Espíritu Santo, Amor eterno del Padre y del Hijo, Vida de nuestras vidas, Luz que penetra las entrañas y el corazón: desciende y toca la pobreza de nuestro corazón con la inmensidad de tu gracia y tu bondad.
Desciende y fíjate en nuestra ceguera, Luz de Dios: somos ciegos para reconocer
lo que conduce a la Vida ,
lo que nos lleva hacia el Padre,
lo que construye el Reino y su justicia.
Da Luz a nuestros ojos:
que veamos en la Palabra la voluntad de Dios;
que veamos en el Pan Eucarístico a Jesús que se hace comida, la Savia que recorre nuestro ser y produce buenos frutos;
que veamos en los otros, en todos, a los hermanos que nos has dado,
que veamos en cada acontecimiento, alegre o sombrío,
una oportunidad única para dar un paso más hacia Ti.
Abre nuestros ojos al asombro de tu Amor.
Abre nuestros ojos a la fe: una fe firme y profunda
que nos apremie a amar y a confesar a la Trinidad Santísima
como nuestro único Dios y Señor. Amén.
2. Leemos el Texto Evangélico:
(Juan 9,1-41)
1 Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. 2 Y sus discípulos le preguntaron, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego? 3 Jesús respondió: Ni éste pecó, ni sus padres; sino que está ciego para que las obras de Dios se manifiesten en él. 4 Nosotros debemos hacer las obras del que me envió mientras es de día; la noche viene cuando nadie puede trabajar. 5 Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo. 6 Habiendo dicho esto, escupió en tierra, e hizo barro con la saliva y le untó el barro en los ojos, 7 y le dijo: Ve y lávate en el estanque de Siloé (que quiere decir, Enviado). El fue, pues, y se lavó y regresó viendo. 8 Entonces los vecinos y los que antes le habían visto que era mendigo, decían: ¿No es éste el que se sentaba y mendigaba? 9 Unos decían: Él es; y otros decían: No, pero se parece a él. Él decía: Yo soy. 10 Entonces le decían: ¿Cómo te fueron abiertos los ojos? 11 Él respondió: El hombre que se llama Jesús hizo barro, lo untó sobre mis ojos y me dijo: ``Ve al Siloé y lávate. Así que fui, me lavé y recibí la vista. 12 Y le dijeron: ¿Dónde está Él? Él dijo: No sé.
13 Llevaron ante los fariseos al que antes había sido ciego. 14 Y era día de reposo el día en que Jesús hizo el barro y le abrió los ojos. 15 Entonces los fariseos volvieron también a preguntarle cómo había recibido la vista. Y él les dijo: Me puso barro sobre los ojos, y me lavé y veo. 16 Por eso algunos de los fariseos decían: Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el día de reposo. Pero otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer tales señales? Y había división entre ellos. 17 Entonces dijeron otra vez al ciego: ¿Qué dices tú de Él, ya que te abrió los ojos? Y él dijo: Es un profeta. 18 Entonces los judíos no le creyeron que había sido ciego, y que había recibido la vista, hasta que llamaron a los padres del que había recibido la vista, 19 y les preguntaron, diciendo: ¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve? 20 Sus padres entonces les respondieron, y dijeron: Sabemos que este es nuestro hijo, y que nació ciego; 21 pero cómo es que ahora ve, no lo sabemos; o quién le abrió los ojos, nosotros no lo sabemos. Preguntadle a él; edad tiene, él hablará por sí mismo. 22 Sus padres dijeron esto porque tenían miedo a los judíos; porque los judíos ya se habían puesto de acuerdo en que si alguno confesaba que Jesús era el Cristo, fuera expulsado de la sinagoga. 23 Por eso sus padres dijeron: Edad tiene; preguntadle a él.
24 Por segunda vez llamaron al hombre que había sido ciego y le dijeron: Da gloria a Dios; nosotros sabemos que este hombre es un pecador. 25 Entonces él les contestó: Si es pecador, no lo sé; una cosa sé: que yo era ciego y ahora veo. 26 Le dijeron entonces: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos? 27 Él les contestó: Ya os lo dije y no escuchasteis; ¿por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es que también vosotros queréis haceros discípulos suyos? 28 Entonces lo insultaron, y le dijeron: Tú eres discípulo de ese hombre; pero nosotros somos discípulos de Moisés. 29 Nosotros sabemos que Dios habló a Moisés, pero en cuanto a éste, no sabemos de dónde es. 30 Respondió el hombre y les dijo: Pues en esto hay algo asombroso, que vosotros no sepáis de dónde es, y sin embargo, a mí me abrió los ojos. 31 Sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguien teme a Dios y hace su voluntad, a éste oye. 32 Desde el principio jamás se ha oído decir que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento. 33 Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada. 34 Respondieron ellos y le dijeron: Tú naciste enteramente en pecados, ¿y tú nos enseñas a nosotros? Y lo echaron fuera.
