miércoles, 12 de septiembre de 2018

»Porque este mundo que vemos es pasajero»... Un pequeño pensamiento para hoy


En la vida de la cosmopolita Corinto, como en la sociedad globalizada de hoy, se mezclaban —como he mencionado ya varias veces en estos días— diversas ideas filosóficas y religiosas en un mundo que relativizaba todo para no meterse en problemas —algún parecido con la realidad no es mera coincidencia—. San Pablo está preocupado por la formación de aquellos primeros cristianos, pues no quiere que la llegada de la fe a sus vidas sea solamente una «llamarada de petate». Se trata de una comunidad de creyentes en medio de la civilización griega en una época en que estaba en el más profundo desconcierto en todos los campos, incluido el de la sexualidad. Las posturas iban de extremo a extremo: había quienes iban proclamando desde el desprecio del cuerpo y de la sexualidad hasta el más pleno desenfreno. En esta confusión, San Pablo defiende simultáneamente la grandeza y la indisolubilidad del matrimonio y el valor del celibato, queriendo dar derecho de ciudadanía a un estado nuevo, ese del celibato por el Reino, al lado de un estado de vida ya conocido y considerado, entonces, como única posibilidad: el matrimonio. San Pablo considera que, según las enseñanzas de Cristo, matrimonio y celibato son complementarios porque en los dos, se ha de hacer una opción por Cristo y su Evangelio (1 Cor 7,25-31). 

El Apóstol de las gentes pide a todos —solteros, casados, viudos— que, cada uno en su estado, se dedique a hacer el bien, a trabajar por el Reino, sobre todo teniendo en cuenta —como era la opinión de la época— que el retorno del Señor era inminente. San Pablo habla desde una realidad que conoce muy bien, él ya sabe que la mayoría se casan —su alto concepto del matrimonio lo expresa sobre todo en el capítulo 5 de Efesios— y que algunos han ya enviudado, mientras que otros, como él mismo, han optado por el celibato para dedicar todas sus energías a la evangelización. En el fondo, el Apóstol nos está invitando a todos a una sana «indiferencia». Les dice a los Corintios que continúen en el estado en que se encontraban cuando se convirtieron: que no abandonen el matrimonio o el celibato, sino que, cada uno como está, luche por cumplir la voluntad de Dios trabajando en favor del Reino, porque urge aprovechar el tiempo presente y no hay que desperdiciarlo. Todos sabemos que debemos de dar a las personas, a las cosas y a los acontecimientos, el lugar que les corresponde porque hay valores e ideales que marcan nuestra condición de cristianos en cualquiera que sea nuestro estado de vida. Cada uno en su situación personal, ha de comprometerse a vivir los valores del evangelio de Cristo, que hoy nos los presenta San Lucas en las bienaventuranzas (Lc 6,20-16), teniendo en cuenta los valores más inmediatos y sobre todo los superiores, que dan sentido más pleno a todo lo que hacemos. Los casados, con su vida de amor y de educación de sus hijos. Los que han optado por el celibato, desde el carisma propio y la misión recibida en la Iglesia. Todos buscando ser fieles a Cristo para ser «dichosos» como signos creíbles de la existencia de Dios y el establecimiento del Reino en medio del mundo. 

Las bienaventuranzas, como nos las presenta San Lucas son distintas un poco de las de san Mateo, que son ocho (Mt 5,3-12). Aquí son cuatro bienaventuranzas y cuatro que podemos llamar malaventuranzas o lamentaciones. San Mateo las presenta en tercera persona: «de ellos» es el Reino dice, mientras que San Lucas en segunda: «suyo» es el Reino. Lo importante de las bienaventuranzas en San Lucas, es captar que Jesús llama «bienaventurados, felices y dichosos» a los pobres, a los que sufren —pasan hambre—, a los que lloran y a los que son perseguidos por causa de su fe. Con esto contrasta el «ay» de otras cuatro clases de personas: los ricos, los que están saciados, los que ríen —en tono de burla, claro— y los que son adulados por el mundo. Estos «ayes» se parecen a las antítesis que el mismo San Lucas pone en labios de María de Nazaret en su Magníficat: Dios derriba a los potentados y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos (Lc 1,46-55). Esto es también como el desarrollo que el mismo Lucas nos presenta de lo que había anunciado Jesús en su primera homilía de Nazaret: Dios le ha enviado a los pobres, a los cautivos, a los ciegos y a los oprimidos (Lc 4,18). A mi de todo esto me queda hoy que, según nuestro propio estado de vida, al leer y reflexionar esta Palabra de Dios, en nuestra vida de casados, o de célibes, o de viudos, hay que cuestionarnos si hemos hecho de veras una opción «por Dios» y si la consideración de «la vida eterna» está presente en nuestras acciones y decisiones de cada día... «porque este mundo que vemos es pasajero» (1 Cor 7,31). ¡Bienaventurado, feliz y dichoso miércoles! 

Padre Alfredo.

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