domingo, 23 de septiembre de 2018

«Un corazón puro»... Un pequeño pensamiento para hoy


¡Cómo me consuela y me llena de firme esperanza el apóstol Santiago en la segunda lectura de la Misa del día de hoy! En medio de un mundo en donde lo que parece brillar más es la violencia, la corrupción, los fraudes, los secuestros, las envidias y las rivalidades, en muchos corazones de hombres y mujeres de fe, está arraigada esa semillita que ha sido depositada por Dios en el corazón desde el bautismo como una luz esperanzadora que puede transformarlo todo. Santiago en el cachito de su carta que hoy escuchamos (St 3,16-4,3) nos dice que «los que tienen la sabiduría que viene de Dios son puros, ante todo. Además son amantes de la paz, comprensivos, dóciles, están llenos de misericordia y buenos frutos, son imparciales y sinceros (St 3,17)... ¡Cuánto se puede transformar el mundo con corazones de este calibre! 

Definitivamente eso es lo que está necesitando el mundo. Lo demás no sirve para gran cosa. Las palabras de tantos discursos de hoy que llegan a través de todos los medios de comunicación y en las redes sociales, están perdiendo su fuerza, nos están acostumbrando a oír palabras y más palabras, cosas y más cosas, promesas y más pro esas sin que a quienes pronuncia todo eso les cale más allá de la dura corteza de sus achatados entendimientos. Vidas, obras, autenticidad. El mundo necesita corazones puros de los cuales se desprenda todo lo demás que hoy dice Santiago. Si pedimos al Señor el regalo de un corazón puro podremos vivir de tal modo el compromiso de nuestro bautismo a cada momento, sin llamar la atención con discursos interminables y prometedores, sino como testigos del mensaje que Cristo trajo a la tierra para salvar a los hombres. El mundo necesita esa «pureza de corazón» que nos han enseñado a vivir los santos, esos santos de verdad cuyos nombres no están todos escritos en los libros oficiales de las canonizaciones, santos de esos que, como dice el Papa Francisco, visten de mezclilla y andan por las calles, santos que vengan a ser como banderas al viento, como símbolos eficaces que llaman, que atraen, que revelan, que transmiten la verdad, el amor y la paz que solamente pueden brotar de un corazón puro. 

Pero al mundo, en general, le encanta discutir de cosas que no vale la pena, como hoy sucede con el grupo de discípulos de Cristo en el Evangelio (Mc 9,30-37). En esta ocasión los «fieles seguidores» discuten sobre quién de ellos ha de ser el primero. Una cuestión en la que no ellos ni el mundo globalizado y materialista de hoy se ponen de acuerdo. Cada uno llega con su propio candidato, o sueña en secreto con ser uno de esos primeros, aunque sea por tres, cuatro o seis años. Esta cuestión puede contagiar hasta a los más sencillos coordinadores de algún grupito parroquial que quieran ser una especie de primer ministro cuyo poder no quieren soltar. La Biblia nos recuerda que Juan y Santiago se atrevieron a pedir, directamente y también a través de su madre, los primeros puestos en ese Reino (Mt 20,21). Es evidente que la ambición y el afán de figurar, dominan fácilmente el horizonte de cualquiera que se haga de vista corta y vea solamente este mundo y la vida desde una lógica tangible. Lo que necesitamos es, como dice Santiago, «un corazón puro» que, además, si está contrito y humillado porque ha fallado y se quiere renovar, será muy del agrado de Dios (Salmo 50). Solo el que viva así, con un corazón puro, podrá decir que en verdad reina, pues en el servicio, en la atención, en los pequeños detalles con el hermano, se podrá realizar auténticamente como persona y estará en disposición de sentarse junto a Cristo en el Reino, como un niño que puede ser abrazado por Él. Qué María Santísima interceda por nosotros, por nuestra vida, por la de cada cristiano, la vea o no a ella como Madre de Dios, para que con este nuevo corazón seamos como una protesta enérgica, un reproche contundente para tanto paganismo como hay en nuestra globalizada sociedad. ¡Feliz domingo! 

Padre Alfredo.

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