miércoles, 19 de septiembre de 2018

Unos días en «La Trapa» IV...

La vida pasa tan rápido como los días aquí. Escribo estas lineas cuando ya es de noche. El silencio, después de la oración de Completas en esta capilla que encierra un aire especial, toma un tinte de espera, sí, de espera del nuevo día, pero, de espera también de ese día sin ocaso que en algún momento, siempre inesperado, llegará. Todo pasa y, como dice Nuestra Madre la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, el único que permanece como realidad, es Jesús. Sea de noche o sea de día, él es nuestra única realidad: «La única realidad eres tú, Jesús» repetía la beata. Ese Jesús que, como dice la Escritura: «es el mismo ayer, y hoy, y siempre» (Hb 13,8).

Vamos siempre por caminos impredecibles, muchas veces hasta inimaginables y casi siempre a tientas, andando a tientas y agarrados de la fe, que nos va ayudando a ver, entre penumbras muchas veces, el camino que Dios va trazando y que hay que seguir conforme a su voluntad. Al terminar la oración de Completas, que las monjas rezan aquí a oscuras, se ilumina la imagen de la Dulce Morenita, la Madre del verdadero Dios por quien se vive, a quien hoy, que es martes, no fui a ver a su casita del Tepeyac para pasar mis cuatro horas en la cajita feliz restaurando la gracia perdida en tantas almas y devolviendo, al mismo tiempo, la felicidad al corazón que se ha despistado y se ha alejado de los designios de Dios. Pero, desde aquí, al verla en esta imagen llena de luz, dirigida su mirada hacia su Hijo, entre la lobreguez de la noche que empieza, sentí que me dio su bendición y me pareció oír su diáfana voz que me dijo: «Haz lo que Él te diga» (Jn 2,5).

Y es entonces, que, antes de ir al lecho y escribir estas líneas que van brotando del alma y del corazón, quiero decirle a mi Dios como Samuel, cuando él era casi un niño, aunque sea yo ya un pobre hombre de 57 años recién cumplidos: «¡Habla, Señor, que tu siervo escucha!» (1 Sam 3,10). Ha terminado un día más en la abadía y un día más de mi vida. Por lógica natural me acerco, como todos los que vamos cumpliendo años y más años, al encuentro con el «Señor de la Eternidad». Sabes, Señor... ¡No quiero llegar a ti con las manos vacías! ¿Me permites que antes de dormir haga la misma trampilla que hizo santa Teresita?: «Por tus manos en las mías y ya está!» Voy, Señor, de veras, voy!

Padre Alfredo.

Aquí puedes ver la película de «Tres Monjes Rebeldes»:

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