miércoles, 19 de septiembre de 2018

«La caridad no se puede enterrar»... Un pequeño pensamiento para hoy


¡Mitad de semana ya y más de la mitad de septiembre! El tiempo vuela y hoy llegamos a este día que en CDMX nos recuerda dos de los terremotos más terribles que en esta selva de cemento se han sentido (1985 y 2017). Hoy habrá simulacro, pero a este padrecito no le tocará participar, pues estaré en Cuernavaca, precisamente en la Casa Madre de nuestra «Familia Inesiana» que tantos daños sufrió y en donde un edificio completito tuvo que ser derribado debido a los daños irreparables que sufrió. El amor, expresado en la caridad concretizada en mil maneras diversas, ha levantado a CDMX y a tantos lugares más del mundo no solo de terremotos terribles, sino de tantas otras situaciones que, por la fuerza de la naturaleza o por la necedad del hombre, han causado estragos impresionantes. Hoy San Pablo, como si quisiera solidarse con nosotros en este recuerdo, nos ofrece en la primera lectura de Misa el hermoso «Himno a la Caridad» (1Co 12,31-13,13): «La caridad es paciente, no busca su interés... no se irrita, no es envidiosa... es servicial. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta...» Con estas expresiones el Apóstol de las Gentes nos remite a Cristo, que ha realizado todo esto a la perfección y que sigue inspirando tantos y tantos corazones que sería imposible contar. ¡Pienso simplemente en tanta gente que al instante nos ayudó a la reconstrucción de nuestra amada «Casa Madre» y de tantos con los que compartí esos momentos inolvidables entre los escombros de los edificios derrumbados de esta Metrópoli Azteca. 

Estos acontecimientos, que suceden de vez en vez son para los discípulos–misioneros de Cristo escuela viva de teología que nos hacen ver el «valor» esencial de nuestra religión que no se queda solamente en un aspecto «doctrinal», de «conocimiento intelectual», sino que trasciende inmediatamente al «amor-caridad». Todo este conjunto de corazones actuando desinteresadamente con amor, tiene siempre un mayor grado de gracia que un gran teólogo de corazón cenceño, e incluso mayor que cualquiera que hiciera milagros, nos recuerda san Pablo en esta que es una de las páginas más bellas de sus escritos. Hablar lenguas y predicar es interesante. Vaticinar el futuro y conocer a fondo la esencia de las cosas es admirable. Repartir limosnas es sumamente meritorio, pero hacer todo esto y más, por amor, es lo que le da el verdadero sentido a nuestro diario acontecer. Incluso la fe y la esperanza, las otras dos virtudes «teologales», con ser tan importantes, lo son menos que el amor, porque todo lo pasará, menos el amor, que durará para siempre. Si amamos desinteresadamente, es que hemos llegado a la madurez, dejando atrás las cosas de la niñez. La solidaridad que se vive en esos momentos que luego quedan grabados en el alma para siempre, nos hacen ver que todo lo demás, fuera del amor —por muy bien que hablemos y por mucha sabiduría que creamos tener— es «un metal que resuena o unos platillos que aturden». 

¡Qué sabio es Dios al permitirnos vivir todo esto! Es que como su amor, no hay otro, y a ese tenemos que tender. Pero el hombre de hoy al poco rato, en general olvida estos acontecimientos. Esos días las filas para ir a la cajita feliz a recibir la gracia del perdón, eran mucho más largas que hoy y así pasa siempre. Cuando el agua nos llega al cuello corremos solidarios sacando de las entrañas el amor que ha sido sembrado en nosotros desde nuestro bautismo, pero luego, el mundo parece volvernos a atrapar y aquella caridad y aquel amor se guardan nuevamente hasta que llegue el momento de romper el cristal porque hay una emergencia. San Lucas, con el episodio de hoy en el que los niños invitan con su música a otros niños a vibrar con ellos en sus juegos de alegría o de tristeza, nos recuerda la solidaridad que debemos mostrar en el juego de la vida que todos jugamos. La comparación de los dos grupos de niños es expresiva: ni con música alegre ni con canciones tristes consiguen unos que los otros colaboren. Cuando no se ama al estilo que nos recuerda San Pablo, que es el mismo de Cristo, se encuentran con facilidad excusas para permanecer con el corazón desentendidamente frío y hoy, a un año de aquel devastador terremoto, muchos damnificados, con su corazón aún trémulo, reclaman que las ayudas por parte de quienes se habían comprometido aún no llegan. En algunos lugares las obras prácticamente no han comenzado o las ayudas dejaron ya de llegar. ¡Hay mucho por hacer siempre! La caridad no se puede enterrar en ningún momento, porque si se entierra ésta, se inhuma el alma. Solamente quien tiene en su corazón el don del amor perpetuo, puede confiar y esperar siempre. María es así, Ella es la «Madre del Amor Hermoso», dice una vieja advocación muy poco utilizada y recurriendo a Ella podemos mantener vivo este maravilloso don. ¡Bendecido miércoles! 

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario