sábado, 28 de julio de 2018

«VIRGINIA CECEÑA CARBALLO»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo XVI

Definitivamente el Señor, es esposo enamorado de las almas consagradas y las llama a seguirle hasta la eternidad. Me acabo de enterar de la muerte de la hermana Margarita Ceceña Carballo apenas el día de ayer y, me voy dando cuenta, que no he escrito nada de mis recuerdos de su hermana Virginia, también religiosa Misionera Clarisa como ella, y que fue llamada a la casa del padre el 10 de marzo del año 2014 en la Casa Madre de nuestra familia misionera, en Cuernavaca, Morelos, México. Así que hoy pongo por escrito algunos esbozos y recuerdos de Virginia y en seguida vendrá la reseña de la hermana Margarita a quien al igual que Virginia conocí ampliamente.

Virginia nació en Los Ángeles, California, en los Estados Unidos, el 9 de febrero de 1926. Debido a que desde adolescente, perdió a sus padres, fue llevada junto con su hermana Margarita a Los Mochis, Sinaloa, México para que tuviera una crianza en familia. Sus tías, costureras de profesión la formaron en esa ocupación que ocupó gran parte de su vida. En aquella calurosa ciudad de Sinaloa, Virginia creció siendo siempre un ejemplo para su hermana menor, Margarita, a quien alentó siempre mientras estuvo en este mundo. Joven fuerte y decidida, de carácter firme, con una sonrisa que dejaba ver su paz interior, conoció junto con su hermana Margarita a la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, de quien se sintió, al igual que Margarita, felizmente amada y acogida, y afirmando siempre que a ella le debían su vocación consagrada, en 1953, el día de san Francisco de Asís, 4 de octubre, ingresó en Cuernavaca con las Misioneras Clarisas. Allí realizó su postulantado y su noviciado, emitiendo sus votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia el 20 de mayo de 1956. El el 10 de julio de 1961 hizo sus votos perpetuos desposándose con Cristo para siempre y consagrándole al Señor las virtudes que Él mismo le había dispensado, destacando como un alma silenciosa y entregada en la vida comunitaria y en las actividades apostólicas que le asignaban.

Ya como religiosa, en Monterrey, pudo completar sus estudios de Bachillerato y especializarse mas en Corte y Confección, actividad de la que ella hizo una constante y fructuosa dedicación de toda su vida, ocupándose de santificarse frente a la máquina de coser en cualquier casa a donde fuera enviada.

En la República Mexicana estuvo, además de Monterrey, en Cuernavaca hasta 1957. En ese año fue destinada a la casa de Sn Antonio, Texas, U.S.A.,para trabajo pastoral, ocupándose de la catequesis y visitas domiciliaras; sin olvidar su máquina de coser, allí fue nombrada vicaria local. En 1963 fue enviada a trabajar y a enseñar costura a la escuela de la misión de Sierra Leona, en África, donde permaneció generosamente durante 32 años hasta que le tocó salir inesperadamente de esa misión, correteada por las metralletas de los soldados rebeldes que por ese tiempo invadieron el país con uno o varios golpes de Estado que sufrió duramente Sierra Leona. Allá celebró en 1981 sus Bodas de Plata. Era interesantísimo escucharla hablar de aquellos hechos y ver con qué valentía decía siempre que estaba lista para regresar de inmediato si la volvían a enviar. Ella afirmaba que aquella salida de Sierra Leona fue después de un milagro, pues los solados de la guerrilla la abandonaron junto con otros prisioneros al sentirse perseguidos por el ejército contrario y huir de aquel lugar. Realmente su corazón dejó gran parte en Sierra Leona, enseñando corte y confección a las estudiantes de Secundaria en Lunsar, con la esperanza siempre de infundir a sus alumnas la posibilidad de un futuro trabajo que les ayudara a superar la pobreza de las familias que se vivía y se vive allá actualmente. Aunque imaginar este trabajo de costura con los calores y las humedades de África implique esfuerzo, cueste sudor, agote, sea duro e incluso para muchos «insoportable», para Virginia, en su vida consagrada, fue el medio de santificación. Las horas frente a la máquina de coser, sin descuidar sus demás actividades como religiosa, fueron para esta sencilla mujer consagrada un medio insustituible para tender a lo que fue el fin de su existencia y la realización de su vocación: la santidad.

Al salir de África pasó un tiempo en la Casa General de Roma y en Pisoniano, allá en Italia, confeccionando hábitos y velos hasta que regresó a México en el 2001 de donde viajó rumbo a Nigeria, West África, para impartir un curso intensivo de costura a las Novicias de esa Región y volver a México para ir a la Escuela-Granja, en San Cristobal de las Casas, Chiapas, impartiendo un curso de costura a las chicas internas y a las hermanas en formación;.

Yo la conocí precisamente en aquellos años. La tuve varias veces en tandas de Ejercicios Espirituales y Retiros en la Casa Madre en donde me dejó ver espíritu religioso amante de los actos de comunidad en la sencillez de la vida de Nazareth, como decía la beata María Inés Teresa cuando se refería a las tareas de casa. Las hermanas la recuerdan como una mujer entera, sencillísima, recta, dócil, atenta y respetuosa, de espíritu silencioso y alegre. Yo puedo recordarla siempre con su sonrisa aún en medio de los sufrimientos que Dios le dio a probar en distintas ocasiones, especialmente en su ancianidad, las últimas veces que la vi, aceptando y ofreciendo los dolores físicos que la acompañaron, por la salvación de las almas. En la Casa Madre, en 2006 celebró sus Bodas de Oro.

Su habilidad para coser, remendar y utilizar retazos o partes aprovechables de hábitos se fue minando. Fue impresionante para muchas hermanas su despedida de su compañera la máquina de coser, este maravilloso instrumento creado por el sastre Bartolomé Thimonnier en 1830 y que a Virginia la acompaño por años y años en tres continentes y a la que tuvo que dejar cubierta luego de una alegre, ardua y comprometida laboriosidad junto a la mesa de corte en la que, fuera en la casa que fuera, confeccionaba hábitos, velos y hasta uno y otro saquito para el padre Esquerda. La salud se fue minando y un problema renal acabó de extinguir la vida terrena, de esta misionera en la misma serenidad y aceptación de la voluntad de Dios que había vivido siempre. Silenciosamente, en su humilde habitación en la que la vi días antes, cerró sus ojos y entregó su alma al Padre de los Cielos, en quien confiamos la acogió con todo su amor para llevarla y hacerla feliz eternamente en la Gloria. 

Desde la «Singer» en turno, según fuera América, África o Europa, la hermana Virginia nos deja el ejemplo maravilloso de santificar el trabajo, santificarse en el trabajo y santificar a los demás con el trabajo. Algunas hermanas dicen que ella se sentía tan feliz cuando las veía probarse ya el hábito terminado, que parecía que quien estrenaba, le hacía un favor a la hermana costurera.

Hombres y mujeres como Virginia, son los hombres y mujeres de Dios, que levantan la cruz del triunfo en este mundo para ir a gozar de los premios del cielo. Sus vidas, unidas a la pasión de Cristo cargando esa cruz de cada día, resultan casi una provocación para una sociedad y una época que desprecian el esfuerzo y el rendimiento en el trabajo. ¡Descanse en paz nuestra querida hermana Virginia Ceceña Carballo!

Padre Alfredo.

1 comentario:

  1. Una vida muy ejemplar, gracias a Dios, tuve la dicha de conocerla y aprendí mucha de ella, así como de las demás hermanas. Dios la tenga en su Santa Gloria

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