lunes, 2 de marzo de 2015

«El valor de la abnegación en el orden: La realización en el diario vivir como Dios quiere». TEMA DE RETIRO

...Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame" (Lc. 9, 23).

Hoy, en la sociedad que vivimos, en la educación familiar, en la escuela, y en general en la misma mentalidad común que nos rodea, se vive mucho en desorden y se piensa y actúa como si formar fuese dejar que el niño, el adolescente o el joven sigan su inclinación natural en todo. ¿Para qué decirle: "Esto no se debe hacer"? ¿Por qué ponerle trabas? ¿Por qué no dejarlos que libremente elijan... ¿Qué es lo que ha resultado de esta mentalidad? Ya lo estamos viendo, y es que el concepto de orden, de «abnegación» y de servicio se están perdiendo. Es una pena, porque el que no sabe negarse a sí mismo no tiene voluntad y sin la voluntad no se puede «querer», es decir ¡no se puede amar! Si una persona ha hecho siempre lo que quiere y querrá hacer siempre lo que quiera, cuando en la vida tenga que enfrentarse con alguna dificultad, no sabrá qué hacer y se derrumbará, se deprimirá, se frustrará, se dará por vencido o como dice la juventud hoy: ¡todo le valdrá! La falta de esta virtud de la abnegación, está produciendo hombres y mujeres débiles. Esa es la pena y la desgracia de una educación que ha hecho a un lado la abnegación como un elemento importante en la formación del hombre y de la mujer.

Al profeta Jeremías, en el Antiguo Testamento, le tocó vivir lo que quizá fue el momento más difícil en la historia del pueblo de Israel: el momento en que Jerusalén fue atacada por las tropas babilónicas, asediada y, después de un tiempo, tomada. El profeta Jeremías, siguiendo la voz de Dios, iba diciendo lo que todos debían hacer y nadie le hacía caso; más aún, lo maltrataron y lo metieron en un pozo encenagado. Jeremías sufrió lo indecible y sufrió por ser fiel a la palabra de Dios, a la revelación de Dios. Que los hombres y las mujeres sufran, lo sabemos, es una realidad de todos los días; pero que tengan la actitud de Jeremías, ya es otra cosa.

En el cristianismo Jesucristo primero y después la Iglesia, no han cesado de hablar de sufrimiento, de cruz, de renuncia de nosotros mismos para poder vivir como auténticos cristianos. Jesucristo dice en el Evangelio: "...Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día si cruz y sígame" (Lc. 9, 23).

Es a los discípulos a quienes Jesucristo dirigió primeramente estas palabras: "Si tú, Pedro, quieres seguirme, niégate a ti mismo". Esto le debió costar a Pedro, y que no lo entendía muy bien lo vemos en el mismo Evangelio. San Pedro aparece orgulloso, queriendo sobresalir, fanfarrón...Y Jesucristo le dice: "Si quieres seguirme, Pedro, niégate a ti mismo". Después de la confesión mesiánica, viendo que ya los apóstoles habían entendido que él era el Mesías, Jesús les comienza a decir que va a tener que sufrir, ser maltratado y morir en la cruz. Eso a Pedro no le parece y le dice a Jesús: "Jamás sea eso contigo, Señor". ¡Quiere darle una lección a Jesucristo de cómo debe comportarse! Jesucristo llamó a Pedro «Satanás», nombre que jamás dio a nadie más.

A Juan lo suelen representar siempre joven y modosito. Pero el Evangelio lo llama «hijo del trueno». ¡Debió tener entonces un carácter tremendo! Cuando los samaritanos no los quisieron recibir, él y su hermano Santiago, le dijeron a Jesús: "Señor, ¿quieres que mandemos fuego sobre éstos?". La respuesta de Jesús fue: "No saben lo que están diciendo".

