martes, 11 de septiembre de 2018

«El Señor es amigo de su pueblo»... Un pequeño pensamiento para hoy


San Pablo nos presenta hoy, en la primera lectura (1 Cor 6,1-11) el desordenado mundo en medio del cual vivían los cristianos en la cosmopolita ciudad porteña de Corinto. Aunque la lista de pecados que el Apóstol de las gentes menciona y que excluyen del reino de Dios, no deba entenderse como una denuncia detallada de los vicios de todos los corintios, él relaciona la situación en que se encuentran ahora quienes forman la comunidad creyente con la que tenían cuando todavía eran paganos. Todos han sido bautizados, pero es una pena que sigan viviendo como cuando eran paganos y eso no puede ser. Por eso san Pablo no se limita a decir que, puesto que están bautizados, deben comportarse como hombres nuevos y ya, sino que les hace observar más bien esa nueva realidad de vida en la que han sido introducidos gratuitamente «en el nombre del Señor Jesucristo y por medio del Espíritu de nuestro Dios» (1 Cor 16,11). Pese a su conducta, el bautismo es una realidad que sigue subsistiendo en ellos, como en tanta gente de hoy que, bautizada, vive de una manera disoluta. Todo bautizado ha sido purificado, santificado y justificado por el agua del bautismo, y vivir en contradicción con esta nueva realidad constituye el nuevo absurdo del pecado en el cristiano de ayer y de nuestros tiempos en donde siempre convive el trigo y la cizaña (Mt 13,24). Hoy es 11 de septiembre. Y, ¿quién puede olvidar aquel 11 de septiembre de 2001 cuando el mundo cambió para siempre? El terrible ataque terrorista contra las Torres Gemelas del World Trade Center, corazón financiero de Nueva York en los Estados Unidos, supuso un antes y un después en la historia contemporánea. Desde Pearl Harbor, en 1941, ningún enemigo externo se había aventurado a lanzar un ataque de grandes proporciones en suelo estadounidense y causar una hecatombe como esa: cuatro aviones conducidos por terroristas y terroríficos pilotos suicidas, destruyeron miles de vidas.


Películas y documentales como «United 93», «La célula de Hamburgo», «Fahrenheit 9/11», «The Falling Man», «9-11 in Plane Site», «Zeitgeist: The Movie», «World Trade Center», «The Guys», «El coraje de todos», « En algún lugar de la memoria», «Tan fuerte, tan cerca», «La noche más oscura» o «My Name Is Khan» presentan todos los aspectos que rodean aquel impresionante y de verdad «increíble» acontecimiento que la humanidad nunca podrá olvidar. Incluso el padre Pepe, que regresa hoy a África, me dice que volar en este día pasando por la emblemática Nueva York —que no conozco— es mucho más barato por aquellos de las «superticiones» que paralizan a muchos. Los recuerdos del peor ataque terrorista de los últimos tiempos en pleno corazón de Estados Unidos todavía estremecen al mundo entero. Las apocalípticas escenas de gente corriendo para escapar de una densa nube de humo y escombros quedaron grabadas en las mentes de toda una generación. Escenas apocalípticas, algunas veces vistas en ciencia ficción, se hicieron realidad a medida que la gente absorta observaba —gracias a la instantaneidad de los medios de comunicación actuales— la devastación de cuerpos destrozados y víctimas mutiladas. Se perdieron miles de vidas de personas no solo de Estados Unidos y el resto de América, sino de todos los continentes. Un sorprendente número de gente pensó inmediatamente en Dios a medida que observaba en vivo aquel holocausto en Nueva York, en el Pentágono, y en Pensilvana. Algunos noticieros comentaban: «Dios ha hecho que esta nación y el mundo entero se ponga de rodillas».


La basta mayoría de personas alrededor del globo terráqueo, no ha olvidado el hecho, pero ha olvidado el valor de la vida, de la historia y, muchos cristianos, han olvidado enlazar aquel hecho aciago con la realidad, a la luz de las Escrituras (cf. Is 55,8-9). La razón es que casi todos se dejan pronto contagiar por las ideas del mundo, que es siempre frío y vicioso, un mundo que no se sujeta en general a la voluntad de Dios (Rm 8,7-8). Hoy casi todos se encuentran cautivados por el «dios» que está detrás de esta visión mundanizada (2 Co 4,3-4; Jn 8,44); y, sin dejarse transformar por el Espíritu de Dios (2 Co 3,17-18) casi nadie puede hacer una lectura desde el corazón de Dios que nos quiere seguir hablando haciéndonos ver que él nunca nos dejará. El Evangelio de hoy narra que «toda la gente procuraba tocar a Jesús, porque salía de él una fuerza muy especial» (Lc 6,12-19) esa fuerza que sólo puede brotar de Dios. Necesitamos preguntarnos a nosotros mismos, que hemos sido llamados por Cristo, de la misma manera en que llamó a los Apóstoles, cómo deberíamos ver esta tragedia 17 años después. ¿Qué nos dicen las Escrituras? ¿Qué me dice la fe? ¿Hacia dónde va mi vida? El mundo no olvida la tragedia, pero olvida a Aquel que nos libró de una guerra que se veía venir de inmediato. El mundo no olvida aquella matanza y de otras donde más de 7,000 personas han sido asesinadas trágicamente por los terroristas, pero ¿cuántos han sido los que han condenado abiertamente el asesinato de más de un millón de bebés al año por madres crueles, doctores y enfermeras? ¿Estamos preocupados por los millones apresados y asesinados en la China Comunista y por las prohibiciones a las prédicas y conversión a Cristo en muchas tierras islámicas? ¿Nos preocupamos por aquellos aún no conocen a Cristo y no tienen el consuelo de su amor? A mí el recuerdo del 9/11 y las enérgicas palabras de san Pablo me dejan temblando en medio de un mundo que ha caído en el pecado y en el que «la tragedia ajena» es parte de la vida de cada día junto a tantos vicios que enturbian la mente y el corazón del bautizado. El recuerdo de aquel evento me llama al arrepentimiento y a la conversión (Lc 13,1-5). Hoy es martes, voy a la Basílica a dispensar, bajo la mirada amorosa de la Madre, la misericordia de Dios a quien la quiera buscar anhelando ser «lavados, consagrados y justificados en el nombre del Señor Jesucristo» reiniciando un camino de amor, de paz y de buena voluntad (cf. 1 Tes 5,15). He sido larguísimo, pero no puedo terminar sin dar gracias a Dios por la visita —Muy de Dios— del padre Pepe, este misionero incansable que si ha entendido y ha sabido leer lo que el Señor nos dice en su Palabra y en el mundo actual. Vuela el 9/11 lleno de fe y portador de esperanza con una sonrisa que contagia y que nos deja ver que, como dice hoy el salmista (Sal 149), a pesar de todos los pesares, «el Señor es amigo de su pueblo». ¡Bendecido martes!


Padre Alfredo.

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