La vida pasa tan rápido como los días aquí. Escribo estas lineas cuando ya es de noche. El silencio, después de la oración de Completas en esta capilla que encierra un aire especial, toma un tinte de espera, sí, de espera del nuevo día, pero, de espera también de ese día sin ocaso que en algún momento, siempre inesperado, llegará. Todo pasa y, como dice Nuestra Madre la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, el único que permanece como realidad, es Jesús. Sea de noche o sea de día, él es nuestra única realidad: «La única realidad eres tú, Jesús» repetía la beata. Ese Jesús que, como dice la Escritura: «es el mismo ayer, y hoy, y siempre» (Hb 13,8).
Y es entonces, que, antes de ir al lecho y escribir estas líneas que van brotando del alma y del corazón, quiero decirle a mi Dios como Samuel, cuando él era casi un niño, aunque sea yo ya un pobre hombre de 57 años recién cumplidos: «¡Habla, Señor, que tu siervo escucha!» (1 Sam 3,10). Ha terminado un día más en la abadía y un día más de mi vida. Por lógica natural me acerco, como todos los que vamos cumpliendo años y más años, al encuentro con el «Señor de la Eternidad». Sabes, Señor... ¡No quiero llegar a ti con las manos vacías! ¿Me permites que antes de dormir haga la misma trampilla que hizo santa Teresita?: «Por tus manos en las mías y ya está!» Voy, Señor, de veras, voy!
Padre Alfredo.
Aquí puedes ver la película de «Tres Monjes Rebeldes»:
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