lunes, 2 de marzo de 2015

«La Samaritana habla a la mujer de hoy»... UN TEMA DE RETIRO PARA ELLAS

Este retiro tiene como objetivo Aprovechar una mañana o un día de retiro para suscitar que la mujer actual reconozca y tenga la experiencia del abrazo reconciliador de Dios Padre manifestado en su Hijo Jesucristo, la Palabra hecha carne, para vivir en actitud permanente de conversión. No dudo de que Dios hable directamente al corazón femenino durante estos momentos de reflexión, pero tampoco dudo que la lectura de estas líneas, fortalezca el corazón del hombre que acompaña a la mujer y que, a la vez, caminan atentos a captar el mensaje de amor y de salvación de Dios. 

Las mujeres forman parte importantísima de la Iglesia, han sido reconciliadas por la Palabra que es Jesucristo, y a la vez son llamadas a ofrecer a sus familias, a su comunidad, a sus parroquias o grupos y a la sociedad en general, un espacio de reconciliación, misericordia y perdón.

Es importante que reflexionar que las mujeres cristianas en estos tiempos actuales de conflicto, de violencia y de confusión, deben dar ejemplo de reconciliación buscando construir una sociedad justa y pacífica. Y eso solamente se aprende y se profundiza en la oración, en el contacto con Dios y su Palabra. 

Entrando directamente al tema, quiero invitarles a ir a un pasaje muy conocido del Evangelio. Me refiero al pasaje de “La Samaritana”, que se encuentra en Juan 4,1-42 y del que ya he puesto una reflexión anterior dirigida a hombres y mujeres. El pasaje es largo, vale la pena leerlo detenidamente en algún momento del retiro para profundizar lo que ahora meditaremos juntos.

El encuentro de Jesús con la samaritana (Jn 4, 1-42)

Cuando Jesús se enteró de que los fariseos habían oído decir que él tenía más discípulos y bautizaba más que Juan
–en realidad él no bautizaba, sino sus discípulos–
3 dejó la Judea y volvió a Galilea.
4 Para eso tenía que atravesar Samaría.
5 Llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José.
6 Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.
7 Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber».
8 Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.
9 La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.
10 Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice:  “Dame de beber”, tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva».
11 «Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva?
12 ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?».
13 Jesús le respondió: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed,
14 pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna».
15 «Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla».
16 Jesús le respondió: «Ve, llama a tu marido y vuelve aquí».
17 La mujer respondió: «No tengo marido». Jesús continuó: «Tienes razón al decir que no tienes marido,
18 porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad».
19 La mujer le dijo: «Señor, veo que eres un profeta.
20 Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar».
21 Jesús le respondió: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre.
22 Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
23 Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre.
24 Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad».
25 La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo».
26 Jesús le respondió: «Soy yo, el que habla contigo».
27 En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: «¿Qué quieres de ella?» o «¿Por qué hablas con ella?».
28 La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente:
29 «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?».
30 Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro.
31 Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: «Come, Maestro».
32 Pero él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen».
33 Los discípulos se preguntaban entre sí: «¿Alguien le habrá traído de comer?». 34 Jesús les respondió: «Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra.
35 Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega.

3. Hacemos un momento de silencio orante para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra reflexión. 

4. Nos dejamos cuestionar ahora con algunas preguntas para ayudarnos en la meditación y en la oración.

a) ¿Qué nos ha llamado más la atención en la conducta tenida por Jesús durante el diálogo con la Samaritana? ¿Qué pedagogía ha usado para ayudar a la Samaritana a percibir una dimensión más profunda de la vida?

b) ¿Qué nos llama más la atención en la conducta de la Samaritana durante el diálogo con Jesús? ¿Qué influencia ha tenido ella en Jesús?

c) En el Antiguo Testamento ¿dónde está asociada el agua al don de la vida y al don del Espíritu Santo?

d) ¿En qué puntos la conducta de Jesús, me interroga, interpela, provoca o critica?

e) La Samaritana ha llevado el tema de la conversación hacia la religión. Si tú pudieras hablar con Jesús y hablar con Él, ¿qué temas quisieras tratar con Él? ¿Por qué?

f) ¿Será verdad que adoro a Dios en espíritu y verdad o me apoyo y oriento más sobre ritos y prescripciones?

DESARROLLO DEL TEMA:

Entramos ahora en la escena del evangelio que acabamos de escuchar. Imaginamos el lugar y los personajes. Hay que sentir como si estuviéramos dentro de la escena.  Juan Evangelista sabe dar a sus relatos un ritmo cinematográfico. Construye muy bien los diálogos y, desde luego, como obra literaria, su Evangelio es formidable. Pero, claro, no es el fin de Juan hacer preciosismos estilísticos. Interesa pues la historia como tal.

