Entre los llamados «Libros Sapienciales», el Eclesiastés, —llamado también Cohélet en hebreo— es considerado como una de las mejores muestras de la literatura sapiencial en la cual se transmiten ideas que encierran la reacción pensada del hombre frente a su experiencia diaria, las conclusiones a las cuales llega y los consejos que quiere trasmitir, todo con el propósito de vivir la vida lo mejor posible. El libro es importante para nosotros porque expresa en un lenguaje sumamente práctico algunos de los sentimientos humanos más corrientes de nuestra época moderna como pueden ser el desencanto, el aburrimiento, el peso de la condición humana y la aparente incoherencia de la vida y de la muerte. Todo esto surge de manera evidente en su repetida declaración de que está hablando de las cosas «bajo del sol», es decir, desde el punto de vista humano. Esta pequeña frase: «bajo el sol» se usa como una precaución muy sugestiva en el libro más de treinta veces, como para enfatizar que todos los juicios del hombre son limitados porque se limitan a lo observable en la vida presente. Se ve que el Cohélet simplemente quiere expresar el pensamiento humano normal y corriente, sin pretensiones de revelación. Sus expresiones expresan la mirada humana de muchos.
Pero, en el fondo, podemos ver que el autor de estas palabras que a primera vista parecen tristes y decepcionantes, escribe inspirado por Dios en una realidad que se parece un poco a la que vivimos hoy. Hacia el siglo III a. de J.C., cuando él escribe, el mundo conocido hasta ese entonces pasaba por una época de brillante civilización: el Helenismo, en que, muchos de sus contemporáneos se lanzaban ávidamente a la vida fácil, al confort e incluso al lujo de la civilización griega que todo lo permeaba. Si buscamos el significado de lo que somos y de lo que hacemos solamente «bajo el sol», es decir, «en este mundo material», nos topamos con que el sentido de la existencia humana no tiene sentido. Es lo que el Cohélet nos quiere decir hoy (Ecl 2,2-11). ¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol? Si sólo se dispone de la luz del sol para descubrir el valor de la vida, se puede llegar a la conclusión a la que llega el autor inspirado, de que no hay nada que valga la pena de ser vivido. Todo es «vano»... vacío... hueco... insatisfactorio. Es la gran falla del creyente en el mundo actual, mientras se contagie y quiera mantener la ilusión de que la vida «bajo el sol» es la que puede aportar una felicidad sin mezcla alguna, se corre el riesgo de quedarse a ras del suelo y despistarse sin poder elevar el vuelo a metas altas de santidad.
Pero el pueblo que rodeaba a los sabios de aquel tiempo, sabía que Dios vendría a romper su mutismo y dejaría oír su potente Voz en la boca de un Mesías inspirado que traería una sabiduría más grande que iría más allá del sol. Para muchos de sus contemporáneos Jesús apareció primero como un hombre sabio... un portavoz de la sabiduría de Dios, alguien que comenta los acontecimientos doctamente para sacar de ellos el sentido divino que contienen. La fama de este Jesús se extiende y llega a oídos de Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Perea, el asesino de Juan el Bautista (Lc 9,7-9). Este Herodes que era hijo de Herodes el Grande, el que había dado muerte a los niños inocentes en Belén. Su actitud parece muy superficial, de mera curiosidad. Está perplejo, porque ha oído que algunos consideran que ese sabio llamado Jesús es Juan resucitado, al que él había mandado decapitar. Este Herodes es el mismo que más tarde amenazará con deshacerse de Jesús y recibirá de Cristo una dura respuesta: «vayan y díganle a ese zorro...» (Lc l3,31-32). En la pasión, Jesús, que había contestado a Pilato, no quiso, por el contrario, decir ni una palabra en presencia de Herodes, que quiso siempre verle solo por curiosidad, por las cosas que oía de él y exhibirlo en su corte como se exhibe un bufón: «¡ah, si pudiera ver una señal o un milagro!» (cf. Lc 23,8-12). ¿Qué nos queda de todo esto si lo vemos con la sabiduría que viene de lo alto, de más allá del sol? Que como cristianos, discípulos–misioneros del Señor, siempre estaremos expuestos a ciertos Herodes por ser querer vivir y mostrar al mundo esa sabiduría divina en nuestro comportamiento humano, buscando proyectar la Palabra de Dios a los demás, porque ésta es siempre sabia, ya que impulsa al hombre a hacer el bien, a buscar la justicia y a encarnar el amor. Que la Virgen María, «Trono de la sabiduría», nos ayude a que el mundo no nos confunda con unos inermes seguidores de ideologías o de líderes meramente humanos, sino que se nos reconozca como fieles discípulos–misioneros, amigos de Cristo, hombres y mujeres comprometidos con su Palabra y toda la sabiduría que ésta encierra, no sólo para predicarlo, sino para hacerlo vida en nosotros, y ocasión de una vida verdadera que transforme nuestro mundo. ¡Que tenas un jueves muy feliz sabiendo que Cristo nos espera en la Eucaristía!
Padre Alfredo.
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