lunes, 2 de marzo de 2015

El valor de la Responsabilidad: Ser fieles en las cosas pequeñas de cada día. TEMA DE RETIRO

En una época de la historia humana signada por avances científicos y tecnológicos hasta no hace mucho no imaginados o inimaginables, el retroceso de la responsabilidad o su olvido es también asombroso y preocupante. El abandono de la responsabilidad equivale, en primer lugar, a la ligereza de la propia vida. Hoy muchos laicos “comprometidos” parece que viven a la ligera, siendo que la responsabilidad de cada uno se centra en el sentido, el contenido, el significado que se le da a la propia existencia. De eso cada uno es responsable, antes que nada. Esa será la responsabilidad que nos reclamará cada vez con mayor intensidad, a medida que maduremos. Se trata de un tema mayor, que exige presencia, compromiso, estudio y reflexión.

Al hablar de «responsabilidad», empleamos el término para hablar de una virtud, y hemos venido viendo en los retiros de cada mes, que la virtud es una disposición permanente o habitual de hacer el bien. El nombre griego ("areté") indica una cualidad excelente de la actividad (intelectual o moral); el nombre latino ("virtus") indica fuerza o capacidad para obrar el bien. Es un hábito operativo (recibido o adquirido), una costumbre o una disposición adquirida por repetición de actos. A veces se aplica a un rasgo del carácter o a una capacidad para obrar el bien. La virtud enraíza en la persona (en su entendimiento, voluntad, afectividad...) y tiende a un objetivo o finalidad buena. De la ahí la variedad de virtudes: según la facultad en que enraíza y el bien a que tiende. Se llama "virtuosa" a la persona que tiende hacia el bien por medio de su actuar de la vida cotidiana, es decir, según su proceder en las cosas pequeñas de cada día.

Estas disposiciones o hábitos, llamados virtudes, son de la vida humana en general (virtudes humanas o naturales), de las actitudes básicas (virtudes cardinales o morales) y de la vida cristiana de configuración con Cristo (virtudes teologales) y para crecer en el día a día requieren del valor de la responsabilidad.

Parece que ahora estamos frente a un tema que a primera vista parece sencillo, y si queremos, lo es, pero ciertamente implica mucho trabajo para poder vivir nuestro ser y quehacer de cada día de manera responsable.

La palabra «responsabilidad» proviene del latín «responsum», que es una forma de ser considerado sujeto de una deuda u obligación, por ejemplo: «Los choferes son responsables por los daños causados por sus autobuses». «Los padres son responsables de la educación de sus hijos».

Responsable es aquel que conscientemente es la causa directa o indirecta de un hecho y que, por lo tanto, es imputable por las consecuencias de ese hecho. En la tradición kantiana, la responsabilidad es la virtud individual de concebir libre y conscientemente las máximas universalizables de nuestra conducta. En cambio para Hans Jonas, el eminente filósofo alemán que es principalmente conocido por su influyente obra “El principio de la responsabilidad” (publicado en alemán en 1979, en inglés en 1984), la responsabilidad es una virtud social que se configura bajo la forma de un imperativo que, siguiendo formalmente al imperativo categórico kantiano, ordena: “obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra”. Dicho imperativo se conoce como el principio de responsabilidad. Así, al hablar de responsabilidad, Jonas insiste en que la supervivencia humana depende de nuestros esfuerzos para cuidar nuestro  planeta y su futuro.

La responsabilidad es un valor que está en la conciencia de la persona, que le permite reflexionar, administrar, orientar y valorar las consecuencias de sus actos, siempre en el plano de la moral y sabemos que hay dos condiciones necesarias para que se dé la responsabilidad, y estas son:

Libertad: Para que exista responsabilidad, las acciones han de ser realizadas libremente. En este sentido, ni los animales, ni los locos, ni los niños pequeños son responsables de sus actos pues carecen de uso de razón (y el uso de razón es imprescindible para la libertad).

Ley: Debe existir una norma desde la que se puedan juzgar los hechos realizados. La responsabilidad implica rendir cuenta de los propios actos ante alguien que ha regulado un comportamiento.

El hombre responde de sus actos ante quien es capaz de dictarle normas, y esto sólo pueden hacerlo Dios (responsabilidad moral), uno mismo (juicio de conciencia) y otros hombres. A su vez, la responsabilidad ante los demás puede ser de varios tipos: responsabilidad jurídica (ante las leyes civiles), familiar-doméstica (ante la familia), laboral, vocacional, etc.

La responsabilidad (o la irresponsabilidad) es fácil de detectar en la vida diaria, especialmente en su faceta negativa: la vemos en el empleado que no hizo correctamente su trabajo, en el pintor que no terminó de pintar las puertas en el día que se había comprometido, en el hijo que tiene bajas calificaciones en el colegio por no haber estudiado, en el que quedó mal porque llegó tarde a la cita para su nuevo empleo, y en casos más graves que no vale la pena mencionar.

Escuchemos ahora un consejo de Madre Inés, tocante a este tema de la responsabilidad: “Pongámonos en la presen­cia de nuestro Señor y veamos si hemos cumplido lo que prometimos y como lo prometimos... Si hasta ahora no lo hemos hecho, ya es hora, hijos, de que empecemos; tenemos gran responsabilidad de hacerlo, pero más que nada hagámoslo impulsados por su amor; por ese amor que el Padre nos tuvo, que no dudó en darnos a su propio Hijo, que fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Muramos con él para que podamos gozar plenamente de su gloriosa resurrección. Así lo espero de todos mis hijos, que no dudo darán esta alegría a Dios y a su madre que los bendice de corazón. (Carta colectiva, Cuernavaca, Morelos, 5 de Abril de 1965, f. 3645)

Sin embargo, todos somos conscientes de que desde la perspectiva de nuestra vida de bautizados, plantearse lo que es la responsabilidad no es algo tan sencillo. Ya nos dice la Madre María Inés que un elemento indispensable dentro de la responsabilidad es el cumplir lo que hemos prometido. La responsabilidad, entonces, es una obligación en nuestra respuesta de cada día a Dios que nos ha llamado desde nuestro bautismo. Dirá la Madre: “Libremente prometimos, libremente cumplamos”. Solo se es auténticamente libre cuando se actúa  responsablemente.  Un cristiano es responsable cuando tiene plena conciencia de sí mismo  y se posee a sí mismo como Jesús. Todos hemos sido llamados a la vida  de la gracia y para responder a ella se nos ha dotado de habilidades y talentos que hemos de usar si queremos considerarnos y que nos consideren responsables.

La responsabilidad tiene un efecto directo en otro concepto fundamental de nuestra vida cristiana: la confianza. Confiamos en Dios y confiamos en aquellas personas que son responsables. Ponemos nuestra fe y lealtad en Dios y en aquellos que de manera estable cumplen lo que han prometido.

La responsabilidad es también un signo de madurez en la vida espiritual, pues el cumplir una obligación de cualquier tipo no es generalmente algo agradable, pues implica esfuerzo. Para el ama de casa irresponsable, las encomiendas pueden parecer simplemente cargas como el lavar, el planchar, el hacer la comida, y el no cumplir con lo prometido origina consecuencias no sólo sobre ella, sino muchas veces sobre toda la familia. Igual puede suceder con un esposo y padre irresponsable, que deja secuelas que nunca se terminarán de reparar. En cambio, gracias a la responsabilidad, podemos convivir pacíficamente en nuestras casas en la vida de cada día, lo mismo que en los momentos de trabajo o de estudio, ya sea en el plano personal o social.

Cuando alguien cae en la irresponsabilidad, fácilmente podemos dejar de confiar en esa persona y se desquebraja todo, porque se viene abajo la libertad. Madre Inés, citando a san José María Escribá de Balaguer dice en una de sus cartas: “La persona que no acepta la responsabilidad, no merece de ninguna manera la libertad”. (Carta colectiva, Roma, noviembre de 1969, f. 3851). Y es que es fácil caer en la tentación del capricho y del bienestar inmediato por pereza o comodidad, por eso, la responsabilidad es tema para un retiro, de manera que nos podamos revisar y encontremos aliento para ser cada día más responsables en  según la vocación específica a la que Cristo nos ha llamado. El origen de la irresponsabilidad se da en la falta de prioridades correctamente ordenadas y el mundo de hoy vive en un cierto desorden sin concierto que hace que el tiempo se escurra y se viva con irresponsabilidad.

En el bautizado, la responsabilidad debe ser algo estable, porque con el sacramento ha recibido la gracia que le lleva a crecer en la virtud. Todos podemos tolerar la irresponsabilidad de alguien ocasionalmente, una imprudencia, un fallo, pero no las consecuencias de una persona que se ha estacionado en la irresponsabilidad y pasa así por este mundo. Todos podemos caer fácilmente alguna vez en la irresponsabilidad. Empero, no todos toleraremos la irresponsabilidad de alguien durante mucho tiempo. La confianza en una persona en cualquier tipo de relación (familia, escuela, trabajo, grupo) es fundamental, pues es una correspondencia de deberes. Es decir, yo cumplo porque la otra persona cumple y porque cada uno hemos prometido a Dios cumplir. El costo de la irresponsabilidad es muy alto y trasciende.

