse el trabajo de ser optimista es un modo aparentemente sencillo en el que cada uno puede hacer un poco más humano este mundo nuestro y hacer así también más humana su propia vida. Por eso, para el hombre de fe, es necesario el optimismo. Cada día nos movemos en un mundo que si quiere va hacia el opti-mismo, pero, si lo prefiere, puede ir al pesimismo. Ludwig Wittgenstein creció en un hogar que proporcionaba un ambiente excepcionalmente positivo e intenso para la realización artística e intelectual. Sus papás (él judío convertido al protestantismo y ella católica) eran aficionados a la música y todos sus hijos tuvieron dotes intelectuales y artísticas. El hermano mayor de Ludwig, Paul Wittgenstein se convirtió en un pianista concertista de fama mundial. La casa de los Wittgenstein atraía a gente culta y optimista, especialmente a los músicos de la época. La familia recibía visitas frecuentes de artistas como Gustav Mahler. Toda la educación musical de Ludwig sería muy importante para él. Incluso utilizó ejemplos musicales en sus escritos filosóficos, pero tres de sus cuatro hermanos varones se quitaron la vida. Él fue ferviente católico y un hombre sumamente feliz. En 1919 renunció a la parte de la fortuna familiar que había heredado cuando su padre murió. El dinero fue dividido entre sus hermanas Helene y Hermine y su hermano Paul, y Wittgenstein insistió que le prometieran que nunca se lo devolverían.
Me viene a la memoria otro hombre sumamente positivo y maravilloso: el Papa Juan Pablo I, quien en los breves días de su pontificado con su optimismo, reflejado en una sonrisa que aún recuerdo, llenó de esperanza al mundo. Puede leerse en el libro suyo Ilustrísimos Señores, escrito unos pocos años antes: "Desgraciadamente sólo puedo vivir y repartir amor en la calderilla de la vida cotidiana. Jamás he tenido que salir huyendo de alguien que quisiera matarme. Pero en cambio, en la vida diaria, sí existe quien pone el televisor demasiado alto, quien hace ruido o simplemente es un maleducado. En cualquiera de esos casos es preciso comprenderlo, mantener la calma y sonreír. En ello consistirá el verdadero amor sin retórica". Todo hace pensar que aquel optimismo tan natural parecía era fruto de un prolongado esfuerzo de muchos años.
El optimismo es siempre muy agradecido. Aún el filósofo William James, siendo que defendió a capa y espada el pragmatismo, decía que no lloramos porque es-tamos tristes, sino que estamos tristes porque lloramos. Me parece que algo se-mejante puede decirse de la persona optimista. De hecho, cuando en mi ministerio sacerdotal me encuentro con personas que sufren por su soledad, por sus dificultades, por sus problemas personales, me gusta invitarles a que se empeñen en ser optimistas con quienes tienen a su alrededor porque –les digo parafraseando a William James– no somos optimistas porque estamos contentos, sino que más bien estamos contentos porque somos optimistas. No importa que en un primer momento el optimismo sea un poco forzado o parezca artificial, pues con su repetida práctica va calando por dentro hasta que hace un ambiente y alegra permanentemente el corazón. Con razón Madre Inés hablaba del «apostolado de la sonrisa» y por lo mismo siempre se le vio sonreir.
Hay quienes piensan que la guerra es el motor de la historia humana, que el con-flicto y la confrontación son los elementos que llevan la marcha del progreso social y científico. El Papa Benedicto XVI viene a recordarnos que el motor de la historia –si es que la historia tiene motor– es el amor, el diálogo y la comunicación entre las personas y los pueblos. Lo que nos enseña es que cambiaremos el mundo a base de cariño. En este sentido, ponerse a sonreír es comenzar a cambiar el mundo, porque significa poner el amor –y no el egoísmo o el propio interés– en el centro de la vida humana. Por eso para comenzar a cambiar el mundo merece la pena tomarse en serio el trabajo de sonreír.