35 Jesús oyó decir que lo habían echado fuera, y hallándolo, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo del Hombre? 36 Él respondió y dijo: ¿Y quién es, Señor, para que yo crea en Él? 37 Jesús le dijo: Pues tú le has visto, y el que está hablando contigo, ése es. 38 El entonces dijo: Creo, Señor. Y le adoró. 39 Y Jesús dijo: Yo vine a este mundo para juicio; para que los que no ven, vean, y para que los que ven se vuelvan ciegos. 40 Algunos de los fariseos que estaban con Él oyeron esto y le dijeron: ¿Acaso nosotros también somos ciegos? 41 Jesús les dijo: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero ahora, porque decís: ``Vemos, vuestro pecado permanece.
3. Hacemos un momento de silencio orante para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra reflexión.
4. Hacemos una introducción basándonos en la experiencia que han vivido en la dinámica con la que iniciamos esta reflexión. A ver si hay algunos que nos quieran compartir su experiencia como ciegos o como guía de un ciego. (Algunos exponen su experiencia).
DESARROLLO DEL TEMA:
DESARROLLO DEL TEMA:
Las curaciones y los milagros han sido un misterio para los hombres de todos los tiempos. Para algunos, el fenómeno es aterrador; mientras que para otros es emocionante. Quizá resulta más común que sea aterrador dada la posibilidad de la decepción y el mal. Cuando Dios le dio a Moisés el poder de realizar milagros, los magos y adivinos del faraón fueron capaces de repetir algunos de los mismos.
Dios siempre hizo maravillas a través de sus profetas para incrementar la fe de su pueblo escogido o para corregir sus desobediencias. Sin embargo, Su enemigo ha imitado algunos de esos milagros para engañar a los fieles. Jesús nos advierte de ello cuando dice, "Falsos cristos y falsos profetas aparecerán y harán signos y portentos para engañar a los elegidos, si es que pueden hacerlo. Por lo tanto, deben estar alertas". (Mc, 13,23).
Entre esos milagros nos hemos detenido a meditar en este del ciego de nacimiento. Hemos dicho anteriormente que el evangelista san Juan nos presenta las escenas de una manera muy especial, con un tinte un poco cinematográfico o teatral, así que podemos ahora dividir el relato en siete escenas.
Lo primero que tenemos que hacer es intentar imaginar el lugar y los personajes (los discípulos, Jesús, el pordiosero ciego de nacimiento, los fariseos, los papás, los vecinos). Respecto al lugar, el hecho sucede fuera del templo, aunque no se dice dónde. Sólo se dice que “al pasar, Jesús vio a un ciego de nacimiento”. Podemos situarlo quizá, en un lugar concurrido de la ciudad, donde los indigentes, también hoy, se suelen poner a pedir.
Primera Escena:
1 En aquel tiempo, al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. 2 Y sus discípulos le preguntaron:
- Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?
3 Jesús contestó: - Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. 4 Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. 5 Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo. 6 Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego 7 y le dijo:
- Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa "Enviado").
8 Él fue, se lavó, y volvió con vista.
Jesús ve en el ciego, no a un mendigo, a un excluido, a un marginado, a un pecador..., sino a un hombre. Como en cada episodio de los evangelios, Jesús pone en el centro de la atención a la persona, no los prejuicios sobre ella, ni las leyes. Sólo ve en él a una persona necesitada de salvación. Los discípulos, por el contrario, se pierden en ideas “teológicas”: la enfermedad es un castigo por el pecado... No saben ver.
Jesús ve en esta desgracia del ciego una oportunidad para que se manifieste en él la salvación de Dios. Mientras Jesús está en el mundo, se sabe enviado a salvar. Y, en esta ocasión, en la persona del ciego, se revela como Luz del mundo. Jesús incluye a sus discípulos en la tarea de sanar cegueras y hacer las obras del Padre: “mientras es de día, tenemos que hacer las obras...”. La ceguera física de aquel hombre es símbolo de todas nuestras cegueras humanas y espirituales. En la curación hay dos elementos importantes: el barro que Jesús hace con su saliva y con tierra, y el agua de la piscina del Enviado. El barro hecho con aliento divino y con polvo de la tierra recuerda la creación de Adán (Gn 2,7), al igual que la ceniza el miércoles con el que se inicia la Cuaresma. Cuando Jesús cura al ciego, re-crea su vida. Luego le envía a lavarse en “el Enviado”. Es decir, a sumergirse en Jesús, que es el enviado del Padre. El relato del ciego es una catequesis bautismal. En el bautismo recibimos la Luz y la nueva Vida de hijos de Dios. El Papa nos dice en su mensaje de Cuaresma, que el día del Bautismo, «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo».