El episodio sucede en una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a un pozo. Samaria sugiere, en tiempos de Jesús, un lugar hostil. Los judíos y los samaritanos no se trataban, como pone en evidencia la samaritana cuando se sorprende de que Jesús le dirija la Palabra. Tenemos un ejemplo de esa hostilidad entre judíos y samaritanos en el evangelio de san Lucas. Allí se cuenta que cuando Jesús pasó por Samara camino de Jerusalén, los samaritanos no quisieron recibirle, por lo que Santiago y Juan tuvieron la «genial» idea de hacer bajar fuego del cielo para abrasarlos a todos, lo cual les valió la regañada del Señor... (cf. Lc 9,51-56).

El caso es que ahí, en un lugar de lo menos indicado, Jesús se va a sentar junto a un pozo, obligado por el cansancio y por la sed. 

¿Qué nos sugiere la imagen de un hombre junto al pozo de Jacob? Si fueramos judíos seguramente nos llamaría la atención una cosa que hay en común en algunos relatos del Antiguo Testamento: Eliezer, siervo de Abrahán, encuentra a Rebeca, futura esposa de Isaac, junto a un pozo (Gn 24,11ss); Jacob se enamora de Raquel junto a un pozo (Gn 29), y Moisés conoce a Séfora junto a un pozo (Éx 2,15).

Jesús está sentado junto a un pozo y se va a encontrar con una mujer sin nombre, un personaje que el escritor sagrado coloca como digna representante de un pueblo de Dios idólatra y alguien que, además, representa a cada uno de los discípulos y discípulas con los que Jesús se hace el encontradizo aprovechando nuestra situación de carencia y necesidad.  

Hay que fijarnos ahora en los personajes principales y secundarios de la escena: Primero veamos al Señor Jesús: Aparentemente es un hombre normal, un hombre común y corriente que experimenta cansancio y sed tras largas horas de caminata al estilo de aquellos años. Es judío, pero se trata de un judío un poco “extraño”, pues le dirige la palabra a una mujer y, para colmo, samaritana. Fijémonos nada más en lo que dice un tratado rabínico sobre el trato con las mujeres para entder un poco mejor este asunto en aquel tiempo: “Un hombre se procura tanto mal cuanto más tiempo pasa hablando con la mujer, se aleja de la palabra de la ley y su destino es la gehenna” (Abot 15). Pero Jesús no hace ningún caso de principios y normas que marginen y excluyan a los débiles. Mujeres, extranjeros, pobres y enfermos eran poco menos que “gentuza” de la que un buen israelita debía procurar apartarse para mantener intacta su “pureza”. Jesús hace de esos “lugares de abajo” un lugar privilegiado para manifestar su salvación.  

Ahora veamos un poco más de cerca a la mujer samaritana: La vida de esta mujer está marcada por la carencia y la rutina infecunda. Diariamente debía ir a buscar el agua, pues carecía de ella. Tampoco tenía marido. Había tenido cinco, y su compañero actual no era su marido. Esta mujer, dijimos, representa el pueblo idólatra, el pueblo incapaz de saciar su sed de vida con los numerosos dioses paganos a los que se había ido aferrando sin encontrar lo que pedía su corazón. Recordemos que muchos profetas utilizan la imagen de una esposa que se prostituye para representar al pueblo infiel a Dios (cf. Oseas 1-2; Ez 16,15ss; Jr 3...). La referencia a los cinco maridos es una clara alusión a las cinco ermitas de los dioses paganos que se mencionan en 2 Re 17,24-41. El sexto marido se refiere a Yahveh. 

Vienen luego los samaritanos de Sicar: Creen en Jesús por el anuncio de una mujer. Pero no se conforman con una fe “recibida”, “heredada”, “externa”. La hacen suya cuando ellos mismos conocen a Jesús y le oyen (vv. 39-41). Ellos nos muestran el proceso que sigue su fe: el testimonio de alguien a la fe desde lo escuchado, luego a la personalización de la fe y después a la confesión de esa fe. Es un itinerario catecumenal. 

Los discípulos entran en escena en los vv. 27-38. Tienen en común con la samaritana que no entienden el lenguaje de Jesús ni entran en su modo de pensar. Ellos están empeñados en que coma y Jesús les está hablando de «otro alimento». Es más o menos lo mismo que pasó con la mujer samaritana, ella estaba obstinada en hablar del agua “H2O”, del cántaro y de cómo se las arreglaría Jesús para sacarla del pozo... mientras que Jesús estaba hablando del agua viva del Espíritu.  