Estamos en Cuaresma, y a veces la Cuaresma suele ser para algunos, espacio de pesimismo, por la penitencia y los sacrificios. La Cuaresma es la oportunidad de mirar a nuestras vidas, encontrar las zonas desérticas y crecer en el optimismo que hace ver que el desierto puede florecer.
La Cuaresma es tu tiempo con Dios. Tiempo para revisar tus afanes y tu misma vida en camino a la resurrección. La Cuaresma es para ser optimistas y adquirir el equilibrio cristiano que ayude al alma a rehabilitarse con la fuerza y el optimismo de Dios. Es el camino a la Pascua de liberación con Cristo. La Cuaresma es tu tiempo con Dios.
La vida del materialismo consumista ha llevado a la sociedad actual a menospre-ciar los valores del Reino, a disociar la fe de la vida, a olvidar que el hombre no vive solo de pan sino también de la palabra de Dios. En el fondo es la lucha del «ser» sobre el «tener».
EL «tener» nos lleva a la insolidaridad que se niega a compartir, nos convierte en tristes limosneros en lugar de ser alegres promotores del reparto de bienes y desarrolladores de dones y carisma. Nos lleva a la frustración existencial, siempre negativa, ante las nuevas necesidades creadas artificialmente. El «tener» subordina los bienes al hombre. Nos lleva a la desintegración total de nuestra existencia.
El «ser», por otra parte, es fundamentarse en la acción de Dios que nos creó. Básicamente es vivir optimistas en el amor. Acercarse al hermano para extenderle una mano en su necesidad. Es considerar al otro, no como objeto de exploración sino como parte del proyecto de Dios y ese proyecto será incompleto si no uno mi «ser» al «ser» de mi hermano como realidad inseparable de mi existencia.
La cuaresma es tu tiempo para conocer el proyecto de Dios Padre quien en Cristo "trasforma nuestra condición humilde según el modelo de su condición divina" por eso la cuaresma es tiempo de gracia para hacer un alto en el camino y preguntarse, desde un corazón optimista, a dónde voy y con quién camino.
La oración es la fuerza liberadora y la que llena el alma de optimismo. Ahí escu-charás las palabras del Señor, "si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y que me siga… Quien pierde su vida por mí, la salvará' (Lc.9, 23) Los apóstoles, antes de la pasión del Señor, seguían a Jesús pero con sus criterios, impregnados de un triunfalismo político. Tu oración ha de ser un encuentro Pascual con tu Padre. Orar no es hablar de Dios sino hablar con Dios. Alábalo y glorifícalo y pídele que sepamos recibir sus bendiciones. Tu oración principal será el participar en la santa misa. Escucha la palabra y luego comulga con la palabra.
Para poder orar con confianza, confiesa tus pecados en el sacramento de la Re-conciliación o confesión. Si reconoces tu pecado y pides perdón, habrás abierto la puerta de la sanación interior y, por ende, al optimismo. Tras tu confesión vive reconciliado con tu hermano. Purificado de tu pecado crecerán en ti los sentimientos de fraternidad, paz, amor, alegría y generosidad.
Todos buscamos una sociedad más justa pero esperamos que el otro cambie. La realidad es que el mal está dentro de mí y como el negativismo gana, piensas muchas veces que nunca cambiarás. Si yo no reconozco esto, nada cambiará dentro ni fuera de mí. Pero si tú cambias, habremos encontrado la llave que abrirá muchas puertas por las que podrán caminar innumerables hermanos.
Dado que uno, según se dice, “no nace, sino se hace”, es recomendable educar-nos desde la fe y la vocación en ese “enfoque” optimista y positivo, ver lo bueno de cada situación, buscar siempre puertas abiertas, tender puentes, evitar la «cul-tura de la queja» y ser empáticos, abiertos y esperanzados, aprender a sonreír es la mejor enseñanza.
