Antier, viernes 27 de julio de 2018, en la casa de Guadalajara, Jalisco, que los miembros de la Familia Inesiana llamamos «La Casa del Tesoro», fue llamada a la Casa del Padre la hermana Margarita Ceceña Carballo, quien después de 61 años de vida consagrada en el instituto de nuestras hermanas Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, muchos de ellos consagrados al Señor en la enfermedad, entregó su vida en el silencio de su corazón.
Margarita nació en Los Ángeles, California, en los Estados Unidos, el 26 de junio de 1928, y allí vivió su infancia y adolescencia estudiando la escuela elementar y la Junior High School porque luego ella y su hermana mayor Virginia (+ 2014 y también Misionera Clarisa) fueron llevadas por sus tías a Los Mochis, en Sinaloa México debido a que habían perdido a sus padres. Allí continuaron las hermanitas Ceceña su formación en un ambiente de familia más cálido que el que tenían en los Estados Unidos. Al igual que su hermana ella sintió el llamado de Dios a consagrarle su vida como misionera y, un año después que Virginia se había ido al convento, Margarita emprendió el vuelo al mismo lugar, la Casa Madre de la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 7 de octubre de 1954. Al año siguiente, en septiembre de 1955 dio un paso más en su formación religiosa e inició su Noviciado allí mismo para concluirlo en la región de California, en los Estados Unidos donde hizo su profesión temporal el 12 de diciembre de 1957. Margarita, como todas sus contemporáneas en la comunidad, tuvo la dicha de convivir muy de cerca con la fundadora, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, y de sus labios escuché muchas enseñanzas, anécdotas y testimonios de Madre Inés. Fue una gracia que estas ceremonias de su caminar en la vida consagrada estuvieran presididas por Madre Inés.
El decidir darse a Dios por entero, llevó a la hermana Margarita a consagrarse perpetuamente a Dios con los votos de pobreza, castidad y obediencia en una ceremonia que tuvo lugar en Gardena, California, el 08 de diciembre de 1960. Desde aquel día, entregada ya a Dios por completo, la vida de misionera itinerante acompañó a esta mujer enamorada de Dios y de María Santísima llevándola, además de estar en California en las guarderías para niños, por diversos destinos: La clínica Itor en Roma, Italia como asistente de enfermería; una guardería infantil en Madrid; la asistencia y servicio a estudiantes extranjeros en Dublín, Irlanda; la pastoral misionera en Sierra Leona, África; profesora en el instituto Schifi del Ciudad de México; catequista en Cuernavaca, Morelos en México y, finalmente, alma oferente del dolor en la Casa del Tesoro en Guadalajara, México.
Su misma condición itinerante la hizo un alma desprendida, una religiosa de trato universal, amable, educada y sonriente con todos. Ciertamente quienes la vimos sonreír nunca olvidaremos ese rostro alegre de ojos brillantes, irrandiantes del amor de Dios, cosa que le hacía aparecer siempre muy agradable y le facilitaba la práctica de la caridad. Esa, su caridad fue reconocida por las hermanas que convivieron con ella, como «sumamente exquisita y delicada». De las difíciles situaciones que como superiora de alguna casa tenía que resolver, pasaba a detalles y servicios que muchas hermanas misioneras y seglares disfrutaron. En su vida cotidiana, esta misionera incansable destacó también en su sentido de responsabilidad y el espíritu de apostolado y servicio que la hicieron muy querida de las religiosas con quienes convivió. Fue superiora, ayudante, catequista, educadora, etc. Margarita perseveró siempre con alegría aceptando cada cambio de lugar y de encomienda, sobre todo cuando aquello llegaba, como sucede muchas veces en la vida consagrada, ¡intempestivamente! Ofrecía apoyo en las clases de inglés a las hermanas estudiantes de Preparatoria; hacía composturas y remiendos invitando a las hermanas que le dieran trabajo en este campo y descendía, con esa «caridad exquisita» a separar la basura, teniendo el detalle de dejar a disposición de los recolectores de basura, la ropa limpia u objetos que les pudieran ser útiles para ellos y sus familias en bolsas separadas. El 9 de diciembre de 1982 celebró sus 25 años de vida religiosa y el 12 de diciembre de 2007 sus Bodas de Oro
Hay que destacar en ella también, su espíritu de sacrificio, que, según los testimonios de hermanas muy cercanas a ella, pudiera decirse casi heroico, sobre todo porque en su interior le daba un sentido espiritual impresionante uniendo todo a los méritos de Cristo. En esa vida interior que le daba sentido a todo, ocupaba un espacio grande el amor a la Santísima Virgen, que fue muy profundo. Cuando celebró sus bodas de plata, manifestó que a Ella, a María Santísima, le agradecía las ternuras con que su amor de Madre cuidó su vocación.
Margarita, a pesar de tantos cambios, gozó, se puede decir, de una salud óptima durante muchos años, hasta que con el paso y el peso de los años, la enfermedad se convirtió en su fiel compañera, y gracias a las virtudes practicadas, pudo conservar serenidad y paciencia en el dolor. Por largos años sufrió una crisis de depresión que asumió y ofreció a Dios con verdadera dignidad en su comportamiento. En esta etapa me tocó acompañarla espiritualmente muy de cerca y quedé realmente impresionado de la calidad oferente de su situación, ofreciéndole a Dios el obedecer en todo, el comer aunque no tuviera ganas, y el vivir su dolor casi sin quejarse. Uno de los médicos que en esa etapa la atendió, viendo cómo se controlaba con santa paciencia, exclamó que la virtud sostenía a esa religiosa en su enfermedad. Ella, con sencillez y siempre con la sonrisa en sus labios reconocía que los servicios con que las Hermanas la rodeaban, le hacían sentirse amada y fortalecida para superar sus dolores y malestares propios de esa indeseada enfermedad.
En estos últimos años, Margarita fue abrazando poco a poco el silencio, dejándose hacer todo lo que tuvieran que hacerle con el fin de brindarle una mejor calidad de vida. Antes de que entrara en su etapa terminal, participaba de la vida comunitaria agradeciendo el que le sostuvieran y animaran con oración y con afecto de hermanas, además de tener siempre las finísimas atenciones de su familia de sangre que nunca la abandonó. Así se llegó el momento de cerrar los ojos para dejar esta tierra. Murió de Neumonía e insuficiencia respiratoria aguda.
Al final de nuestro peregrinar en este mundo —como también al principio— está Dios. Un Dios que nos acoge, un Dios que nos recibe en Él. Un Dios Padre que nos ha creado por amor y nos salva, en Cristo su Hijo, también por amor. Allí donde algunos sólo descubren el final y la corrupción de la muerte, el alma fiel descubre, en el silencio del último momento y con los ojos iluminados del corazón, el inicio de una Vida nueva, glorificada y resucitada en Cristo Jesús. Descanse en paz la hermana Margarita Ceceña Carballo.
Padre Alfredo.
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