La responsabilidad es un valor y se va haciendo virtud, porque gracias a ella podemos convivir en de una manera pacífica y equitativa. La responsabilidad en su nivel más elemental es cumplir con lo que se ha comprometido, o la ley hará que se cumpla. Pero hay una responsabilidad mucho más sutil (y difícil de vivir), que es la que se hace por donación como Cristo, la que se realiza haciéndose “pan partido”. Cuantos ejemplos de santos tenemos al respecto: Isidro Labrador, Juana Beretta Mola, los papás de santa Teresita y, por supuesto, la Madre María Inés Teresa Arias.

Ser responsable es asumir las consecuencias de nuestras acciones y decisiones personales y comunitarias. Ser responsable también es tratar de que todos nuestros actos sean realizados de acuerdo con una noción de justicia y de cumplimiento del deber en todos los sentidos.

Los valores son los cimientos de nuestra realización en la vida. La responsabilidad es un valor, porque de ella depende la estabilidad de nuestras relaciones fraternas. La responsabilidad vale, porque es difícil de alcanzar y por eso hay que preguntarse: ¿Qué podemos hacer para mejorar nuestra responsabilidad?

El primer paso es percatarnos de que todo cuanto hagamos, todo compromiso, tiene una consecuencia que depende de nosotros mismos. Nosotros somos quienes decidimos y quienes vamos edificando la nueva civilización del amor.

El segundo paso es lograr de manera estable, habitual, que nuestros actos personales y comunitarios correspondan a nuestras promesas. Si prometemos "hacer lo correcto" y no lo hacemos, entonces no hay responsabilidad.

El tercer paso es educar a quienes están a nuestro alrededor para que sean responsables. La actitud más sencilla, para no meterse en apuros, es dejar pasar las cosas: olvidarse del asunto y que cada quien haga como pueda, tal vez hacer uno mismo el trabajo sin pedir ayuda para no batallar, o simplemente romper la relación afectiva o acrecentar la brecha generacional. Pero este camino fácil tiene su propio nivel de responsabilidad, porque entonces nosotros mismos estamos siendo irresponsables al tomar el camino más ligero. ¿Qué bien le hemos hecho al prójimo al no exigirle? ¿Realmente romper con la relación afectiva era la mejor solución? Incluso podría parecer que es "lo justo" y que estamos haciendo "lo correcto". Sin embargo, hacer eso es caer en la irresponsabilidad de no cumplir nuestro deber y ser iguales al gobernante que hizo mal las cosas o al marido que ha sido infiel. ¿Y cuál es ese deber? La responsabilidad de corregir. Dice la Madre María Inés: “El deber de corregir, ésta es una de las responsabilidades que no se debe eludir por cobardía, por respetos humanos, etc.” (Carta colectiva, Roma, 3 de diciembre de 197, f. 3995).

El camino más difícil, pero que a la larga es el mejor, es trabajar juntos para alejar la irresponsabilidad y acrecentar el compromiso personal y comunitario de construir juntos viviendo la corresponsabilidad. ¿No cumplió el hermanito lo que prometió? ¿No hizo la hija lo que había quedado de hacer? ¿No sacó mamá el compromiso adquirido? Entonces,  hacer lo que sea necesario para asegurarnos de que cumplirá la encomienda. ¿Y el olvidadizo y la distraída? Hacer que reaccionen. ¿Y con el marido infiel? Hacerle ver la importancia de lo que ha hecho, y todo lo que depende de la relación. ¿Y con el encargado que no hizo lo que debía? Utilizar los medios de protesta adecuados, que no hieran ni desquebrajen pero que lleven al sujeto a saberse responsable de su acción.

Vivir la responsabilidad no es algo cómodo si no se ama nuestra fe, como tampoco lo es el corregir a un irresponsable si no se quiere buscar que crezca. Nuestro deber, como bautizados, es asegurarnos de que todos podemos convivir armónicamente y hacer lo que esté a nuestro alcance para vivir mostrando al mundo cómo viven los hijos de Dios en el Cuerpo Místico de Cristo. ¿Qué no es fácil? Si todos hiciéramos un pequeño esfuerzo en vivir y corregir la responsabilidad, nuestra sociedad entera se convierte, sí, es difícil, pero vale la pena.

Un día de retiro es bueno para preguntarse en un clima de oración: ¿cómo ser más responsables? El camino más rápido para mejorar en responsabilidad es apreciar claramente que de nuestro compromiso de vida consagrada dependen cosas grandes para nuestra vida, para nuestra familia, para el grupo, para la Iglesia y el mundo. Los santos, gente con ideales y metas elevadas se responsabilizan enseguida de sus decisiones.