Podríamos dar ahora algunas pautas para meditar:
• Analizar las cosas a partir de los puntos buenos y positivos, seguramente con esto se solucionan muchos inconvenientes. No siempre funciona igual a la inversa. Esta pauta debemos aplicarla aún con los más pequeños también, enseñarles a ver el lado positivo como siempre enseñó Madre Inés.
• Esforzarnos por dar sugerencias y soluciones en lugar de dar paso a las críticas o quejas. De cara a la vivencia de nuestra vida diaria, acostumbrarnos a aportar una posible solución ante cualquier problema.
• Procurar descubrir las cualidades y capacidades de cada persona que nos rodea, reconociendo el esfuerzo, el interés y la dedicación que cada quien pone para construir la familia, la comunidad, el grupo, la parroquia.
• Aprender a ser sencillos como María de Nazareth y pedir ayuda, generalmente acudiendo al consejo de hermanos y hermanas experimentados se encuentran las soluciones que solos no veríamos.
• Salir de uno mismo, no buscar la propia satisfacción. Ayudar a los demás, estar atentos como María en las bodas de Caná. Pensar en los otros evitará muchos desengaños que sólo conducen a la tristeza y al pesimismo que ensombrecen la vida.
• No hacer alarde de seguridad en uno mismo tomando decisiones a la ligera, considerar y sopesar las cosas antes de actuar pues lo contrario no es optimismo, sino imprudencia.
• Aprender a valorar lo que somos y lo que tenemos. El fomentar la autoestima y ensalzar lo bueno en los demás ayudará a acentuar una actitud positiva de uno mismo.
• Cultivar la oración y el gozo por vivir inmersos en la vida de Dios. Jesús siempre fue positivo y amó desde la cruz.
• Ser agradecidos. Acostumbrarnos a dar las gracias por todo, es una manera de ver nuestra vida como un continuo regalo que hay que agradecer.
Para los que tenemos la suerte de creer y tener fe, sabemos que el motivo de nuestra actitud optimista ante la vida es nuestra esperanza alegre y confiada, sólo esta razón hace que respondamos con una sonrisa ante la contrariedad. Necesitamos alegría y optimismo a nuestro alrededor. El camino hacia la Pascua Eterna se construye mejor con una sonrisa que con un «crudo realismo» que nos puede paralizar.
Cuando Madre Inés habla de la elección de las almas que serán enviadas a las misiones Ad Gentes dice: “¿Quiénes son las personas avocadas a ir a misiones entre no fieles? Las que saben convivir con alegría, paz y concordia. Las que no hacen la vida difícil a quienes conviven con ellas; las que son dóciles, cumplen con toda responsabilidad sus deberes... las que aman su vocación y la defienden y cultivan por todas los medios lícitos” (f. 3772), o sea, las personas optimistas. Ella misma dice a los consagrados y consagradas de la Familia Inesiana: “Qué bien, a aprovecharse para la gloria de Dios; y siempre con el corazón en lo alto, llenos de optimismo en todo el instituto” (f. 3867) A los vanclaristas, que son misioneros seglares en el mundo les dice: “Adelante queridos vanclaristas, Dios nos quiere optimistas, trabajadores, generosos en nuestra entrega, vale la pena vivir así y luchar porque los demás lo vivan también porque la realidad eterna que nos espera es sublime.” (f. 4021).
Es bueno fomentar en este tiempo de Cuaresma el optimismo, para abrir así puertas a la esperanza en un mudo como el nuestro. Necesitamos contemplar y mirar hacia arriba, hacia la resurrección, para seguir construyendo aunque parezca, aparentemente, que nuestro esfuerzo no es importante: Una sonrisa, más otra sonrisa, más otra sonrisa,… pueden contribuir a hacer mundo más feliz y a reestrenar nuestro bautismo en la Pascua.
Alfredo Delgado, M.C.I.U.
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