sábado, 15 de septiembre de 2018

«Stabat Mater»... Un pequeño pensamiento para hoy

El «Stabat Mater» del italiano Giovanni Battista Pergolesi —uno de los músicos más importantes del barroco— es una de las más célebres composiciones religiosas de la historia. Esta obra, concertada para soprano, contralto y orquesta, se convirtió en la más editada e impresa en el siglo XVIII, y fue adaptada o arreglada por muchos otros compositores, entre otros el famosísimo Juan Sebastián Bach. La letra del «Stabat Mater» —«Estaba la Madre», en latín— es una secuencia medieval del gregoriano datada en el siglo XIII y atribuida a varios autores, entre los que se encuentran como más probables el papa Inocencio III y el franciscano Jacopone da Todi. Se trata de una plegaria meditada sobre el sufrimiento de la Virgen María durante la crucifixión de su Hijo y hoy, por ser día de «Nuestra Señora de los Dolores» amanecí escuchando esta hermosa pieza. Esta memoria litúrgica dedicada a María en su dolor a los pies de la Cruz, se celebra en este día 15 porque el 14 —con excepción de México y algunas otras naciones— se celebra la fiesta de la Exaltación de la Cruz. En este día, la liturgia pone, después del salmo responsorial, esta bella secuencia para la Misa y como himno de Laudes en la Liturgia de las Horas, con una de las traducciones más hermosas que se han hecho al español de la misma, la de Lope de Vega, en el siglo XVI. Y más de doscientos compositores famosos, además de Pergolesi (como se puede comprobar en youtube, en iTunes, Spotify y otros medios) le han puesto música. 

Mi admirado sacerdote, periodista y escritor José Luis Martín Descalzo (27 de agosto de 1930—11 de junio de 1991) tiene una oración que es bellísima también y que hoy quiero compartirles, aunque seguramente ya la habrán encontrado escrita en alguna otra parte: «En todas las esquinas de la vida, Tú lo sabes , Señora, nos espera el dolor, los hijos muertos, la angustia del salario que no llega, el puñetazo cruel de la injusticia, la violencia y la guerra, el horrible vacío de tantas soledades, los infinitos ríos del llanto de los hombres. ¿Y a quién acudir sino a tu lado, Virgen experta en penas, sabia en dolores, maestra en el sufrir, conocedora de todas las espadas? Por el cansancio del camino a Belén te pedimos por todos los cansados. Por el frío de la cueva y la noche de Navidad, acuérdate de los que tienen hambre. Por el dolor del Hijo que perdiste en el templo, ayuda a tantos padres que pierden a sus hijos por los más turbios caminos, Por los años de oscura pobreza en Nazaret, da un más ancho salario de amor a tantos hombres que ven cómo decrecen sus salarios. Por el largo silencio de tus años de viuda, acompaña a tantos y tantos solitarios. Por la angustia de ver perseguido a Jesús, no abandones a tantos que la injusticia aplasta. Por las horas terribles del Calvario y la sangre, siéntate cada tarde al borde de la cama de todos los que viven muertos sin salud y sin fuerzas. Tú, que sabes de espadas, Virgen Madre de los dolores, pon en tu corazón a cuantos tienen el alma destrozada. Amén». 

En medio del proceso vertiginoso de secularización, que caracteriza a gran parte del mundo contemporáneo, como lo veo en esta descristianizada selva de cemento en la que ahora estoy sembrado, es muy importante que los discípulos–misioneros fijemos la mirada la Virgen Dolorosa y captemos el significado de su entrega hasta el pie de la Cruz y más allá, con los primeros discípulos en la espera del Espíritu, que vendrá a dar nueva luz, nuevo impulso y valor a los primeros seguidores de Cristo. Este día podemos acompañar a María en su vivencia de un profundísimo dolor, el tormento de una madre que ve a su amado Hijo incomprendido, acusado, abandonado por los temerosos apóstoles, flagelado por los soldados romanos, coronado con espinas, escupido, abofeteado, caminando descalzo debajo de un madero astilloso y muy pesado hacia el monte Calvario, donde finalmente presenció la agonía de su muerte en una cruz, clavado de pies y manos... ¿Pero, qué no lo ve así ahora Ella? Cuando el mundo, incluso el de los llamados «creyentes» lo ha tratado de la misma manera, sacándolo de la vida social del diario andar; este mundo que camina sin estar adherido a la Cruz del Redentor y sin ton ni son, adorando ídolos por aquí y por allá, como dice San Pablo en la primera lectura de hoy (1 Cor 10,14-22). María, llena de dolor, sufre al ver en estos días a la Iglesia de su Hijo lacerada. ¡Son demasiadas espadas que hoy atraviesan el corazón: las guerras, el hambre, las marginaciones, los abusos, las apostasías que se suman a tantas otras heridas del Cuerpo Místico de Cristo! Y María es la Madre de la Iglesia, de esta Iglesia amada que nos pide, mirándola a Ella, «con la espada atravesada en el alma» (Lc 2,33-35) como nos recuerda el Evangelio de hoy, a que dirijamos nuestra mirada hacia Ella que, con lágrimas en los ojos nos invita a que actuemos con cordura, convocándonos a todos sus hijos junto a la cruz , en lo alto del Calvario, para hacernos escuchar el tierno mensaje de tu Hijo que agoniza de amor por nosotros y dice: «Mujer, ahí tienes a tus hijos... Hijos, ahí tienen a su Madre» (cf. Jn 19,26). ¡Bendecido sábado y felices fiestas patrias a la asolada nación que ansía la verdadera libertad, aquella del corazón, como María! 

Padre Alfredo.

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