miércoles, 26 de septiembre de 2018

Unos días en «La Trapa» V...

Desde la mirada de Dios, toda historia es siempre una historia de amor; también la historia de mi vida con todos los vaivenes que ha tenido desde aquel 28 de agosto de 1961 a las 10 de la noche en que llegué, por pura gracia y misericordia de Dios, después de 9 meses y 3 semanas en el vientre materno a este mundo. Sí, llegué milagrosamente y ayudado por los fórceps cuya huella llevo en mi cráneo con gratitud. Dice mi santa madre que a ella no la podían operar y que yo había armado tal revolución que tenía el cordón umbilical dos veces enredado en el cuello de la desesperación por salir... lo cual explica el por qué soy hiperactivo desde siempre. Yo veo estos días en la Trapa como un regalo de cumpleaños, ya lo decía desde que escribí mi experiencia al llegar.

Sí, estos días han un regalo para que, en el silencio de este hermoso bosque coronado por unas fastuosas nubes que, esplendorosas y acompañadas por las percusiones naturales de truenos y fulgurantes relámpagos, dejan caer el agua cada tarde o cada noche como si el cielo se vaciara por completo, agradezca lo grande, lo bueno, lo generoso y misericordioso que ha sido Dios conmigo al haberme llamado a la vida y a ser su hijo, en primer lugar, para luego invitarme a estar con Él y ser enviado como pescador de hombres. Para algunos, 57 años no son nada, para otros, mucho menores que yo, es todo un cúmulo de amos... ¡la verdad no se si muchos o pocos, pero son mis años! Estos son los años que Dios me ha dado y que he vivido por Él, con Él y en Él, porque «de Él, por Éñ y para Él son todas las cosas» (Rm 11,36) y «en Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28).

Dice la beata Madre María Inés Teresa que, «si no es para salvar almas, no vale la pena vivir». Yo no se cuántas habré salvado, ni creo que lo llegue a saber —aunque se me vienen algunos rostros a la mente y al corazón— pero hoy, en este día, quiero pensar en la fecundidad de mi vida, en esta historia de amor que Dios ha plasmado en mi ser con el don de la vida, de la cual ya más de la mitad la he vivido en este seguimiento de Cristo, seguro que llegué a un buen banco de pesca. ¿Cómo seguir pescando luego de 29 años de ministerio sacerdotal entre un mar a veces tranquilo y entre tormentas a veces tan agitadas e intensas? Tú, Señor, eres el pescador por excelencia y, en miles de años, no has perdido la entereza inicial... ¡Contágiame, Señor!

Padre Alfredo.

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