Segunda Escena:
Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
- ¿No es ése el que se sentaba a pedir?
9 Unos decían: - El mismo.
Otros decían: - No es él, pero se le parece.
Él respondía: - Soy yo.
10 Y le preguntaban: - ¿Y cómo se te han abierto los ojos? 11 Él contestó: - Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé y empecé a ver.
12 Le preguntaron: - ¿Dónde está él? Contestó: - No sé.
Los vecinos, como los discípulos, tampoco saben ver. También están ciegos. Llevan viendo a aquel hombre durante muchos años, pero no se han fijado en él realmente. Su mirada era superficial y condenaba al ciego a la irrelevancia o a la inexistencia.
El interrogatorio de los vecinos hace que el ciego nos diga lo que, en principio, piensa sobre Jesús: es un simple hombre. En ciego no sabe nada más de Él. No sabe dónde vive, porque aún no es su discípulo.
Fijémonos en que la fe es un proceso. Nadie comienza teniendo una fe plena. La fe la va dando Dios poco a poco. Hay que pedirla.
Tercera Escena:
13 Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. 14 Pero era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. 15 También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó:
- Me puso barro en los ojos, me lavé y veo.
16 Algunos de los fariseos comentaban:
- Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.
Otros replicaban: - ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?
Y estaban divididos. 17 Y volvieron a preguntarle al ciego:
- Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?
Él contestó: - Que es un profeta.
Entran en escena los fariseos. Su gran preocupación no es la salvación de las personas, sino la observancia de la ley. Son incapaces de alegrarse de que alguien que estaba enfermo desde su nacimiento ahora pueda tener una vida diferente. Se parecen al hijo mayor de la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-32). La ley ha endurecido sus corazones y ha cegado sus ojos. Hay muchos episodios en los evangelios que tratan de esta falta de compasión de los fariseos. Puedes leer, sobre todo, el relato de la curación del hombre de la mano seca (Mc 3,1-6) y de la mujer encorvada (Lc 13,10-17).
Ahora el ciego confiesa a Jesús como profeta. Esa confesión también la había hecho la samaritana (Jn 4,19) y la gente en Jn 6,14 y 7,40.
Cuarta Escena:
18 Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres 19 y les preguntaron:
- ¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve? -20 Sus padres contestaron:
- Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; 21 pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.
22 Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos: porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. 23 Por eso sus padres dijeron: "Ya es mayor, preguntádselo a él".
Los papás del ciego tienen miedo de confesar a Jesús como Mesías. No son los únicos a quienes les pasa esto en el evangelio de Juan (cf. Jn 7,13). De hecho, había quienes eran discípulos suyos “en secreto”, a escondidas, por temor a los judíos, como José de Arimatea (cf. Jn 19,38). En el trasfondo de esto se encuentra la situación de expulsión de la sinagoga que sufrieron los judeocristianos del s. I.
Quinta Escena:
24 Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:
- Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.- Contestó él:
- 25 Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.
26 Le preguntaron de nuevo: - ¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?
27 Les contestó:
- Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra vez?, ¿también vosotros queréis hacerlos discípulos suyos?
28 Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:
- Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. 29 Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.
30 Replicó él:
- Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. 31 Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. 32 Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento: 33 si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.
34 Le replicaron:
- Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?.- Y lo expulsaron.
La nueva discusión del ciego con los fariseos termina con su expulsión de la sinagoga. Las instituciones religiosas se revelan en Juan como caducas, vacías, e incapaces de dar vida.
Los fariseos se obstinan en sus prejuicios teológicos, en su falsa idea de Dios y en su arrogancia religiosa (“nosotros sabemos”, “nosotros somos discípulos de Abrahán”; cf. Jn 8,39).
El ciego no habla de teorías ni de teologías. Habla desde la vida. Sólo sabe que antes era ciego y ahora ve. Eso es lo que importa. Y eso es tan bueno que es imposible que lo haya hecho un pecador. El ciego confiesa indirectamente: Jesús viene de Dios.
Sexta Escena:
35 Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
- ¿Crees tú en el Hijo del hombre?
36 Él contestó: - ¿Y quién es, Señor, para que crea en él?
37 Jesús le dijo: - Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.
38 Él dijo: - Creo, Señor.- Y se postró ante él.
