¡Hoy amanecimos de fiesta! Sí, de fiesta en toda la Iglesia, porque hoy celebramos el cumpleaños de la Santísima Virgen María —y también el de Yoyina mi cuñada e Ileana mi sobrina, Silvia Arangua y quizá muchos más—. Cierto que el evangelio no nos dice nada acerca del nacimiento de la Virgen, pero, la Iglesia de Oriente la celebra en este día más o menos desde el año 400. Allí estaba siempre viva la tradición de la casa donde había nacido la Virgen María —y que por gracia de Dios conozco— y esa tradición se consolidó con la dedicación del actual santuario de Santa Ana allá en los alrededores de Jerusalén. Esta festividad tiene un gran significado para nosotros, pues viene a poner de relieve que la Virgen María estuvo estrechamente vinculada a su Hijo Jesús, como subrayan los textos bíblicos que hoy leemos en la Misa. A ella le celebramos el cumpleaños como a cualquiera de nosotros, que damos gracias al Señor por haber sido enviados a este mundo; pero, como una vez decía Benedicto XVI, a ella la celebramos de una manera particular porque festejamos el que la podemos «mirar con confianza y tomar el entusiasmo y la alegría, para vivir con un compromiso cada vez mayor y con coherencia nuestra vocación de hijos de Dios, hermanos en Cristo, miembros vivos de su Cuerpo que es la Iglesia», ya que ella, la Madre, es a la vez la primera discípula–misionera del Señor.
Los santos Padres de la Iglesia antigua nos han dejado en claro que el Hijo de Dios se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser hijos de Dios. Para esto nació de la Virgen María y tomó de ella nuestra humanidad. En el oficio de Lecturas de este día del cumpleaños de la Virgen, leemos un sermón de san Andrés de Creta—que vivió en los siglos VII y VIII— en el que nos dice que por designio de Dios Padre, el compendio de todos los beneficios que Cristo nos ha hecho es «su anonadamiento, su encarnación y la consiguiente divinización del hombre»; a lo cual añade el santo que era conveniente que la venida de Dios a los hombres fuera precedida de algún hecho que la preparara, y así nos deja el significado de esta fiesta, porque «el nacimiento de la Madre de Dios es el exordio de todo este cúmulo de bienes, exordio que hallará su término y complemento en la unión del Verbo con la carne que le estaba destinada. En el día de hoy nació la Virgen; es luego amamantada y se va desarrollando; y es preparada para ser la Madre de Dios, rey de todos los siglos... ella es la estela preciosa del extraordinario mosaico que es el plan divino de la salvación de la humanidad (San Andrés de Creta, Sermón 1: PG 97, 806-810). Así san Andrés, por esto mismo, nos enseña que la concepción de la Santísima Virgen es el inicio de la renovación de la humanidad. La renovación de cada uno de nosotros. Así que con ella, con toda pompa y platillos vibrantes, podemos celebrarnos también nosotros junto con ella, con la Madre, por haber recibido gracias a su vida, al Salvador, por eso san Pablo, en la primera lectura del día de hoy nos recuerda que «todo contribuye para el bien de los que aman a Dios» (Rm 8,28-30).
Hoy celebramos que ha nacido María, ella, la que va a ser esposa y madre del Verbo. Ella, Virgen de vírgenes, la que será para todos modelo de intimidad con Cristo, de fidelidad a los planes divinos. Por eso el Evangelio nos narra hoy el sueño de José en donde él recibe el mensaje del Ángel de que no dude en recibir a María en su casa (Mt 1,18-23) ¿Quién, al leer estos primeros versos del evangelio, se sentirá excluido de la familia de Jesús? ¿Quién no se sentirá llamado a celebrar esta fiesta del nacimiento de la Virgen Madre? ¿Quién no querrá participar de la plenitud de las promesas de Dios que se han hecho carne en un miembro de nuestra familia humana? Que María, cuya Natividad celebran hoy tantas ciudades tantas congregaciones, tantas Iglesias, tantas familias que veneran a la bienaventurada Virgen María, nos ayude a dar gracias también por nuestro nacimiento y a poner la confianza en Dios y a cumplir los mandamientos; para que, haciendo la voluntad de Dios, que pretende siempre nuestro bien y salvación, podamos reencontrar la paz interior y la paz social que tanto se necesita. Que la Santísima Virgen, con su elocuente silencio, nos ayude a practicar las virtudes cristianas, alimentando nuestra vida de fe, esperanza y caridad, que es el fundamento de una existencia enteramente centrada en Dios, el único regalo de cumpleaños necesario para regenerar la vida y hacer posible el cumplimiento de la voluntad del mismo Dios y el amor a los hermanos y que todos los pueblos de la tierra alcancen, por la intercesión de la Reina de la Paz, una verdadera paz social duradera y el bienestar deseado. Yo, por mi parte, voy llegando de Ejercicios Espirituales en la Abadía Madre de Dios, pero de eso, ya les contaré... ¡Hoy hay que celebrar a María! Feliz sábado a todos y felicidades a las cumpleañeras.
Padre Alfredo.
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