sábado, 14 de julio de 2018

«Aquí estoy, Señor, envíame»... Un pequeño pensamiento para hoy


La primera lectura de Misa da un giro inesperado el día de hoy y se va del Reino del Norte en Israel, al Reino del Sur para narrarnos la vocación del profeta Isaías (Is 6,1-8), que, junto con Jeremías y Ezequiel, es de los que ocupan más espacio en la Biblia con sus escritos. Un monarca sobre un trono de gloria... unas aclamaciones extraordinarias que hacen temblar las puertas... una nube de incienso que da a la escena un fulgor misterioso... un diálogo misionero, una zafia e ingeniosa llamada... ¡Qué llamada vocacional tan diversa de las que la Sagrada Escritura nos había presentado antes! Así de original e insólito es el Señor. Ninguna vida se repite, ninguna vocación es igual que otra. Abraham, Moisés, Samuel... todos son llamados de forma diversa, como lo fue también Amós y Oseas y lo será cada uno de los personajes bíblicos de cuyo camino vocacional conocemos el origen. Esto sucede siempre, el Señor irrumpe en nuestras vidas en un «encuentro» misterioso y fascinante. Isaías es un joven aristócrata de la capital, un hombre destinado, sin duda, a una brillante carrera política. Su edad se halla, según los cálculos de los estudiosos, entre los veinte y los treinta años. Está rezando en el Templo de Jerusalén y se topa con Dios en esa especie de éxtasis místico que marcará toda su vida. Desde entonces, será el profeta de la santidad grandiosa de Dios. Lo que le pasó entonces, nadie lo sabe concretamente, es como cuando nos piden a muchos: ¡Cuéntame tu vocación!, y no sabemos por dónde empezar. 

Pablo de Tarso en el camino de Damasco, Francisco de Asís en el almacén de su padre y luego Clara por el testimonio de aquel, el Cura de Ars podando las viñas, Carlos de Foucault en el confesonario del padre Huvelin (que aún se conserva en París), Camilo de Lelis, Teresita del Niño Jesús, Miguel Agustín Pro, José Moscati, Rosa de Lima, María Inés Teresa Arias... ¡qué misterios del Señor al llamar! Aquí tenemos, desde ayer y hasta dentro de unas cuantas horas más, las reliquias de santa Margarita María de Alacoque, la vidente del Sagrado Corazón de Jesús. Dos huesos —una clavícula y una costilla de la santa—, un pedacito de su cerebro incorrupto acompañados por una rosa de oro obsequiada por San Juan Pablo II en una urna, nos hablan del misterio de esta vocación. Santa Margarita nació en 1647 e ingresó al Monasterio de la Visitación de Paray-le-Monial (Francia) en 1671. Al año siguiente hizo sus votos definitivos y allí, el 27 de diciembre de 1673, día de San Juan Apóstol, recibió la primera de cuatro revelaciones que le hizo el Sagrado Corazón de Jesús. Ella misma cuenta: «Estando yo delante del Santísimo Sacramento me encontré toda penetrada por su divina presencia. El Señor me hizo reposar sobre su pecho y me descubrió todas las maravillas de su amor y los secretos inexplicables de su Corazón Sagrado. Él me dijo: “Mi Divino Corazón, está tan apasionado de Amor a los hombres, en particular hacia ti, que, no pudiendo contener en el las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame valiéndose de ti y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin de que sea todo obra mía."» La vocación es así, siempre una elección y a la vez una aventura en donde lo que sigue y lo que pide el Señor... ¡no se conoce! 

Pero volviendo al relato de la vocación de Isaías, me llaman la atención los serafines que se mantenían garbosos por encima de él; cada uno con sus seis alas y gritándose el uno al otro: «Santo, santo, santo es el Señor Dios de los ejércitos; su gloria llena toda la tierra» (Is 6,3). Y me pregunto: ¿Me he dejado deslumbrar por la luz de Dios como Isaías, como Margarita y como todos los demás llamados? ¿Me dejo ensordecer por el grito de los serafines en el «sanctus» de cada misa que celebro? La tierra, nuestra tierra, el espacio que nos rodea, está lleno de la gloria de Dios. Sé que no yo, ni nadie que haya sido llamado por el Señor acabará de comprender la grandeza de la vocación. Oración, estudio del Evangelio, contacto constante con la Palabra y lecturas espirituales, las vidas de los santos, el fraterno compartir, las cosas sencillas e inesperadas de cada día. Jesús nos propone en el Evangelio que al seguirlo seamos como Él (Mt 10,24,33), contentos de parecernos a Él buscando, en medio del misterio de la vocación, la intimidad con su corazón para hacerlo semejante al suyo, imitando su manera de pensar, su forma de ver y su estilo de amar. Hoy es sábado y junto con todos los llamados, ante las reliquias de santa Margarita María de Alacoque quiero pensar en María, la que misteriosamente fue llamada a ser Madre de Dios y Madre nuestra para decir bajo su mirada al Señor: «Aquí estoy, Señor, envíame» (Is 6,8). ¡Bendecido sábado a todos! 

Padre Alfredo.

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