Un día de retiro es bueno para preguntarse: ¿qué cualidades ayudan a la responsabilidad? Hay varias virtudes que se relacionan mutuamente con la responsabilidad. Digamos que básicamente son tres, y Madre Inés las destaca:

Valentía.- Para dar cuenta de los propios actos hace falta un valor capaz de superar el temor al castigo. (Responsabilidad ante los demás).

Humildad.- El orgullo dificulta pedir perdón; mientras que la persona humilde reconoce sus fallos. (Responsabilidad ante uno mismo).

Piedad basada en la filiación divina.- Quien aprecia el gran don de ser hijo de Dios procura que su comportamiento agrade a su Padre. (Responsabilidad ante Dios).

Un día de retiro es bueno para preguntarse: ¿La responsabilidad mejora con la edad y con los años? Con la edad suelen tomarse decisiones más importantes, lo mismo que con los compromisos que se van adquiriendo según la propia vocación, y normalmente la responsabilidad aumenta. Pero no mejora por el simple paso de los años, sino por los hábitos que se adquieren y por la fuerza de la oración. Entonces podemos decir que se necesita madurar en la responsabilidad.

Veamos lo que nos dice la Madre María Inés Teresa en un largo párrafo de una de sus cartas:  “Una persona madura en todo el sentido de la palabra, tiene que obrar así; viniendo entonces, por así decir, lo que yo llamo, madurez espiritual; esto es: obrar siempre por amor, por el amor y ... con el amor. Con él, por él y en él, por esto ha habido niños completamente maduros que han llegado a la santidad, como santo Domingo Sabio, el beato de Fontgaland (no sé cómo se escribe esta palabra), Luisito, el japonesito que se fue siguiendo a la carreta que llevaba a los mártires a la crucifixión, y así muchos otros. ¿Por qué en tan corta edad llegaron a una gran madurez? Porque amaron a Dios, porque sólo trataron de hacer en todo y siempre su adorable voluntad. De allí su paz interior y exterior, su dulzura, su espíritu apacible, su decisión al obrar, su gran espíritu de responsabilidad, su entereza en los casos difíciles, el saber salvar los obstáculos cuando se presentaban, el enfrentarse a las mayores dificultades con espíritu varonil, no huyendo de ellas, sino enfrentándolas con plena seguridad de que, por su nada y miseria, nada podían, pero... recordando y viviendo lo que dijo san Pablo: Todo lo puedo en él que me conforta. Toda alma que ha buscado así a Dios, claro que lo ha encontrado, y él está dispuesto a auxiliar a esa alma confiada quien, poniendo de su parte todos los medios, desconfía de su miseria, pero lo espera todo de él. Lo busca en sus prójimos; y él está en todos sus hijos. La persona egoísta que sólo se busca a sí misma, sólo  a sí misma, se encuentra con sus miserias, sus limitaciones y su nada, y ve un hondo vacío a sus pies, que la hace desmayar. Al alma confiada nada la hace desmayar, porque sabe que confía en un Dios que es todo bondad, poder, sabiduría y amor. Pero sabe también que él espera la cooperación sincera, abierta, de su criatura; espera que se deje labrar como el barro se deja trabajar por el alfarero. Mientras no hagamos esto, seguiremos siendo personas inmaduras” (Carta Colectiva, Roma, a enero de 1970, f. 3876-3877. Nota del autor: Guido di Fontgalland nació en París en 1913 y murió a los 11 años de una enfermedad incurable, fue sumamente responsable a pesar de su corta edad, Cuando solía dar limosna a un pobre, solía apretarle la mano. Y, cuando le preguntaron por qué lo hacía, respondió: “Quiero ofrecer algo a los pobres. El dinero que doy es de mi padre, pero el apretón de manos es mío”).

Un día de retiro entonces, es bueno para preguntarse: ¿cómo ejercitar la responsabilidad con madurez? La manera habitual de desarrollar esta virtud es aceptar responsabilidades por las acciones realizadas: Responder de los encargos recibidos, procurar cumplir los compromisos que se han adquirido, las tareas, los deberes. No sólo lo relacionado con lo mandado, sino también en los momentos de convivencia, de deporte o de juego. Evitando atribularse con exceso de reglas que pueden conducir a rechazar regulaciones y responsabilidades. Algo muy importante es hacerse y sentirse responsable de cumplir con las propias responsabilidades en casa y hacerse un horario personal que ayude a conducir el día con responsabilidad.