También fue invitando oportunamente a abnegarse a sí mismos a otros discípulos, ¡a todos! Tomás era un racionalista, y un empirista. "Si no veo, no creo", dijo. Y Jesús le hace darse cuenta: "Niégate a ti mismo, cree aunque no veas". Felipe no había sido capaz de ver en Jesucristo a Dios. Jesús le dice: "Felipe, quien me ve a mí, ve a mi Padre". Como si le dijera: "Vence tu sensibilidad, edúcala para que a través de tu sensibilidad des el salto a la fe".

Jesús pasó tres años formando a sus discípulos, mediante la palabra y el ejemplo, porque la formación no termina a los 18 o 20 años. Tal vez, eso era factible en el pasado, hoy hay que estar en una continua formación. La vida ordinaria es un constante estar formándonos a nosotros mismos, y es precisamente por eso un constante ejercicio en la práctica de las virtudes, y en especial de la abnegación. ¿Cuántos años va la gente a la escuela si empezamos a contar desde el kinder y terminamos en el doctorado? ¿Y cuántos años va al catecismo o a la escuela de educación en la fe?

¿Qué significa formarse? Significa adquirir una forma. ¿Cuál es nuestra forma? Nuestra forma es el ideal humano y cristiano, el humanismo cristiano. Esa forma la tenemos que estar día a día adquiriendo, perfeccionando. Y eso exige abnegarnos.

La palabra «Abnegación» viene del latín abnegatĭo, -ōnis. El diccionario nos dice que es el sacrificio que alguien hace de su voluntad, de sus afectos o de sus intereses, generalmente por motivos religiosos o por altruismo. Bondad, altruismo, desinterés, generosidad, renuncia, filantropía, desprendimiento, sacrificio... serían algunos de los sinónimos del interesantísimo significado de la virtud que vemos en nuestro retiro...

La abnegación es una virtud y un gesto deseable, es un sacrificio voluntario que se hace para conseguir un bien determinado; por ejemplo, en el campo humano podemos hacer referencia a un triunfo académico, deportivo, etc. o a un bien idealizado; por ejemplo, el servicio a los necesitados o el amor a la patria.

En el campo de la fe vamos mucho más allá, porque el motivo de la abnegación también puede ser religioso, adquiriendo entonces un especial sentido de sacrificio: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los suyos”, dice Jesús.

El tema de la abnegación cristiana hay que entenderlo, dentro de la teología, como tema eminentemente bautismal, ligado al seguimiento de Jesús y sus consecuencias. «Abnegación» es una de esas palabras tan poco entendida y tan poco practicada, pero fue una de la palabras favoritas en la vida y mensaje del Señor Jesús. Por eso a san Pablo se le escucha decir: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mi”. (Gal 2,20).

En la comunidad cristiana primitiva se habla de:

*La puerta estrecha (Lc. 13,24 ).
*El amor a Jesús por encima de todo ( Lc. 14,26 ).
*Las persecuciones del discípulo (Mt. 5,11 ).
*La ley nueva del sermón del monte (Mt. 5 ).
*La iniciación a la oración (Mt 6,9-13; Lc. 11,1-13).

Todos estos temas no eran ascéticos para ellos, sino bautismales. Entonces, no se trata de exhortaciones al dolor, al dualismo, ni al masoquismo, sino al gozo del que ha comprado la perla preciosa. (Mt.14,45 ) o del que ha sido hallado digno de padecer por el nombre de Jesús (Hch. 5,41…) y ser “Otro Cristo” como enseña en su doctrina espiritual la Madre María Inés Teresa Arias.

Mediante la fe, san Pablo se apropió de la gracia de Cristo, y esta gracia suplió las necesidades de su alma. Por la fe recibió el don celestial, y lo impartió a las almas que se le acercaban. Por la fe recibió el don celestial y lo impartió a las almas anhelosas de la luz. Esta es la experiencia que necesitamos. . . Orad por la fe; luchad por ella.

