Trabajar para que «puedan comer todos» es una consecuencia directa que tienen que sacar los que «quedan satisfechos» por el pan de cada día que Dios les da. La «Eucaristía Dominical» a la que todos los católicos estamos obligados a asistir —es uno de los cinco mandamientos de la Iglesia: 1. Participar en misa entera todos los domingos y fiestas de guardar. 2. Confesar los pecados mortales al menos una vez cada año, en peligro de muerte y si se ha de comulgar. 3. Comulgar al menos por Pascua de Resurrección. 4. Ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia. 5. Ayudar a la Iglesia en sus necesidades— urge el alimento para los hermanos que, con nosotros hacen comunidad, crean o no en Dios, al mismo tiempo que anuncia el festín universal que los hombres no podemos darnos y que sólo del Señor puede venir. Trabajar para que los que «van llegando» puedan, no solamente «escuchar» a Jesús, sino «sentarse» para recibir su pan, es lo mismo que edificar la vida de la comunidad, edificar la iglesia de Dios siendo hermanos y pensando en los demás, edificando una comunidad reunida por el Evangelio y la Eucaristía.
Tanto el relato de la primera lectura (2 Re 4,42-44) como el del Evangelio (Jn 6,1-15) nos hablan de una multiplicación de panes para que toda la comunidad que tiene hambre tenga que comer, como en los días del Éxodo hizo Moisés con el maná «caído del cielo» (Ex 16,2-4.12-15). Estos pasajes deben ser, para nosotros, una profunda reflexión de lo que representa constantemente en la Iglesia la celebración eucarística: un compromiso en pro del «Servicio del Señor» una decisión de fidelidad a la alianza (Jos 24,1-12a.15-17.18b) que nos invita a compartir, a darnos, a pensar en los demás, a servir, a hacer comunidad, a pesar de todas las crisis de cualquier crisis que se puedan presentar: «¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?» (Jn 6,5). En el diálogo inicial de Jesús con Felipe, con quien comparte este interrogante de cómo dar de comer a todos, y en la anotación final que concreta que las sobras del pan de cebada —que era, como hoy, el alimento de los pobres— se recogen doce cestos. Así, el evangelista sugiere discretamente la presencia y asistencia de los doce apóstoles y de los seguidores más cercanos de Jesús que ayudan para que alcance para todos el alimento que a todos rehace. Se trata de lo mismo que sucedió en el gesto de Eliseo al dar de comer a toda la comunidad (2 Re 4,42). El salmo de hoy (Sal 144) nos conduce a esa misma perspectiva: El Señor alimenta a todos los que le miran esperanzados y que, al ver satisfecha su esperanza, dice: «Abres, Señor, tus manos generosas y cuantos viven quedan satisfechos». Es decir, todos comen gracias a la organización de la misma comunidad.
En el fondo la liturgia de hoy nos deja un interrogante: ¿buscamos a Jesús solo pensando en nosotros o traemos a la Eucaristía en la mente y en el corazón a los demás? ¿Por qué y cómo nos acercamos a Él para que el pan alcance para todos? ¿Qué es para nosotros la Eucaristía? ¿Cuál es mi papel en la comunidad? Nuestra Eucaristía Dominical es un don de Jesús que no es sólo para unos cuantos —como ha quedado reducido en los últimos años— sino para todos aquellos que le siguen, para todos los que han «escuchado» sus palabras, han «visto» sus obras y en él han puesto su esperanza. La Eucaristía Dominical nos hace «un solo cuerpo y un solo Espíritu» como nos dice la segunda lectura de hoy (Ef 4,1-6) compartiendo lo que somos, lo que hacemos, lo que tenemos, en «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos» que tiene, en su Hijo Jesús, comida para todos. En el humilde pan de los pobres que en manos de Jesús cada domingo se convierte en alimento para todos, hallamos los mismos indicios que en el agua convertida en el mejor vino gracias a la intervención de María la Madre de Jesús y que al final de la fiesta nupcial aporta alegría a todos. Hoy muchos se jactan de ser ateos, y suelen decir que aceptar a un Ser trascendente humilla y aliena al hombre. Sin embargo, nosotros sabemos que aceptar a Dios como único Padre y Señor es la mejor garantía de que entre los hombres haya fraternidad sin que ninguno pretenda ser «señor» de los otros sino servidor y hermano. ¡Disfrutemos la Misa de este domingo y comamos del pan de la Palabra y de la Eucaristía en la comunión sacramental o espiritual!
Padre Alfredo
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