Se trata de que en este día reflexionemos ante la propia conciencia. Es bueno reconocer errores y culpas. Quien no reconoce culpas puede acabar siendo asesino en serie, alguien a quien todo da igual. En este sentido, la responsabilidad mejora con la práctica del sacramento de la reconciliación, pues, al hacer el examen o la revisión de vida, uno se da cuenta de que debe crecer en la responsabilidad para asemejarse más a Cristo, que responsablemente cumplió la voluntad de su Padre.

Madre Inés nos recuerda que la responsabilidad ante Dios se puede fomentar meditando la pasión, lo mucho que el Señor nos ama, y el cielo que nos espera. Pensar en el infierno también ayuda a la responsabilidad, sería como el primer paso para los incipientes: Hacerse responsable por tener miedo de ir al infierno.

Finalmente podemos pensar ¿cómo impulsar a los míos a trabajar en esta virtud? Además de recordar lo anterior, hay varios modos de animar a la práctica de esta virtud:

Presentar favorablemente las cualidades de una persona responsable, por ejemplo hacer ver que da gusto tener en la propia casa a alguien que cumple los compromisos.

Poner encargos y preguntar por su cumplimiento; con el correspondiente “gracias, Dios te lo pague”, al estilo de Madre Inés, si se realizó bien.

Buscar motivaciones: carteles, lecturas, oraciones, que ayuden a crecer juntos en la responsabilidad, tal vez buscar un buen libro o alguna película con el tema.

Así, pudiéramos concluir que la responsabilidad es una virtud que se cotiza muy en alza. Pero no puedo concluir este tema sin dejar un largo remate, como una especie de colofón con el ejemplo de san José que selle este tema bajo el amparo de María:

¡Qué maravilloso que al final de nuestros días en la tierra se pudiera decir!: “Este es el criado fiel y solícito...” (Lc 12,42). Estas palabras de Jesús, que recoge el evangelista San Lucas, pueden ser aplicadas al hombre responsable, a la persona que trae a cuestas una responsabilidad especial. Él, con responsabilidad, lealtad y sabiduría, supo asumir la responsabilidad que Dios le había confiado, como a san José, que “hizo lo que le había mandado el ángel del Señor” (Mt 1,24).

¿En qué consistió la responsabilidad de san José? Fundamentalmente en cuidar de María y de Jesús: “No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer… Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús”. Dios entrega a su propio Hijo, y a la Madre de su Hijo, a la custodia de San José. En su acción salvadora, Dios quiere contar con la colaboración de hombres y mujeres responsables; de administradores fieles y solícitos que velen por su familia, la familia en la que debe estar presente Jesús, José y María.

San José, sin ser el padre biológico de Jesús –ya que Jesús solamente tiene por Padre a Dios– supo cumplir la misión de padre, de servidor de la vida y del crecimiento de aquel a quien Dios mismo le había confiado como hijo. En cierto sentido, cada uno y cada una, hemos recibido una encomienda que reclama una responsabilidad parecida: servir a la vida y propiciar el crecimiento de sus hijos –las almas–. Los hijos no están confiados únicamente a la responsabilidad de las madres. También lo están a la responsabilidad de sus padres. Pero, más aun que de sus padres y de sus madres, los hijos son de Dios, pertenecen a Dios.

Como San José, hemos de apoyarnos en la fe para poder cumplir con nuestra responsabilidad.  Con todas las limitaciones propias de los hombres, con pecados y con miserias, Dios nos ha elegido por el bautismo para que seamos testigos de su misericordia, de su amor compasivo, de un amor que se comparte en la vocación específica que se nos ha dado y se hace signo para el mundo. ¡Somos responsables de ser lo que prometimos ser y a lo que Dios nos llamó!

Junto a la figura responsable de José, está María. Los pasajes del Evangelio parecen mostrarla como una simple servidora y dejan entrever al mismo tiempo que ella, mujer responsable de mantener su “Sí”, es la imagen viva de su Hijo, «el Servidor»: «el Hijo del hombre ha venido no para ser servido, sino para servir» (Mt 20,28). ¡Qué responsabilidad continuar la tarea iniciada por Él! Qué la Virgen María, la que supo ser la mujer responsable, la hija responsable, la esposa responsable, la Madre responsable, la apóstol responsable nos aliente.

De modo muy significativo, la más antigua plegaria a María (Sub tuum praesidium..., «Bajo tu amparo...») que contiene la invocación: “Theotókos”, Madre de Dios, nos la deja como responsable de ampararnos y de alentarnos a mantener viva la tarea de ser responsables en las cosas sencillas de cada día.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

dr.algdr2011

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