Hay una gran obra que hacer en nuestro mundo tal golpeado por el mal. No es una quimera: Ante nosotros hay una realidad viviente. Por todas las partes se ven las manifestaciones del poder del enemigo que busca acabar con la abnegación, con esa abnegación que los cristianos debemos mantener viva en dos campos (cuerpo y espíritu) que a fin de cuentas se funden en uno solo, «nuestro ser». Las palabras que significan lo contrario a la abnegación y quieren imperar en nuestro mundo son: el egoísmo, la autocomplacencia, la avaricia, la codicia , la vanagloria de esta vida, el anteponer mis intereses; "mi yo" a los de los demás.

La abnegación, en medio de este mundo, implica de manera consciente y por amor a Dios y a mis semejantes "el dar, más que recibir", es sacrificio y es renuncia voluntaria por ayudar para que los demás crezcan, abnegación, en este sentido es empobrecerse para enriquecer a otros.

La abnegación, en la práctica, consiste en cosas y detalles como no estar apegado a las comodidades y exquisiteces en el comer o beber y por otra parte, en ofrecer a Dios las pequeñas incomodidades, sin darles mucha importancia. Las enfermedades que exigen cuidados se reciben con resignación y no se ocultan sus síntomas: se reconocen como son y se informa con naturalidad sobre el proceso y los cuidados que se necesitan. La virtud de la abnegación, a fin de cuentas, tiene como objeto querer lo que Dios quiere.

Cuando hablamos de la «abnegación de sí mismo», los creyentes estamos tratando de descubrir el “hombre viejo” que hay en nosotros para vaciarnos de ese hombre viejo y llevar en plenitud en nosotros el nuevo ser, o el “hombre nuevo”. Debemos olvidarnos de nosotros mismos en el amante servicio en favor de los demás. Puede ser que no recordemos algunos actos de bondad que hayamos hecho; quizá se hayan borrado de nuestra memoria, pero la eternidad revelará en todo su esplendor cada acto realizado por la salvación de las almas, en cada palabra pronunciada para animar a los hijos de Dios.

La abnegación es una condición necesaria para construir en nosotros el “hombre nuevo” que sería llegar a conformarnos con Jesús, ser como Jesús. La abnegación llega a la consumación cuando incluye todo aquello a lo cual se puede creer con derecho el ego. Esto implica un abandono total en Dios, que hace que se elimine todo lo que es egoísmo personal. La total abnegación de nuestro hombre viejo es simplemente la consumación de la experiencia bautismal de morir a nuestro ego (pecado) para ir creciendo más plenamente en la vida de Jesús.

La abnegación practicada día a día, no aplasta o destruye nuestras preferencias naturales, nuestros deseos de entrega, de servir de algo, de ser alguien. Se trata simplemente renunciar a esas necesidades en relación con nuestro ego, y dejar que Jesús las satisfaga. El crecer en las virtudes de Jesús nos produce un tipo de afirmación enteramente nuevo, un nuevo valor y dignidad. Si negamos estas cosas a nuestro ego, lo hacemos para encontrarlas, en alguna forma completamente diferente, en Jesús y en su espíritu.

La abnegación nos libera de nuestro ego para que los frutos del Espíritu actúen en nosotros, nos colmen de lo mejor de la vida. Es entonces cuando gozamos de aquella plenitud en la que se espera que nos asentemos. “El fruto del Espíritu (de Jesús) es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza” (Gal 5, 22-23).