Vamos a ver ahora el proceso que sigue la mujer en aquella conversación que transforma su vida: ella pasa de sus búsquedas más superficiales a las más profundas; del agua material al agua viva; de la percepción de Jesús como un «judío», un simple «hombre», al reconocimiento de Jesús Profeta y Mesías-Cristo.

Su fe sorprendida la arrastra a dejar el cántaro y a ir corriendo a anunciar lo que ha visto y oído. Su fe contagia de fe a sus paisanos, quienes terminan confesando: “Éste es verdaderamente el Salvador del mundo”. La samaritana va pasando de menos a más en el conocimiento y confesión acerca de Jesús, y termina convirtiéndose en testigo-apóstol ante sus conciudadanos.

Los cuarenta días, que conocemos con el nombre de Cuaresma, eran la última preparación que se daba a quienes iban a ser bautizados en la Vigilia Pascual, único día al año en que, en la Iglesia primitiva, se bautizaba a candidatos a formar parte de la comunidad cristiana.

En el mensaje para la Cuaresma para este año 2011, el Santo Padre  dice que La petición que Jesús hace a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para la vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). El Papa nos recuerda que “¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín”.

El relato tiene un claro sentido bautismal, Jesús se presenta ante la samaritana no sólo como fuente de agua viva, sino como quien nos hace ser “un manantial capaz de dar la vida eterna”. Si me acerco a Él, se remedia mi sed, y puedo dar a los demás agua viva; puedo ayudarles a salir de su desierto, de su soledad, de su amargura y desolación, y que lleguen a la tierra prometida. Jesús hizo ver a la mujer samaritana que llevaba ya cinco maridos, y que con quien en ese momento convivía, no era su legítimo esposo. Esto es lo que hace el agua del bautismo: nos lava de nuestros pecados. Por ello la Cuaresma, que es tiempo de renovar el bautismo, nos exige lavarnos de tantas manchas que se nos pegan por el camino.

Por una parte, podemos ver que nosotros también, como la Samaritana, nos encontramos a Jesús en el pozo, pero ahora el pozo es nuevo, porque ese pozo es el Sagrario, y sólo acudiendo a su presencia, en ese pozo profundo del Sagrario, beberemos paz, perdón, serenidad y fortaleza, para continuar luchando en este desierto de la vida. De manera que a la luz de este relato encontramos que la Cuaresma es un tiempo especial para acercarnos a ese pozo y orar.

Sólo bebiendo de esta agua, los esposos pueden permanecer fieles, sobrellevarse y amarse. Sólo escuchando su palabra y conversando con El en la oración, los hermanos podrán estar en paz interiormente y convivir en paz en familia. Sólo estando a solas con Cristo, los que quieran vivir la Cuaresma encontrarán sabiduría, prudencia y fortaleza para vivir este tiempo de oración, ayuno y limosna.

Por otra parte podemos contemplar a Cristo que está sediento y en esta cuaresma se acerca al pozo de nuestra vida para que le “demos de beber”. O, mejor dicho, para caer en la cuenta de que los sedientos somos nosotros. “Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber...” Somos nosotros los que tenemos necesidad de beber su agua sólo nos hace falta conocer quién posee esta agua. (Catecismo de la Iglesia Católica No. 2560)

Podemos preguntarnos ¿por qué no conocemos ese don de Dios? ¿Qué es lo que ata nuestro conocimiento para conocerlo? El mensaje de esta Cuaresma se nos presenta claro, como una luz alejada de toda sombra u oscuridad. Sin embargo, nos encontramos ante sombras de nuestra vida diaria que esconden el “don de Dios”. Ese don no es otro que el del amor, de la conversión, de la paciencia, respeto a la vida etc. Por eso la Cuaresma es un tiempo privilegiado para que como la samaritana conozcamos el don de Dios y así nuestra vida sacie la sed de conocer a Dios. Pudiéramos hacer nuestras unas palabras de Santa Teresita del Niño Jesús, la patrona de las misiones que pone en boca de Jesús estas palabras: "Venid a mí vosotras, pobres almas cargadas, vuestras pesadas cargas pronto se harán ligeras, y, saciada la sed ya para siempre, de vuestro seno fuentes manarán. Yo tengo sed, Jesús, esa agua pido, que me inunden el alma sus divinos torrentes. Por fijar mi morada en el mar del amor ¡yo vengo a ti!"


