sábado, 1 de septiembre de 2018

«La Divina Providencia»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hasta estas horas llego a ustedes porque se fue la luz y con eso se fue también el internet y casi se va la vida en la época en que vivimos en donde todo o casi todo depende de la electricidad y luego tuve que hacer otras cosas más, entre ellas celebrar la primera Misa del día. Yo empiezo muchas veces el pequeño pensamiento en mi libreta, pero para que llegue hasta ustedes necesito de la corriente eléctrica. Así que hoy, cambio un poco el esquema que ya tenía escrito desde mucho más temprano y voy al grano. Corinto era un puerto y la comunidad de creyentes estaba compuesta de gente sencilla. No había entre ellos personas humanamente muy importantes. San Pablo les hace ver que lo que da valor a las personas es lo que son en Cristo Jesús, que para los cristianos lo importante es «la sabiduría, la justicia, la santificación y la redención» en Jesucristo, por eso les dice: «el que se gloría, que se gloríe en el Señor» (1 Co 1,26-31). Esto, en definitiva, nos lo dice Pablo también a nosotros, que sabemos que todo nos viene de Dios y es un encargo que nos ha dejado, cuidar de lo suyo. La historia ya nos tendría que haber enseñado que Dios hace cosas maravillosas a través de personas que parecían «débiles y despreciables» y, además, con medios desproporcionados a las obras que se quieren realizar. Recuerdo que me platicaban que la primera caja fuerte con la que la beata María Inés contaba para levantar la obra misionera era una caja de zapatos con unos cuantos centavos y más que nada, notas por pagar. 

Hoy es sábado, día dedicado a María, pero también primer día de mes, día para encomendarse a la Divina Providencia pidiendo que no nos falte «casa, vestido y sustento, buen espíritu y todo lo necesario». Entonces es un buen día para acordarse del Magníficat, esta preciosa oración en la que María alaba a Dios porque «enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1,46-55). Y hay que acordarnos también y en primer lugar de nuestro Señor Jesucristo, que daba gracias a su Padre porque escondía los misterios del Reino a los que se creían sabios, y los revelaba a los sencillos. La Iglesia está llena de «gente sencilla» y son estos, realmente, quienes con su confianza puesta en Dios nos dejan ver la sabiduría divina que a veces sigue caminos que para el hombre «práctico» de hoy son extraños. Hay un cuento de un viejo fraile que salió de viaje llevando consigo un asno, un gallo y una lámpara. Al llegar a un pueblito cuando ya era muy noche, no encontró posada y los vecinos del lugar le negaron hospedaje. Él se consoló diciendo: —Todo lo que hace Dios es para nuestro bien. Tomó entonces la determinación de pasar la noche en el abierto bosque. Encendió su lámpara para alumbrarse, pero el viento la apagó en seguida. —Todo lo que hace Dios es para nuestro bien —dijo con resignación. Durante la noche, las bestias salvajes devoraron al asno y al gallo. El fraile volvió a repetir: —Todo lo que hace Dios es para nuestro bien. A la mañana siguiente, un leñador que pasaba por allí le dio al fraile la noticia de que un destacamento de soldados, integrado por varias compañías completas, había atacado la pequeña aldea y había cruzado por el bosque esa noche. El fraile comprendió inmediatamente que si la lámpara hubiera estado encendida o si el asno hubiera rebuznado o el gallo cantado en la madrugada, los soldados se habrían alarmado, se habrían dirigido hacia allí y le habrían matado con toda seguridad. Dios había cuidado de que las cosas salieran como salieron, para bien del buen fraile. —Todo lo que hace Dios es para nuestro bien, dijo entonces éste una vez más. Esa es la vida de la gente sencilla. 

Dios nos ha dado a cada quien lo que necesitamos para vivir en el dinamismo de esa sencillez según la sabiduría que procede de Él. Él mismo es quien decide lo que le da a cada uno, pero no para que se sienta más o menos, sino para multiplicarlo en la generosidad para Él y para los demás. Hoy en el Evangelio, el Señor nos propone otro cuento y nos habla de un hombre que «encargó» sus bienes a tres personas. El relato nos dice que «a uno le dio cinco millones; a otro, dos; y a un tercero, uno, según la capacidad de cada uno» (Mt 25,14-30). Pero no se los dio para ellos, sino para negociarlos. El cristiano sencillo debe entender que ha sido llamado a trabajar en los intereses de Jesús, y que su condición no se puede apocar porque tiene poco y tiene miedo que se lo quiten y quedar mal. La lógica de Dios funciona de manera diferente de la nuestra, se llama «Divina Providencia» y es lo que celebramos cada día uno del mes como hoy. La enseñanza que nos deja el evangelio de Mateo, que nos ha acompañado durante doce semanas, desde la 10ª hasta la 21ª nos ha dejado muchas, muchísimas enseñanzas para crecer en la sencillez de vida y en la confianza. ¡Bendecido sábado! 

Padre Alfredo.

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