Ahora el ciego se encuentra cara a cara con Jesús, lo confiesa abiertamente: Creo, Señor., y lo adora.
Hemos ido viendo cómo el ciego ha ido abriéndose progresivamente a la fe, hasta llegar a la confesión plena de Jesús, expresada en siete títulos: el hombre (v.11); Jesús (v.11); profeta (v.17); Cristo (v.22); Hijo del hombre (v.35); Revelador (“el que habla contigo”, v.37; cf. 4,26); y Señor (v.38).
Séptima Escena:
39 Dijo Jesús: - Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven vean, y los que ven se queden ciegos.
40 Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
- ¿También nosotros estamos ciegos?
41 Jesús les contestó:
- Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.
El juicio de Jesús pone de manifiesto que la verdadera ceguera es la de aquellos que creen ver pero rechazan la luz. Su juicio está “en que vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz” (Jn 3,19). La obstinación en su incredulidad es su ceguera y su pecado.
Este Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz».
Tras haber contemplado atentamente el episodio de la curación del ciego dejamos unas preguntas:
- ¿Te sientes, como el ciego, necesitado de luz y de salvación? ¿Cuándo? ¿En qué circunstancias?
- ¿Compartes, de algún modo, la ceguera de los discípulos (llenos de prejuicios religiosos), de los vecinos (superficiales en su modo de mirar), de los padres (miedosos para confesar a Jesús), de los fariseos (duros de corazón e incapaces de sentir misericordia)?
- ¿Cómo es tu mirada sobre los que te rodean y sobre el mundo? ¿Positiva, esperanzada, solidaria, compasiva...?
- ¿Cómo es tu fe? ¿Sientes que va creciendo? ¿Sientes que tu relación con Jesús es cada vez más íntima? Si se presenta la ocasión, ¿confiesas abiertamente tu fe?
La oración, el ayuno y la limosna son los instrumentos adecuados para recobrar la vista en la Cuaresma. La mejor manera de orar es hacer que la Palabra de Dios esté presente en nuestra vida. Para recobrar la vista necesitamos buscar momentos de silencio, de desierto interior, para encontrarnos con Dios.
¿Cuál es el ayuno que Dios quiere? Podemos ayunar también de todas las cosas que nos hacen perder el tiempo y disminuyen nuestra vista: ayuno de televisión, de Internet, de tabaco, de materialismo… Sobre el ayuno, hay algo interesante que Madre María Inés nos dice y que vale la pena traer a colación: «El día de ayuno pensarás lleno de fe que: “no sólo de pan vive el hombre” ofreciendo al Señor con rostro risueño y corazón alegre, la carencia del alimento, uniendo tu ayuno, al ayuno de cuarenta días de Jesús en el desierto, por la salvación de las almas. El ayuno es un medio poderoso para alcanzar la conversión de los pecadores. Recuerda que dijo el Maestro: “esta clase de demonios no se arroja sino con la oración y el ayuno”. Y con el ayuno toda mortificación corporal pero sobre todo espiritual, es muy útil a las almas».
La austeridad y el despego de las cosas materiales son un síntoma de que estamos en el camino del Evangelio. La palabra limosna está un poco devaluada. No se trata de dar unas monedas para tranquilizar nuestra conciencia sin ver a quien se la damos ni si le hacemos bien al dárselas. Se trata de tener un espíritu solidario, de compartir lo que tenemos con los más necesitados.
La Cuaresma es, en especial, el tiempo litúrgico que nos hace una llamada a la conversión, que es una vuelta sobre nosotros mismos para llegar a la Pascua y renovar allí nuestro compromiso bautismal. Pero todo tiempo es propicio para la conversión, que es pararse para evaluar y reorientar nuestra vida. Si estamos alejados del plan de Dios, hemos de recobrar la vista y dirigir nuestros ojos hacia el Señor. La penitencia externa y la ceniza pueden ayudarnos, pero lo que importa de verdad es que se produzca en nosotros una auténtica “metanoia”, es decir un cambio de mente y de corazón. Si nos encontramos perdidos, insatisfechos, desanimados o vacíos es que nos falta algo. Es muy acertada la frase que se pronuncia sobre nosotros al recibir la ceniza: “Arrepiéntete y cree el Evangelio”. Aquí está la clave: creer en el Evangelio y vivir el Evangelio, transformar nuestra vida según los criterios de Jesús de Nazaret. Es posible, estamos a tiempo…
Termino la reflexión con unas palabras del Papa Benedicto XVI en su mensaje de Cuaresma 2011: "Mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo. Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna."
Alfredo Delgado, M.C.I.U.
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