Cuando hablamos de la abnegación de sí mismo, nos tenemos que remitir siempre al Evangelio para no distorsionar el término: “Si alguno quiere ser mi discípulo, deberá negarse a sí mismo, cargar con su cruz y seguirme. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que dé su vida por mi causa la encontrará” (Mt 16, 24-25 ). Para el que cree en Cristo, la abnegación sólo tiene sentido en referencia a Jesús. Toda penitencia exterior que no sea del espíritu de Jesucristo no es una penitencia real y verdadera. Se pueden ejercer sobre sí mismo rigores incluso violentos, pero si no emanan de Jesús penitente, no serán parte de la abnegación cristiana. El secreto de la abnegación está en enfocar todo hacia Jesús. Es incluso peligroso pensar en practicar la abnegación de sí mismo sin estar abiertos a Jesús. Se trata de reproducir en nosotros la vida de Jesús. La Madre María Inés nos dice al respecto: “¡Cómo quisiera que no viviéramos sino de Dios, que nuestros deberes no fueran más que el vehículo que nos lleven directamente a sus brazos con una sed ardiente de comprarle almas! Somos misioneros y el misionero debe vivir de abnegación, de entrega total, de generosidad, no concediendo nada a su naturaleza, ya que con todos esos sacrificios compra innumerables almas que glorifiquen a Dios eternamente. Que no se les olvide hijos "Si no es para salvar almas, no vale la pena vivir. Dios dio por ellas su vida” (CC Japón 7 de mayo 1953).

Entonces debe quedarnos claro que hay una dimensión de la abnegación que no debemos descuidar, porque es una dimensión evangélica: es el sacrificio por los demás, el esfuerzo para hacer más felices a los que están a nuestro lado, las energías puestas al servicio del un mundo más fraterno en casa, en el trabajo, en el grupo. Ningún acto de virtud puede ser grande si no se sigue también provecho para los otros y por más que pase el día en ayunas, duerma sobre el duro suelo, coma ceniza y suspire continuamente, si eso no hace bien a los otros, no hace nada de provecho. El renombrado teólogo latinoamericano Segundo Galilea, dice que la ascética y la austeridad son dimensiones del verdadero desarrollo: “El nivel de vida que buscamos no es el más cómodo ni el que permita darse más gustos, sino el que mejor ayuda al crecimiento y control de uno mismo, y mejor nos facilita el servicio a los demás”. Dice Madre Inés: “Obremos siempre en la presencia de Dios, con la única mira de darle gloria, nunca pretendamos hacer nuestra voluntad o vivir cómodamente, cuando las demás tienen mucho trabajo, no, eso está reñido con la caridad, con la abnegación que es su inseparable hermana”.

Hoy el hombre vive en situaciones muy particulares, como el surmenage (síndrome de fatiga crónica), la agitación nerviosa, la angustia, la sensibilidad exagerada, la «depre». La medicina actual, por su parte, protege y prolonga la vida, pero al mismo tiempo, en el hombre ha disminuido la resistencia al sufrimiento y a las privaciones. La abnegación cristiana deberá adaptarse a las nuevas necesidades. La abnegación cristiana iría hoy por la línea del descanso, la disciplina, de la calma y del silencio de formas periódicas y regulares, donde el hombre encuentre la capacidad de pararse para poder rezar y contemplar, incluso en medio de los ruidos del mundo, y sobre todo para poder escuchar la presencia del otro. El ayuno, por ejemplo, al practicar la virtud de la abnegación, iría más allá de sólo dejar de comer, iría también por la línea de dejar de lado todo lo es superfluo y que nos facilite el compartir con los más necesitados y reencontrarnos con un equilibrio personal, puede ser el hacer a un lado la televisión por algunos momentos, el interesarse por algún pequeño servicio a la familia o a la comunidad, el buscar ayudar en algo en la parroquia o el grupo al que se pertenece, en fin...

Toda forma de abnegación debe estar acompañada del “Sí” de María. Para Madre Inés el "Magníficat" fue siempre una pauta para aprender a glorificar a Dios sin buscar el propio egoísmo ni la vanidad, sino trabajando en la virtud de la abnegación. Por esto, nunca dejó, como María, traslucir en sus palabras, algo que oliera a propia complacencia ni a vana satisfacción. Y si en alguna ocasión, sintió la necesidad de glorificar a Dios en sus obras, “prorrumpió, como su Madre santísima, en un Magníficat, pleno de humildad y agradecimiento, refiriendo a Dios y a la mediación de su Madre, todo lo bueno que en ella se ve" (cf. Estudios, p.221, fol.654).

Recitando bien el Magníficat, con María y como María, se aprende a vivir la virtud de la abnegación.

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

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