lunes, 24 de septiembre de 2018

«¿Por qué equivocamos la dirección de nuestros pasos?»... Un pequeño pensamiento para hoy


Toda «sabiduría humana» deriva, lo sabemos, de la Sabiduría de Dios, puesto que el hombre inteligente, al descubrir una parte de la verdad, participa de alguna manera de la «inteligencia divina». Todos los hombres y mujeres de fe quisiéramos la verdadera sabiduría, para caminar por esta vida sobre seguro, sin equivocar la dirección de nuestros pasos. Tres días, en la Misa diaria, estaremos leyendo unos pasajes del Libro de los Proverbios, hecho de centenares de frases breves, atribuidas a hombres ilustres del Antiguo Testamento que, basándose en la sabiduría divina y la fe en Dios, pero también en el buen sentido y en la experiencia de la vida, nos quieren orientar doctamente en nuestra conducta de cada día. Hoy la liturgia nos invita a reflexionar en unos cuantos versículos del capítulo 3 (Prov 3,27-34) y dan pie a que haga mi pequeña reflexión que será más bien larguita según veo. El libro de «Los proverbios de Salomón», llamado también así porque lo conforman escritos atribuidos, muchos de ellos a este sabio rey, fueron escritos alrededor del 900 a.C. Durante su reinado como rey de Israel, la nación alcanzó su clímax espiritual, política, cultural, y económicamente. Mientras aumentaba la reputación de Israel, también lo hacía la de Salomón. Dignatarios extranjeros de los confines del mundo conocido, viajaban grandes distancias para escuchar hablar al sabio monarca (1 Reyes 4,34). 

Leyendo este libro inspirado, vemos con claridad que el conocimiento humano no es más que la acumulación de hechos en bruto, pero la sabiduría que viene de lo alto es la que da la habilidad de ver a la gente, los eventos, y las situaciones como Dios las ve para buscar lo que Dios quiere. En el Libro de Proverbios, el autor sagrado revela la mente de Dios en asuntos altos y sublimes y también en situaciones comunes, ordinarias, y cotidianas. Parece que ningún tema escapó a la reflexión del autor. Asuntos pertenecientes a la conducta personal, como el carácter, las relaciones sexuales, el alcohol, la bondad; temas que tocan temas sociales como la política, los negocios, la riqueza, la caridad, la ambición, la venganza, la disciplina; y cuestiones que de refieren a situaciones familiares como las deudas, la crianza de los hijos, el carácter de la persona y la bondad están entre muchos otros tópicos tratados en esta rica colección de dichos sabios. Pero, ¡qué pena que el hombre haga a un lado esa búsqueda de la sabiduría divina que es sencilla e ilumina todo su actuar! El mismo Salomón, en determinado momento de su vida, se dejó cautivar por el mundo (1 Re 11,4) e hizo a un lado esa sabiduría que él mismo había pedido a Dios (1 Re 3,9; 2 Cro 1,10). Esto ha hecho ayer un grupo de hinchas de Tigres y Rayados que se enfrentaron ayer poco antes de que se disputara el Clásico Regio en el Estadio Universitario allá en mi natal Sultana del Norte, cuando dos microbuses con aficionados de ambas escuadras se encontró, provocando un enfrentamiento entre ambos grupos, uno de los cuales se lanzó en conjunto contra un solitario fan de uno de los conjuntos, a quien golpearon de forma salvaje hasta dejarlo herido de gravedad, desnudo e inconsciente sobre la carpeta asfáltica. 

El libro de los Proverbios entre lo que hoy nos propone leer dice: «No pienses en hacerle daño a tu prójimo, que ha puesto su confianza en ti. Con nadie entables pleito sin motivo, si no te ha hecho ningún daño» (Prov 3,28-29). ¡Cuántos años han pasado desde que aquello se consignó por escrito y que poco ha entendido el hombre! Cristo, en el Evangelio de hoy (Lc 8,16-18) dice que «nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público» (Lc 8,17). Un balón debe ser motivo para jugar, para hacer fiesta, para competir sanamente, y resulta que en torno a ello estalla la violencia que deja muy en claro lo que hay en el interior de algunos corazones que brota y se llega a conocer. Pero, ¿qué hace violento a un grupo de personas? ¿Por qué reaccionan así? ¿Qué entienden ellos por pasión? El mundo vive día a día y en todos los ámbitos como si la violencia fuese la norma de nuestra conducta. «Y se corrompió la tierra delante de Dios; y estaba la tierra llena de violencia» (Gn 6,11). Así describe la Biblia la condición del mundo en la antesala del diluvio universal... ¿qué estamos esperando que no entendemos? El apóstol Santiago, a quien leíamos ayer, como el libro de los Proverbios y otras de la Escritura nos cuestionan: «¿De dónde vienen las guerras y pleitos entre nosotros? ¿No es de nuestras pasiones, las cuales combaten en nuestro interior?» (St 4,1). La pasión por dominar, por sobresalir, por imponerse a toda costa, la inconformidad con las ideas de los demás, cierran el corazón y el alma. No puede haber paz en una sociedad irritada, que no tiene la capacidad de tratarse, de soportar y convivir entre si. Nos peleamos por todo y con todos; nos irrita la espera y nos hacemos de mecha corta en nuestro diario vivir. La impaciencia y la ansiedad dominan nuestra sociedad desde los niños hasta los viejos... todo parece conseguirse con gritos, pleitos y protestas y como si fuese poco, los programas de televisión y las Redes Sociales proyectan lo mismo. ¿Cómo podemos esperar una sociedad sosegada regalando armas de juguete a los niños, películas y juegos de guerra? Si seguimos sembrando viento, cosecharemos tempestades. Necesitamos la sabiduría que viene de Dios. «El fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz» (St 3,18). El fin de la violencia llega cuando el Evangelio se convierte en una relación de tú a tú con el Señor; cuando el temperamento humano es transformado por aquel que dijo: «La Paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da» (Jn 14,17). Hoy me quedo un rato contemplando en el interior de mi dolido corazón a Nuestra Señora de la Paz. ¡Qué Dios nos bendiga y nos libre de todo mal! Amén. 

Padre Alfredo.

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