La Palabra de Dios es «viva y eficaz» (Hb 4,12) y no cabe duda de que constantemente nos está hablando para dirigir nuestra mente y nuestro corazón hacia Dios. Dentro de esa «vivacidad», al ver los textos de la liturgia de la palabra de este domingo —con el que iniciamos un nuevo mes y en mi país un nuevo México porque hay elecciones—, me ha llamado mucho la atención la mujer que, en el relato evangélico que nos presenta dos milagros (Mc 5,21-43) en un mismo relato, se acerca al Señor con el anhelo de ser curada. Interrumpiendo el caminar de Jesús, se acerca por detrás pensando que con solo tocar la borla de su manto, del «talit», que tanto era un manto, un singular atuendo, servía también para abrigarse y para otros menesteres. De los vértices de esta singular prenda que aún utilizan los judíos colgaban unas borlas que gozaban de gran y reverente aprecio. La mujer piensa que con sólo tocar una de ellas, lograría erradicar la enfermedad que le aquejaba desde hacía doce años.
La mujer —una hemorroísa— se aproxima a escondidas porque no puede hacerlo de otra manera, se lo impide su situación de continuo flujo de sangre que, según la ley judía, la convertía en un mujer impura, cuya impureza transmitía —también según la ley— a quien pudiera tocarla. Esa persona, una desconocida, una mujer «sin nombre», sin identificación alguna se atreve confiada en lo que ha escuchado de aquel Hombre cuya bondad ha pasado otras veces por encima de la Ley. Y ahora llego a lo que más me llama la atención: ¡El Señor percibe el gesto que ya la ha librado de su mal y quiere saber quién le tocó! Ha sido solamente una mano, la que por entre los pies de los caminantes, ha podido llegar a tocar y no a él, sino a su manto. Ya se ha obrado el milagro, la mujer ha sido curada pero Jesús considera que debe hacer algo más por ella y quiere hablarle con dulzura, exponiéndose a la crítica de los que siempre estaban al acecho para atacarle. Los suyos hasta le dicen: «Estás viendo que la gente casi te aplasta y todavía preguntas: "¿Quién me ha tocado?"» (cf. Mc 5,31). Es que la fe es algo de lo que distingue y hace sobresalir al que cree en Jesús, nos recuerda San Pablo hoy (2 Cor 8,7.9.13-15) y por esa fe el hombre y la mujer necesitados se encuentran con el Dios que da la vida y que no quiere la destrucción de la persona (Sb 1,13-15;2,23-24) sino que tenga vida en abundancia (Jn 10,10). La mujer se aleja feliz, la ha llamado hija y le ha dicho que su Fe la ha salvado, que sea feliz, que goce de salud.
El Maestro no ha olvidado a Jairo ni su súplica, después de haber identificado a la mujer, sigue su camino hacia la casa de este hombre para dar vida a aquella chiquilla —el segundo milagro del relato— que había muerto. «La niña no ha muerto; está dormida», dice para consolar a los que la han visto dejar este mundo y la vuelve a la vida. La vuelta a la vida de un muerto siempre ha sido un asunto difícil y misterioso en los milagros de Cristo. Tal vez nos resulta más fácil creer en la curación, aunque sea portentosa e inmediata. No obstante, lo que importa es la aplicación del poder de Dios y nuestra fe en su omnipotente capacidad para hacer cuanto quiera. No es posible entrar en un camino de explicación de lo simbólico. Hay que creer en lo que se nos narra este domingo. La adaptación a los planteamientos más humanos o científicos podría quitar peso y brillantez al relato evangélico. Yo, al leer todo esto, en este domingo tan especial para mi patria terrenal —porque la patria celestial es la mía que la tuya que me estás leyendo en cualquier parte del mundo— me quedo con lo que ilumina mi confianza en el Señor al ir a votar: Jesús pasó por el mundo haciendo el bien y librando a los oprimidos por el mar y el dolor (Hch 10,38). Y esto es lo que nos hace ver la liturgia de la Palabra de este día. Se que estamos cerca de un hecho sencillo y maravilloso que, si lo vemos desde la fe, nos servirá, sobre todo, para mejorar nuestro amor y reverencia por el Señor Jesús. Vamos a votar y que gane quien Dios, que todo percibe y que nos quiere despiertos, vea que es lo mejor que nos pueda pasar. Si eres un hombre y una mujer de fe, encomiéndate, antes de agarrar el crayón o el bolígrafo «que no sabe fallar», a Nuestra Señora y a ella, a la mujer del «sí» confiado, a la mujer siempre decidida, encomiéndale que guíe tu selección. ¡Bendecido domingo anhelando la paz!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario