lunes, 3 de septiembre de 2018

«LA HERMANA ABI LANDA»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo XX

La fe en Cristo, muerto y resucitado, es la que da sentido a la vida gastada y desgastada de un misionero. La presencia de Jesús resucitado nos da también la presencia misteriosa de todos los que están ya con Él, y recordar el testimonio de vida que nos han dejado, es comprometernos a seguir, como ellos, a Cristo, para dejar sus huellas. 

Hoy quiero compartirles algo de la vida de la hermana «Abi» como muchos la conocimos. Abigaíl Liduvina Landa López, nació en un lugar del estado de Guerrero al que la Madre Teresa Botello, también de feliz memoria y originaria de ahí llamaba «La incomparable Buenavista». Ciertamente que el lugar es hermoso, enclavado en la sierra de una parte de ese estado de Guerrero, en México, ha dado varias vocaciones de Misioneras Clarisas. Allí la hermana Abi vio la luz de este mundo el 27 de marzo de 1928, allí mismo fue bautizada el 06 de octubre del mismo año y fue creciendo en su vida cristiana. 

La historia vocacional de cada alma es única, sublime y no se repite nunca. La decisión de Abigaíl para irse al convento fue tomada  frente al Sagrario de su parroquia, pero en un momento de fuerte intimidad con el Señor que la llamaba y con temor y temblor, porque estaba ya próxima a contraer matrimonio. Allí le pidió a Jesús la luz del Espíritu rogándole le iluminara para decidirse y seguir el camino que Él le pusiera como el decisivo para su vida. Abi salió de ahí con la firme determinación de darle al Señor un sí para siempre, descubriendo que el Señor cuando llama pide ser sobrenaturalmente realistas, contar con Él, sabiendo que Jesucristo actúa vivamente en nuestra vida.

Así, el 18 de junio de 1948, impulsada por el anhelo de consagrarse a Dios por las misiones, Abi llegó a la Casa Madre de las Misioneras Clarisas, donde fue recibida por la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento que, como fundadora y superiora general, solía recibir y dar la bienvenida a las jovencitas que iban llegando a engrosar las filas de la recién fundada institución misionera. Allí transcurrió su tiempo de formación como postulante y novicia y se consagró a Dios por primera vez como Misionera Clarisa el 15 de abril de 1950, recibiendo el nombre de María Abigaíl de Cristo Rey. 

En sus inicios por el andar de la vida religiosa, además de los estudios requeridos en el postulantado y noviciado, Abi estudió Economía Doméstica, Cursos Superiores de Religión y de Catequesis en Puebla y de Espiritualidad en Guadalajara, luego, su trayectoria de joven profesa, comenzó en Puebla en 1952 y regresó a la Casa Madre al año siguiente. El 21 de noviembre de 1953 hizo sus Votos Perpetuos, con los cuales se consagró al Señor para toda su vida. La hermana tuvo la dicha de que la beata María Inés Teresa presidiera todas esas ceremonias de su vida consagrada. Al año siguiente recibió su envío misionero para Japón y llegó a Tokio, done estudió el japonés y permaneció en esa comunidad hasta el año de 1956, cuando fue destinada, en ese mismo país del sol naciente, a la casa de Karuizawa, en donde en aquella época de la posguerra —había terminado poco antes la Segunda Guerra Mundial— la Casa de la niña, un hogar para niñas necesitadas y allí fungió como superiora de la comunidad, de 1959 a 1964. Luego fue transferida a la casa de Iida, en la Provincia de Nagano, allí mismo en Japón, donde a partir de 1967 y hasta 1973 prestó también sus servicios de superiora local. Ese mismo año fue enviada a México a la casa de Arandas, Jalisco y a partir de 1974 hasta 1980 trabajó en la tarea misionera a la par de la misma encomienda que la acompañó muchos años, la de ser superiora de la comunidad. 

Para dar gracias a Dios por el 25 Aniversario de su consagración religiosa, celebró sus Bodas de Plata el 15 de abril de 1975, en Arandas Jalisco, en donde como podemos imaginar, esta incansable Misionera Clarisa se entregó con un gran celo apostólico en la misión. En 1983 regresó de nueva cuenta a las misiones de Japón, primero a la casa de Tokyo y de allí a Karuizawa y, para no variar, como superiora local de 1983 a 1985. A partir de ese año y hasta 1989 colaboró como Consejera Regional y luego, habiendo sido nombrada Superiora Regional de Japón, pasó a la casa de Tokyo donde ejerció ese cargo hasta el año de 1995. La recuerdo muy bien en el día de mi ordenación sacerdotal el 4 de agosto de 1989 en que vino a México. Esos años fueron para mí un tiempo maravilloso en el que, en sus venidas a México, como joven sacerdote, recibía el regalo de aprender mucho de esta misionera sencilla y pobre que, a pesar de su cargo tan sobresaliente, era siempre un alma que respiraba el amor a la misión por los poros y que me hizo sentirme en Japón, a donde nunca he ido.

Los largos periodos como superiora, hicieron que en la hermana Abigaíl se fuera desarrollando de manera muy especial aquello que la beata Madre María Inés decía: «más que superiora, madre». Y en la comunidad, sea como superiora local o regional, se mostró siempre atenta con las hermanas, interesándose en acompañar a cada una estando al pendiente de lo que hacían y animándolas en la vida comunitaria. Fue muy fiel en su vida de piedad, muy amante de la Santísima Virgen, y en las conferencias que daba a la comunidad religiosa, hacía reflexiones muy buenas y profundas que estimulaban el fervor de las almas consagradas. Muy eucarística, participaba con fidelidad en la Santa Misa y en la Adoración Sacramental, aunque no se sintiera muy bien, estuviera cansada o enferma. Se desprendía fácilmente de lo que a otra le sirviera y su espíritu de mortificación se veía hasta en los alimentos, porque nunca se quejaba de que no le gustaran las cosas. 

En 1996, luego de concluir la tarea encomendada al frente de la región de Japón, la hermana Abi fue enviada a Roma, Italia y permaneció durante un año en la casa de Garampi aprovechando el tiempo para renovarse en su consagración y estudiar el diplomado en Vida Consagrada. Al año siguiente, 1997, regresó a su patria, nuestro México lindo y querido y en la casa-misión de Mazatán, Chiapas, colaborando como en tiempos anteriores como superiora local, desplegó su infatigable servicio apostólico unida a las hermanas de esa misión. 

En el año 2000 pasó a formar parte en la comunidad de la casa de Monterrey, dedicada también al apostolado de la casa-misión en la colonia Cuauhtémoc, donde incansablemente se dedicó al trabajo social con las señoras de la misma colonia. Con ellas organizaba muchas actividades apostólicas y de servicio, siempre dispuesta a ayudar al necesitado; a todos trataba con amabilidad dedicándoles todo el tiempo posible cuando la solicitaban y además, amante siempre de las vocaciones, buscaba la manera de que este grupo de señoras fueran bienhechoras de los Misioneros de Cristo en formación. Habían pasado 25 años desde aquellas Bodas de Plata y Abi seguía en plena acción misionera. Así, dio gracias a Dios, en una hermosa celebración de sus Bodas de Oro en la Casa Madre, el 25 de julio de ese significativo Año Santo de la Redención.

La alegría, la sencillez y de manera especial la generosidad en la entrega de cada día, pensando siempre en la salvación de las almas, virtudes clásicas de toda Misionera Clarisa, brillaban siempre en la sonrisa perenne de esta valiosísima mujer que no perdía la ocasión para dar un tinte misionero a lo que hacía, hasta llevar a plenitud la vivencia de su ser sacerdotal como víctima oferente de sí misma al Padre Celestial a través de su propio sacrificio unido al de Cristo nuestro Señor. Así, hasta el final de su trayectoria en la tierra.

El 2 de octubre de 2014, en las primeras horas de ese día en que la Iglesia celebra a nuestros ángeles custodios, en la Casa de Monterrey, el Dueño y Señor de la Vida llamó a su adorable presencia a la hermana Abigaíl, después de haber concluido su trayectoria en este mundo durante 86 años de vida, de los cuales 66 consagró al Señor como religiosa, sirviéndolo con amor fiel y constante. ¡Descanse en paz la hermana Abigaíl Liduvina Landa López!

No hay comentarios:

Publicar un comentario