martes, 10 de marzo de 2015

«AYUNAR EN CUARESMA»... Más que un mandato, una ofrenda de amor

El ayuno, junto con la oración y la limosna, forman el «KIT» o el «COMBO» principal del caminar de la Cuaresma para sostenerse estos 40 días y llegar bien entrenados a la Pascua.

Los ministros ordenados, los religiosos, los líderes de grupos y comunidades y todo miembro de la Iglesia tiene este llamado como lo tuvo Cristo Jesús, aunque solamente obligue dos días al año: Miércoles de Ceniza y Viernes Santo. ¿Por qué no ayunamos más? Porque el reino de las tinieblas ha inyectado su antídoto, el cual ha adormitado a la Iglesia en varias áreas. Una de ellas es el desinterés por ayunar por amor, quedándonos solamente con los dos días de obligación, sin ir más allá. Es que poco se entiende ya del significado de palabras como sacrificio, entrega, donación...

La historia de Esaú —en el Antiguo Testamento— se repite diariamente en nuestros días. Él cambió su primogenitura por un plato de comida. El expresó a Jacob su padre que para qué le servía la primogenitura si él se iba a morir y mejor prefirió el plato de comida que la bendición espiritual. (Génesis 25,31-32). Si Esaú no hubiera entregado su primogenitura, hubiera tenido el derecho de llegar a ser el patriarca, el sucesor de Isaac. Así muchos de nosotros estamos cambiando la bendición espiritual por el deleite de la comida.

Después de la  Pasión dolorosa de Cristo, de todas sus palabras y ejemplos sobre el misterio de la Cruz; después de una tradición de más de veinte siglos de espíritu y práctica penitencial en la Iglesia, sería frívolo pasarse con armas y bagajes a las huestes de la posmodernidad, dando por  definitivo que el sufrimiento físico o moral carece de sentido y sumándonos alegres a la  cultura, no del bien-ser, sino del bienestar. Además del ayuno, la abstinencia de carne en Cuaresma no es ni sombra de lo  que era y es sustituible por una obra buena todos los viernes no cuaresmales. Creo, no  obstante, que en nuestra cultura el ayuno y la abstinencia se mantienen por dos motivos, a mi juicio muy justificados, ambos con  carácter de signo: su sintonía con la gran tradición de la Iglesia y su denuncia simbólica de que no sólo de pan vive el hombre y  porque como discípulos-misioneros se nos exige  mucho más.

El Papa Benedicto XVI afirmó, cuando estaba al frente de la Iglesia, que “privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios”.

Ante todo creo que la Iglesia de hoy, con el profeta Joel y con Jesús, nos exige que rasguemos nuestros corazones en lugar de nuestros vestidos; que ayunemos de nuestras malas obras, en lugar de hacerlo de un rico pan que nos sobra y, para más, que nos engorda, es decir, creo que nos invita a darle un sentido a ese ayuno. El ayuno  no ha desaparecido del mundo. Lo que pasa es que se manifiesta con una de estas tres  fórmulas, tan actuales como inquietantes y extendidas que pongo a continuación: 

a) El atroz ayuno involuntario de  una cuarta parte de la humanidad en la llamada geografía del hambre. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas, en los países pobres más de 120 millones de personas carecen de agua potable.

b) El ayuno  dietético de las y los que están enfermos y de los que no quieren ganar peso, incluso hasta la anorexia. 766 millones de personas en el mundo no cuentan con servicios de salud, 507 millones tienen una esperanza de vida de 40 años de edad y más datos duros nos hablan de una problemática que se extiende por todo el mundo. 158 millones de niños sufren algún grado de desnutrición

c) Hemos de pensar también en el ayuno de las  llamadas huelgas de hambre, con carácter de contestación y presión, ante acciones u omisiones públicas que los abstinentes quieren modificar. La crisis económica que vivimos ya tiene muchos afectados —tal vez hasta entre nuestros familiares más cercanos—. Según la Organización Internacional del Trabajo, hasta 50 millones de personas en el mundo podrían perder su trabajo durante este año. 842 millones de adultos son analfabetas y 110 millones en edad escolar no reciben educación alguna. 

En América latina y el Caribe 110 millones de personas viven con dos dólares diarios. En México, y en Nuevo León, el impacto de la crisis económica mundial deja huella con el aumento del desempleo y de los productos de la canasta básica. Nuestras empresas, antes sólidas y resistentes a las crisis del pasado, resienten las actuales dificultades y están batallando para mantener su planta laboral. En un reciente documento el Banco Mundial estimaba que debido a la crisis económica actual, 53 millones de personas se añadirían a las que ya sobreviven con menos de esos dos dólares al día. Esa cifra se suma a la de los 130 nuevos  millones de pobres debido al aumento de precios de los  alimentos y los recibos.

Cada uno de estos tres ayunos  nos interpela a su manera. Estamos en Cuaresma, y la Cuaresma es una invitación a cambiar aquello que tenemos que cambiar en la búsqueda de ser mejores y más felices, una invitación a construir en vez de destruir y a mirar y volver hacia formas de vida más justas, más solidarias, más humanas. Cuaresma es una llamada para buscar diligentemente nuevas formas de ser y hacer Iglesia siendo mejores y más auténticos discípulos del Señor. Estoy seguro que, consultando a la Virgen María en oración en esta Cuaresma, ella, la mujer sobria, la mujer del "Sí" a lo que pide el Señor, nos ayudará a entender que no se trata de «cumplir», sino de «dar».

El ayuno voluntario de los viernes de Cuaresma —que no es obligatorio sino solamente el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo—nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos. En su Primera carta San Juan nos pone en guardia: “Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1 Jn 3,17). Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre (cfr. Enc. Deus caritas est, 15). Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos, en algo concreto, que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño. Además, no creo que nadie se muera porque ayuna un día a la semana... por lo menos no tengo noticia de ello.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

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