El día de nuestro bautismo recibimos el Agua Nueva de Jesús. A través del “agua y del Espíritu Santo” comenzamos a formar parte del pueblo de Dios,  renunciando al pecado para vivir en la libertad de los hijos y de las hijas de un único Padre   Podemos recordarlo esta Cuaresma quizá volviendo a ver las estampas, fotos, videos. Visitando o llamando a nuestros padrinos si viven u orando por su eterno descanso si ya se nos han adelantado en el camino hacia la vida eterna. Sería muy bueno hacerlo en familia. Que todo esto nos ayude a renovar nuestra fe y vivencia cristiana.

Por último quisiera detenerme ahora en algo que nunca lo había hecho al meditar o al comentar este pasaje, me refiero a ese interlocutor mudo entre Dios y el la samaritana pero que a nosotros, en esta Cuaresma, tiene mucho que decirnos: «El cántaro».

Me parece que se trata de un cántaro vulgar, porque es un día más en la vida de la samaritana y porque Dios se hace el encontradizo junto al brocal de un pozo, o de un despacho, o en la clase, o en la barra de la cocina porque “también entre los pucheros anda el Señor...”

Me lo imagino como un cántaro rojizo, así como avergonzado de las verdades que las vecinas dicen chismorreando de la samaritana, que huye de esas verdades yendo al pozo cuando no hay gente ni comentarios.

Es, ciertamente un cántaro vacío, objeto tal vez de las iras de su ama cuando lo encuentra sin agua, porque es pequeño y hay que llenarlo constantemente, porque escurre demasiado como llorando de continuo, porque a pesar de tener agua no quita la sed, porque parece más bien un secante, y que no hay nada que satisfaga, ni cinco maridos, ni un amante… que nos recuerda que es más bien de la otra agua que necesitamos, agua viva que se hace fuente en el corazón, agua que solo da Dios.

Un cántaro traído y llevado con viveza por esta mujer que se ríe del judío que le ofrece agua sin tener tina ni cuerda, para no tener que venir a buscarla, que cuando se ve acorralada saca viejos problemas teológicos del culto a Dios, como último escape antes de abrir los ojos con sinceridad. Parece sencillo apelar al Mesías que va a venir a aclararlo todo, como si dijera “esperemos que el Mesías lo aclare todo, ¿me entiendes?”

El cántaro me lleva a pensar en que con mucha facilidad uno puede escaparse del Señor cuando nos busca para hacernos sinceros, porque Jesús no catequizó a la samaritana para convertirla al judaísmo, la quiso samaritana y sincera consigo misma. Porque el único culto que quiere Dios es en verdad y en espíritu, no de cumplido, no de resabios teológicos, no de críticas a como dan el culto los demás, culto sincero de corazón, anhelando escuchar a Dios, así no habría misa aburrida.

En fin, un cántaro olvidado junto al pozo, porque algo ha roto la monotonía de aquel vulgar día de la samaritana. Dios se ha derramado en su corazón como el agua en la esponja. Y ha sentido que pesar de todo, Dios si está con ella y ya no le importa andar en boca de las vecinas y corre a su encuentro y al de todo el pueblo a comunicarles su alegría.

¿No será que en esta Cuaresma nos podemos encontrar con Jesús en el pozo y sentiremos también nosotros que es verdad que a pesar de todo Dios está conmigo? El célebre filósofo Ortega y Gasset llegó a decir: "Una buena parte de los hombres no tienen más vida interior que la de sus palabras, y sus sentimientos se reducen a una expresión oral". Cuaresma es tiempo para no quedarse en lo superficial. La Cuaresma y la Pascua ponen ante nuestros ojos el amor desbordante de Dios, que está creando un mundo nuevo. Si supiésemos abrirnos al Don, y percibir su fuerza salvadora... Dice Madre Inés: “Tratemos de vivir el espíritu de la Iglesia en esta cuaresma para que los frutos de la resurrec­ción desciendan con abundancia a nuestras almas”.

Finalmente aquí quedan Jesús y el cántaro junto al pozo. Cansados de tanto ir y venir. El cántaro sin ganas de que lo llenen de nuevo de agua que no quita la sed. Jesús sin apetito ninguno, ni sed, ni cansancio por la alegría de ver a aquella samaritana al fin sincera consigo misma y con Dios.

Aquí está el cántaro, y adentro de él hay Agua Viva. A ver quien se anima a acercarse a tomar de esta Agua y a irse a meditar un rato por allí.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

dr. algdr2011





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