domingo, 2 de septiembre de 2018

«Docilidad a la Palabra»... Un pequeño pensamiento para hoy


Santiago nos dice en la segunda lectura de hoy (St 1,17-18.21-22.27) algo que es vital para todo discípulo–misionero de Cristo: «Acepten dócilmente la palabra que ha sido sembrada en ustedes y es capaz de salvarlos. Pongan en práctica esa palabra y no se limiten a escucharla, engañándose a ustedes mismos». Ese «acepten dócilmente» debería calarnos hasta lo más profundo y llevarnos a hacer este domingo un examen de conciencia en torno a todo lo relacionado con la palabra de Dios en nuestras vidas. Si algo falta en el mundo de hoy es «docilidad» y falta en todos los ambientes, por desgracia hasta dentro de la Iglesia. La docilidad es la virtud que nos lleva a hacer lo que se nos manda o aconseja tranquilamente sin violentarnos, ni oponerle resistencia, y la que hace fácil que se nos enseñe y podamos aprender. Es la predisposición para aceptar las indicaciones que recibimos para encaminarnos hacia el bien. Para el cristiano la docilidad debe ser una palabra clave. El Papa Francisco dice que «recibiendo con docilidad la Palabra de Dios se llega a la bondad, a la paz y a la mansedumbre» (9 de mayo de 2017). Para el discípulo–misionero ser dócil no es ser una especia de marioneta o títere caprichosamente movido por el querer de un extraño; es, en primer lugar, saberse amado y guiado por Dios. 

El hombre y mujer de fe saben que no son el Señor del mundo y no les corresponde plasmar sus decisiones en el acontecer de la historia al margen de Dios, sino que someten tranquilos su inteligencia y su voluntad a Dios. Somos dóciles cuando aceptamos el querer divino con paz gozosa, cuando no nos sentimos forzado o abrumados ante una voluntad inapelable a la que debemos someternos. Los planes de Dios para cada uno de nosotros marcan un ideal. Por la fe vamos descubriendo con docilidad la divina Voluntad en el acontecer cotidiano y decidimos cumplirla, esperando siempre lo mejor, a impulsos de la caridad. La docilidad a la palabra de la que nos habla hoy Santiago, nos lleva necesariamente a la práctica de la prudencia y de la humildad, porque la actitud dócil es la que está abierta al aprendizaje a la corrección, al consejo, a aceptar que otros saben más que nosotros y que pueden y deben enseñarnos y nosotros debemos dejarnos enseñar sin resistirnos como fieras. La liturgia de hoy nos dice que hay que ser dóciles a la Palabra y estar abiertos, para saber discernir y no «ser rígidos» sin sentido, como lo eran esos fariseos y escribas que se acercan a Jesús para discutir de algo totalmente baladí (Marcos: 7,1-8.14-15.21-23). Para nosotros el primer paso en el camino de la docilidad es acoger la Palabra para luego abrir el corazón y conocer la Palabra y lo que en ella el Señor nos quiere decir sin quedarnos en la superficie y, para eso, como hombres y mujeres de fe, es muy importante captar lo que los mandamientos de la ley de Dios nos marcan para vivir en docilidad al Señor. 

Moisés, desde el Antiguo Testamento, invitaba al pueblo a vivir esa docilidad al Señor. Así nos lo enseña la primera lectura de hoy: «Ahora, Israel, escucha los mandatos y preceptos que te enseño, para que los pongas en práctica y puedas así vivir y entrar a tomar posesión de la tierra que el Señor. Dios de tus padres, te va a dar» (Dt 4,1-2.6-8). María santísima, por su docilidad al Señor, a su palabra, a su voluntad, contribuyó eficazmente a la misión de Jesucristo sin hacer mucho ruido. No destacó ante la gente de su tiempo haciendo cosas llamativas o extraordinarias a la vista de todos ni se opuso al plan de salvación. Fue sencillamente la madre del Maestro, autor de tantos prodigios. Su vida discurrió entre la vida ordinaria de cada, en una de tantas aldeas de Israel, inadvertida junto a su esposo y luego viuda, aceptando la voluntad de Dios como él esperaba, su vida de esposa y Madre fue dócil. Su fidelidad a Dios, desde que recibió el anuncio del ángel la concepción del Hijo de Dios, se apoyó en la fe y en la docilidad, y por eso nos ha quedado como modelo nítido para siempre. Por intercesión de la Madre de Dios pidamos este domingo ser dóciles a esa Palabra leyendo la Biblia cada día y reflexionando juntos en ella cada domingo que nos reunimos para celebrar la Eucaristía. Me encomiendo a sus oraciones porque esta noche entro a Ejercicios Espirituales en la Trapa de Ciudad Hidalgo, Michoacán. No se si la entrega de mis reflexiones —que de todas maneras haré cada día como siempre— será regular o no, hasta el sábado 7 que regrese, porque no tengo idea de si en ese bellísimo monasterio haya señal de Internet. Pero eso sí, les puedo asegurar, queridos lectores, que los llevo conmigo en el corazón ¡Feliz domingo! 

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario